La
expresión de las clases medias. La Unión Cívica Radical
Reseña del libro de David Rock “El Radicalismo Argentino, 1890 - 1930”
Los orígenes del partido se encuentran
en la depresión económica y la oposición política a Juárez Celman del año 1890.
En 1889 había surgido un grupo de oposición a este último en Buenos Aires, con
el nombre de Unión Cívica de la Juventud; al año siguiente al ampliar su base
de apoyo, este grupo pasó a llamarse simplemente Unión Cívica (UC). En julio de 1890 la UC preparó una revuelta
contra el presidente en la ciudad capital, que si bien no consiguió apoderarse
del gobierno, obligó a aquel a dimitir. En 1891, con motivo de las relaciones
que debían mantenerse con el nuevo gobierno de Carlos Pellegrini, la UC se
dividió y así surgió la Unión Cívica Radical (UCR) de Além, quien en los cinco
años siguientes, hasta su muerte trató infructuosamente de alcanzar el poder
por la vía revolucionaria. El fracaso tanto de la UC como de los radicales
estuvo determinado por el hecho de que al renunciar Juárez Celman, la fracción
del PAN que respondía a Roca, y que contaba con el apoyo de Pellegrini, amplió
su base política y se ganó la simpatía de la mayoría de la élite. Los partidos
opositores no estaban en condiciones de contrarrestar esto apelando al apoyo
popular.
El núcleo principal de la
coalición estaba integrado por jóvenes universitarios, los creadores de la
Unión Cívica de la Juventud. Estos no pertenecían a la clase media urbana sino a
familias patricias.
Un segundo grupo integrante de
la coalición estaba integrado por varias facciones dirigidas por diferentes
caudillos y que controlaban la vida política en la Capital Federal y en gran
parte de la provincia de Buenos Aires. Cabe distinguir dos subgrupos, uno
conducido por Bartolomé Mitre, representaba a los principales exportadores y
comerciantes de la ciudad de Buenos Aires; el otro por Leandro N. Além, y
contaba con el apoyo de cierto número de hacendados aunque era un caudillo
urbano cuya reputación política provenía de su habilidad para organizar a los
votantes para las elecciones.
En tercer lugar había algunos
grupos clericales a causa de ciertas disposiciones anticlericales que tomó el
gobierno.
Finalmente la UC contaba con
algunos adherentes entre los sectores populares de la capital, sobre todo
pequeños comerciantes y dueños de talleres artesanales.
Além trató de conquistar apoyo
para la coalición fuera de Buenos Aires, pero todo lo que pudieron organizar
allí los revolucionarios de julio fueron pequeñas manifestaciones callejeras,
quedando limitados exclusivamente a la Capital y sus inmediaciones. Su plan era
apoderarse del gobierno central y luego de las provincias. Siendo tan débil el
desafío planteado por la UC, la revuelta de julio fracasó, y en vez de
producirse grandes cambios quedó abierto el camino para que la solución viniera
por vía de un simple ajuste de la distribución del poder dentro de la élite.
En 1891 el proceso de
reorganización interna de la élite estaba virtualmente concluido, todas las
facciones con verdadero predicamento habían sido atraídas por el nuevo gobierno
que dejó afuera a los grupos carentes de poder. Fue en ese momento cuando vio
la luz la UCR: Além y sus partidarios se vieron excluidos del plan de
Pellegrini y, por consiguiente forzados a continuar su búsqueda de sustento
popular y de una base de masas.
En los cinco años siguientes
Além se afanó en vano por conquistar apoyo popular y obtener los medios de
organizar una rebelión que pudiera triunfar; pero el descontento del
pueblo continuó diluyéndose, y sus
intentos de ganarse a los grupos de hacendados fuera de Buenos Aires terminaron
en un virtual fracaso. En 1891 y 1893 los radicales organizaron revueltas en
las provincias, pero todas ellas sucumbieron prontamente.
De manera que pese a los
esfuerzos de Além, los remanentes de adhesión popular que los radicales habían
heredado de la UC se diluyeron y hacia 1896 no eran más que un grupo minúsculo
en el extremo del espectro político, sumado a que en Buenos Aires debió hacerle
frente a su sobrino Hipólito Yrigoyen, cuyas intrigas para imponer su voluntad
fueron en parte responsables de que Além se suicidara en1896.
Durante casi todo el período
que se extendió entre la muerte de Além y 1905, el radicalismo perdió
posiciones. Hasta 1900, los sucesos más destacados fueron, en primer lugar el
surgimiento de Yrigoyen como sucesor de Além y, en segundo lugar, el hecho de
que el eje central del partido volviera a situarse en la provincia de Buenos
Aires. Esto fue significante porque cuando el partido comenzó a expandirse, el
grupo de Buenos Aires, conducido por Yrigoyen, lo mantuvo bajo su control,
incorporando poco a poco a las filiales provinciales en una organización
nacional.
En la década del 90 los
estudiantes rebeldes pertenecían a la clase dirigente criolla; diez años
después, buena parte de ellos provenían de las familias de inmigrantes urbanos.
La lucha no giraba en ese caso en torno a las relaciones entre el gobierno y la
élite terrateniente bonaerense, sino en torno al acceso a las profesiones
urbanas.
Las huelgas se declararon
después de que los consejos directivos, que estaban constituidos por criollos
resolvieron restringir el ingreso de los descendientes de inmigrantes. En los
años siguientes, los estudiantes (en especial los de Buenos Aires) pasaron a
constituir un importante grupo de presión urbano a favor de la adopción del
sistema de gobierno representativo, con el fin de provocar cambios en las
universidades.
Con estas señales, Yrigoyen
comenzó, alrededor de 1903, a planear otra revuelta. Revitalizó sus contactos
con las provincias y retomó la fundación de clubes partidarios. Sin embargo el
disconformismo se limitaba a ciertos grupos restringidos; además de los
estudiantes, el único ámbito de inquietud importante antes de 1905 se
encontraba en entre los jóvenes oficiales del ejército, que buscaban acceder a
posiciones de mayor rango. Yrigoyen
planeó un golpe militar con bastante apoyo estudiantil y planeó poner en la
vanguardia del movimiento a un grupo de oficiales jóvenes.
Pero este intento de golpe que
se concretó en febrero de 1905 fue un fiasco, poniendo de manifiesto que, si
bien los radicales habían conseguido cierto apoyo militar, los altos mandos del
ejército seguían adhiriendo al gobierno conservador. Tampoco logró encender a
la población capitalina. Pero aunque el golpe falló, tuvo vitales efectos a
largo plazo.
Entre el golpe abortado en 1905
y la ley Sáenz Peña de 1912 los radicales avanzaron a grandes pasos en el
reclutamiento del favor popular. No desaparecieron sus organizaciones
provinciales y locales como en las revueltas anteriores, sino que comenzaron a
expandirse. En estos años quedó constituido un conjunto de dirigentes locales
intermedios, en su mayoría hijos de inmigrantes; el grueso de los líderes de
clase media del partido, que tendrían tanta importancia después de 1916, se
afiliaron entre 1906 y 1912. La mayor parte de ellos eran profesionales urbanos
universitarios. Hacia 1908 los “clubes” pasaron a llamarse “comités”.
El crecimiento del radicalismo
de comienzos del siglo XX estuvo estrechamente ligado al proceso de
estratificación social que concentró los grupos dirigentes de alta jerarquía en
las clases medias urbanas dedicadas a las actividades terciarias. Además de los
universitarios, se contaban entre los dirigentes intermedios algunos hombres de
negocios que no habían tenido éxito en su actividad. Esto nos habla de la
creciente tendencia de la clase media urbana a procurarse a través de la
política la riqueza y posición social que cada vez le era más difícil conseguir
por otros medios.
Luego de 1905 los radicales
comenzaron a incrementar el volumen de su propaganda. El contenido efectivo de
la doctrina y la ideología radicales era muy limitado: no pasaba de ser un
ataque ecléctico y moralista a la oligarquía., a la cual se le añadía la
demanda de que instaurase un gobierno representativo. Uno de los rasgos más
destacados del radicalismo a partir de esta época fue su evitación de todo
programa político explícito. Los radicales no apuntaban a introducir cambios en
la economía del país; su objetivo era fortalecer la estructura
primario-exportadora promoviendo un espíritu de cooperación entre la élite y
los sectores urbanos que estaban poniendo en tela de juicio su monopolio del
poder político.
La otra importante novedad que
puso de manifiesto el carácter populista que el partido había adquirido hacia
1912 fue el surgimiento de Hipólito Yrigoyen como líder.
Yrigoyen ganó prestigio a
partir de 1900 de una manera bastante extraña. En lugar de presentarse como un
político callejero que atrae constantemente la atención pública como hizo Além,
se hizo fama de figura misteriosa. En su carrera se destaca este rasgo
singular, salvo en una ocasión en los 80 en que dio un discurso en público. Su
estilo político consistía en el contacto personal y la negociación cara a cara,
que le permitieron extender su dominio sobre la organización partidaria y crear
una cadena muy eficaz de lealtades personales.
El peculiar estilo de Yrigoyen
imprimió al radicalismo buena parte de de sus connotaciones morales y éticas
primitivas, que le permitieron ganar adherentes en una ola de euforia
emocional.
En 1912, cuando los radicales
abandonaron finalmente su política de abstención y comenzaron a postular
candidatos para las elecciones, la organización del partido todavía no había
terminado. Si bien había dirigentes de primera y segunda categoría en zonas rurales
y urbanas, el partido seguía falto de una coordinación central, y pese al
prestigio de Yrigoyen tampoco tenía dirigentes que contaran con reconocimiento
en todo el país. De manera que el rasgo principal del período que va de 1912 a
1916 fue la intensificación de la organización partidaria. En este aspecto la
ventaja de los radicales era su vaguedad. El enfoque moral y heroico que tenían
de los problemas políticos les permitió presentarse ante el electorado como un
partido nacional, por encima de las distinciones regionales y de clase.
Luego de 1912 Yrigoyen se las
ingenió para convertir una confederación
de grupos provinciales en una organización nacional coordinada.
En las grandes ciudades, sobre
todo en Buenos Aires, surgió un sistema de “caudillos de barrio” semejante al
de EE.UU. Si bien la Ley Sáenz Peña terminó con la compra lisa y llana de los
votos, los radicales no tardaron en establecer un sistema de patronazgo que no
era menos útil a los fines de conquistar votos.
Junto con el cura de la parroquia,
el caudillo de barrio se convirtió en la figura más poderosa del vecindario y
el eje al cual giraba la fuerza política y la popularidad del radicalismo.
En esta tarea colaboraban los
comités, organizados según líneas geográficas y jerárquicas en diferentes
lugares del país. Había un comité nacional, comités provinciales, comités de
distrito y comités de barrio.
Una de las cosa que más se
jactaban los radicales era que sus representantes oficiales habían sido
elegidos mediante el sufragio libre de sus afiliados, con lo cual se evitaban
las prácticas “personalistas” de reclutamiento por cooptación o por estatus
adscripto. Sin embargo la pauta más corriente era que el comité nacional y los
provinciales estuviesen dominados por terratenientes, y los locales por la
clase media. En los primeros el reclutamiento se hacía casi siempre por
cooptación, en los segundos, se celebraban elecciones todos los años.
La actividad del comité
alcanzaba su punto culminante en época de elecciones. Amén de las tradicionales
reuniones callejeras, la fijación de carteles y la distribución de panfletos,
el comité se convertía en el distribuidor de dádivas a los electores.
Estos elementos notorios de
manipulación desde arriba también eran evidentes en el carácter amorfo de la ideología
radical, la cual estaba modulada de modo de inspirar en los grupos urbanos la
adhesión a una redistribución e la riqueza, en vez de inspirarles el anhelo de
un cambio novedoso y constructivo: exigía una diferente estructura
institucional, la canalización de los favores oficiales en dirección a las
clases medias urbanas., pero preservando el sistema social que había surgido de
la economía primario exportadora.
Principalmente como
consecuencia de su gran ubicuidad la UCR ganó las elecciones presidenciales de
1916. Sobre un total de 747.471 votos, obtuvo 340.802 (45%). A los fines de la
composición del colegio electoral, debía nombrar al presidente de la república,
los radicales fueron mayoría en la Capital, , Córdoba, Entre Ríos, Mendoza,
Santiago del Estero y Tucumán; y minoría en la provincia de Buenos Aires,
Catamarca, Corrientes, Jujuy, La Rioja, Salta y San Juan.
Los radicales no solo intentaron
incluir en su proyecto de integración política a los grupos clase media, sino
de establecer una nueva relación entre el Estado y la clase obrera urbana.
Antes
de 1916, los radicales prestaron escasa atención al problema obrero, solo se
referían a él como forma de exacerbar sus quejas contra la oligarquía. La
antipatía por la idea de clase fue uno de los rasgos salientes de la doctrina e
ideología de la UCR, que perduró luego de 1916. Otro de los rasgos
fundamentales del radicalismo en esa época fue su actitud reaccionaria contra
todo lo que tuviera apariencia de socialismo.
A
juzgar por todo esto, y pese al carácter pluriclasista y coalinacional de la
UCR, no había motivos para que el gobierno se preocupara por la clase obrera en
la forma que lo hizo. El móvil primordial fueron sus consideraciones
electoralistas y la lucha que emprendió a partir de 1916 para lograr la
supremacía en el congreso. Aun cuando los obreros nativos representaran una
pequeña proporción de la clase obrera en su totalidad, su voto, que les fuera
concedido por la ley Sáenz Peña, era una de las llaves maestras para el control
político de la Ciudad de Buenos Aires.
En
Buenos Aires, la búsqueda de apoyo obrero era asimismo un medio de poner coto
al crecimiento del PS, e impedir que se expandiera más allá de la Capital.
En
las elecciones de 1916 los radicales querían tener apoyo obrero, para esto
organizaron su campaña dentro de las líneas tradicionales del paternali8smo de
los caudillos de barrio y la beneficencia del comité. Pese a todos sus
esfuerzos no consiguieron abrir un camino decisivo para captar los votos de los
obreros.
Si
los radicales querían lograr éxito en sus esfuerzos por agenciarse el voto
obrero, debían ofrecer ventajas más duraderas y sustanciales que las que
otorgaba la beneficencia.
Por
todo ello el gobierno se embarcó en un proyecto endiente a establecer estrechos
vínculos con el movimiento sindical. En 1916, los sindicatos constituyeron un
blanco evidente de su acción. En primer lugar, eran el único baluarte que
quedaba contra el influjo de los socialistas entre los obreros. En segundo
lugar, como institución de clase gozaban ante los propios obreros de cierta
jerarquía y legitimidad, que hacía que los beneficios procedentes de él
tuvieran más oportunidades de ser aceptados que los provenientes del comité. En
tercer término, el movimiento sindical estaba experimentando grandes cambios;
los radicales tenían pocas posibilidades de conquistar el apoyo obrero si los
Anarquistas hubiesen conservado su antigua supremacía. Los Anarquistas estaban
en decadencia y su ascendiente era rápidamente reemplazado por los “sindicalistas”,
que poco a poco hicieron desaparecer la política antiestatal extrema de los
sindicatos, que quedaron bajo el control de una corriente moderada, interesada
en menos en enfrentar al Estado que en mejorar la situación económica de los
trabajadores.
Si
bien los radicales contaban ahora con una estrategia para enfrentar el problema
obrero, aún debían resolver la magnitud de los beneficios que habrían de
acordar, a los sindicalistas les interesaban los buenos salarios y no se iban a
dejar engañar por meros gestos simbólicos. Había coincidencia entre los
radicales y los sindicalistas que a
nadie le interesaba la sanción de leyes, los primeros por la preferencia de una
política de Laissez faire, y los segundos porque veían en estas la
institucionalización de la subordinación
de los trabajadores.
El
gobierno radical no se puso indiscriminadamente del lado de los obreros sino
que tendió a hacerlo cuando dicha acción podía acarrearle beneficios políticos,
por lo general en forma de votos.
Como
ni los radicales ni los obreros se preocupaban demasiado por las leyes, y como
el gobierno no controlaba el congreso, el contacto con los trabajadores se
establecía casi exclusivamente durante las huelgas.
La participación del gobierno en las
huelgas derivó de recurrir a su poder de policía para favorecer a uno u otro
bando. Retirando la policía de los lugares recorridos por los piquetes,
permitía a estos desarrollar una labor eficaz y, en ciertos casos, apelar al
sabotaje. Esto permitía a los huelguistas estar en condiciones de manejar con
efectividad su poder de negociación, y la acción estatal no les impedía obtener
beneficios cuando las condiciones prevalecientes los favorecían.
La
política laboral del gobierno radical era de utilizar la policía o el ejército
en favor o en contra de los huelguistas.
Otro
elemento vital de dicha política fue que se otorgó a los sindicatos un acceso y
comunicación preferenciales con los agentes decisorios centrales del gobierno,
ya sea Yrigoyen o sus ministros para hacer sus reclamos.
Existía,
por último, el propósito de incorporar a los sindicatos al Partido Radical,
robusteciendo así, su política de alianza de clases.
En
la mayoría de los casos, todo lo que los obreros obtenían era aliento moral: en
muy raras instancias el gobierno superó este estrecho marco. A veces apelaba a
su influencia para hacer que se reincorporase a los huelguistas; otras veces
designaba a uno de los suyos para que arbitrase en conflictos específicos, con
el objeto de favorecer lo más posible a los obreros en la decisión final. Al
mismo tiempo, el apoyo dado a los huelguistas estuvo lejos de ser automático;
lo condicionaban estrechamente los cálculos electorales.
Como innovación podemos marcar el
acceso de la clase media urbana a los cargos públicos, pero para que ésta pueda
vivir del estado continúa el modelo agroexportador y el librecambio.
Tenemos como continuidad la
intervención federal a las provincias para conseguir ciertos objetivos
políticos.
Se
innova en la relación entre el gobierno y la clase obrera (aunque algo tibia),
en la nacionalización del petróleo, en la reforma universitaria.
Continúa
la corrupción, ahora desde los caudillos de barrio, en la represión sangrienta
a los huelguistas, continúa una batalla entre la oligarquía y los radicales desde 1890 a 1930.
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