miércoles, 22 de septiembre de 2021

Entre los años 1930 y 1943, el nacionalismo alcanzó no solo a la derecha, sino también hizo que la izquierda replantease sus históricas posiciones. A continuación tenemos unos fragmentos del trabajo de Martina Guevara publicado en la Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea  

Una reconsideración sobre los debates historiográficos de la identidad nacional en Argentina (1930-1943) Martina Guevara* (recorte)

texto completo aquí

El nacionalismo en las visiones de derecha 

El nacionalismo argentino, en contraposición con lo acaecido en muchos países, no se inició como sostén de una emergente nación unificada, ni como ideología anticolonialista, sino que, por el contrario “emergió como una reacción al modelo de integración económica, étnica y cultural al sistema mundial”. De hecho, la crisis del modelo de desarrollo económico basado en un progreso material indefinido y sustentado una ideología positivista que creía en un destino manifiesto de “grandeza” para la Argentina parece ser la hipótesis más extendida a nivel general para explicar el surgimiento del nacionalismo en el país. En efecto, la reacción hacia lo que hasta el momento se consideraba ‘progreso’ repercutió, en diversas corrientes políticas. En el caso específico de las derechas nacionalistas se desarrollan durante el período inscripto entre 1930 y 1943 aproximadamente doce organizaciones principales, a saber: Legión Cívica Argentina, Acción Nacionalista Argentina-Afirmación de una Nueva Argentina, Amigos del Crisol, Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios-Alianza de la Juventud Nacionalista, Baluarte Restauración, Unión Nacionalista Argentina-Patria, Liga Republicana-Fortín, Afirmación Argentina, Frente de Fuerzas Fascistas-Unión Nacional Fascista, Renovación, Unión Cívica Nacionalista, Partido Libertador.  


Un rasgo preponderante dentro de los grupos nacionalistas de derecha es la adopción del realismo tomista como filosofía oficial.  Sus ideólogos principales en Argentina fueron Julio Meinvielle, Alberto Ezcurra Medrano, Héctor A. Llambías y Juan Carlos Villagra. El realismo tomista proclamaba el retorno a una Nación Espiritual fundada en la Iglesia Católica y basada en la obra de Santo Tomás de Aquino. Asumía que la penetración de las corrientes iluministas en Argentina constituyó una suerte de error histórico. Siguiendo esta línea, en ciertas formaciones precedentes (si bien no estrictamente partidarias, pero sí de acción directa) a los años treinta, como la Liga Social Argentina, La Liga Patriótica y La Liga Republicana, es posible prefigurar algunos de sus componentes.  

 La tradición del catolicismo social impulsada a partir del Rerum Novarum del Papa Leo XII se encuentra como el denominador común de estas tres agrupaciones. Siguiendo una posición política tomista parte de la derecha de corte integracionista entendió que, para hacer frente a las ideas revolucionarias y “disolventes” traídas por la propia inmigración convocada, era necesario recuperar la unidad identitaria nacional a partir de la organización cristiana de la sociedad bajo el marco de un corporativismo de Estado. el nacionalismo de derecha en la Argentina se inscribió en el universo ideológico del catolicismo, los nacionalistas adoptaron al catolicismo y la hispanidad como elementos fundantes de la nacionalidad, aunque se debe moderar el peso de la estructura y la ideología de la Iglesia en su conformación,  o sea no asociar directamente a los adherentes del catolicismo integral con el nacionalismo, si bien hay concordancia entre estos grupos respecto a la culpabilidad del liberalismo en la decadencia y pérdida de la identidad de la patria y su coincidencia en que el catolicismo era el mejor remedio frente al problema del comunismo. De hecho, es en esos años que se fortalece el imaginario de la Argentina como Estado Católico y que va a ser retomada luego por Uriburu y por los grupos nacionalistas uriburistas que lo sobrevivieron. 


 El inicio de un proceso a través del cual la “auténtica cosmovisión argentina” representada en los valores tradicionales de la Iglesia habría de reconquistar su posición dominante en la cultura generaba un problema para una república nacida bajo los principios de la modernidad. 

Se debe tener cuidado en circunscribir la historia de las corrientes nacionalistas en un entramado de disputas antinómicas entre visiones de raíces iluministas y posturas herederas del romanticismo, asumiendo, para estas últimas una asociación directa con posturas autoritarias y reaccionarias.  

En efecto, si la filosofía tomista nos sitúa respecto del posicionamiento ideológico filosófico de las corrientes nacionalistas de derecha entre 1930 y 1943, puede engañar en relación a sus orígenes. De hecho, podríamos encontrar como antecedente los cuestionamientos de la elite conservadora gobernante a su propio modelo de desarrollo económico, enraizados en una de las consecuencias inmediatas del mismo: la inmigración.  El rechazo frente a las transformaciones producidas por la implementación del modelo agroexportador terminó por definir el perfil ideológico de los nacionalistas; estos anexaron elementos del catolicismo y de los movimientos fascistizantes europeos hasta adquirir una tónica crecientemente militante que tuvo su punto culminante en la revolución de 1930.  

La divergencia respecto del lugar que los extranjeros ocuparon en el proyecto nacional de los políticos conservadores frente al rol que tomaron en las visiones nacionalistas marca una brecha infranqueable entre ambas vertientes. La concepción inclusiva de los conservadores con respecto a la inmigración fue distorsionada en términos xenófobos por los nacionalistas - fascistas argentinos que la consideraban un elemento ajeno al cuerpo patrio. Y si bien durante la década del 1920 un espectro importante de los grupos conservadores se fue volcando hacia un catolicismo social con el que se vinculaban los grupos nacionalistas, de todos modos, permanecían identificados con las ideas centrales del liberalismo del siglo XIX. Por el contrario, la totalidad de los grupos nacionalistas argentinos rechazaban el valor del liberalismo tanto para la historia como para el devenir del país. En este sentido, el apoyo de los sectores conservadores al golpe de septiembre de 1930 se explica en que les permitía retornar al viejo régimen que “defendía la democracia liberal, mientras negaba sus consecuencias prácticas”. 

Posiblemente, parte de la encrucijada teórica planteada pueda resolverse entendiendo como formas divergentes de concebir el nacionalismo dentro de la derecha las dos vertientes militares, la liderada por Uriburu y la conducida por Justo, que, aunque en disputa interna entre sí, perpetraron juntos el golpe a Yrigoyen. En principio, el grupo en torno a Uriburu, que aspiraba a un sistema corporativo de representación y a un estado totalitario y militarizado, podría pensarse bastante más próximo al modelo fascista italiano, con sus particularidades argentinas, que ligado a las corrientes liberales argentinas. 

La adscripción o no a un proyecto republicano funcionó como un parteaguas ya desde las organizaciones católicas que nuclearon, como vimos, buena parte de los lineamientos ideológicos del nacionalismo. Esta escisión se puede comprender desde la división entre el diario católico El pueblo –que se presentaba como un diario socialmente inclusivo, con reminiscencias del tipo popular y democrático– y la revista católica Criterio, profundamente antiliberal y antidemocrática: “Esquemáticamente El pueblo expresó la línea justista del catolicismo y Criterio la uriburista”. Las posturas defendidas por Criterio no contaban todavía con un apoyo mayoritario. De hecho, Uriburu se vio obligado en su discurso inaugural a convocar a una futura restauración democrática: “Ahora corresponde a vosotros terminar la misión comenzada por el ejército de la patria. A vosotros la Ley Sáenz Peña os ha dado el arma democrática más poderosa. Ahora envainamos las espadas y son las urnas las que tienen la palabra”.  

En efecto, la preponderancia en los grupos nacionalistas de la visión corporativa, de las coincidencias ideológicas con el fascismo, de la exacerbación de la violencia y del antisemitismo se ubicaron luego de la muerte de Uriburu. El mito de Uriburu y su revolución, que se sucedieron al fallecimiento del líder, tuvo la cualidad de funcionar como el denominador común en visiones divergentes del nacionalismo.

foto: Realpolitik




El mote de “liberal” que recaía sobre Justo no sólo significaba para la época ser desleal al uriburismo y a su causa, sino también ser traidor a los interese económicos de la Patria. El nacionalismo económico fue en principio, una reivindicación de las derechas quienes asociaban a la democracia con el control por parte de intereses foráneos de las riquezas del país. Estas críticas, que ya se habían iniciado antes de 1932, se recrudecieron luego de la firma del Tratado Roca - Runciman. En consonancia,  el principal denominador común del nacionalismo de la década del treinta su oposición a los gobiernos conservadores, cuya política económica se entendía servil a los intereses de una oligarquía hacendada y a los del comercio británico; de esta forma, el foco de las críticas de los grupos nacionalistas de derecha derivaron paulatinamente desde “las masas indisciplinadas, el populismo de Yrigoyen o el marxismo”, a la “oligarquía liberal” que, en su opinión, “procuraba continuar la degradante sumisión de la Argentina a Gran Bretaña, ya de larga data”. 

Si bien es imprescindible resaltar la diferente concepción del ideologema en las corrientes de derecha y de izquierda, la lógica antimperialista fue uno de los aglutinantes decisivos de la etapa final de los nacionalismos de los treinta y el concepto que permite trazar la principal conexión con la idea de Nación proclamada por movimientos nacionalistas de izquierda. De hecho, tres años después de la publicación de La Argentina y el Imperialismo Británico: los eslabones de una cadena 1806-1933 (1934), Julio Irazusta apoyó la candidatura de Alvear y se afilió a la UCR, al que comenzó a aceptar como único medio de lograr un gobierno antiimperialista y antiliberal. Un acercamiento similar, realizó Manuel Gálvez, que, en Vida de Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio (1939), relacionó el fascismo, en el que encontró raíces socialistas, con el yrigoyensimo, en el que leyó un espíritu corporativo. A su vez, el aprecio de la figura de Rosas se fue abriendo paso entre estos sectores fortaleciéndose a partir de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, advertir las mutaciones, escisiones y variaciones dentro de los nacionalismos de derecha nos permite no sólo conocer sus conexiones con formaciones precedentes como las fuerzas conservadoras que habían moldeado la Argentina a partir de 1880, sino también trazar algunos puntos en común con formaciones que ideológicamente resultan antitéticas. De este modo, comprobamos que “en tiempos tan agitados como aquellos, las imágenes de la historia de la Argentina no fueron nítidas y, en razón de las incertidumbres que se vivían, tampoco se alineaban estrictamente con las posiciones políticas asumidas. 

 

Formas del nacionalismo entre los grupos de izquierda 

Existe un preconcepto que asume al nacionalismo como una postura asociada únicamente a la derecha sin pensarlo como un discurso más general adaptado también a otras ideologías. Aun teniendo presente esta advertencia, la ambición de realizar un estado de la cuestión sobre los movimientos nacionalistas de izquierda en los años treinta encuentra sus límites en la escasa bibliografía dedicada al tema y en la falta de una nomenclatura específica para definirlos. 

En los años treinta se inicia la formación de lo que denominará la "corriente nacionalista de izquierda” y que se caracterizó por cuestionar las trasposiciones mecánicas en Argentina de los postulados internacionalistas del marxismo europeo válidos para su continente de origen. Esta vertiente entendió, siguiendo los lineamientos de Lenin y Trotsky para América Latina, que la pelea por la liberación y la identidad estatal - nacional constituía un paso previo a la etapa revolucionaria, a la vez que representaba la culminación de las luchas históricas contra la dominación colonial y semicolonial.  

Sin embargo, el nacionalismo postulado por estas corrientes era de dimensión sudamericana más que local. De las características comunes que, aúnan distintas facciones de lo que se considera un nacionalismo de izquierda, entendemos pertinente rescatar para el período 1930 y 1943 (aparte de la ya señalada incorporación de la concepción leninista sobre la liberación nacional) las siguientes: la convicción de que la recuperación de tradiciones populares constituyen parte de los sedimentos para conseguir una revolución nacional que debía superar la dependencia económica y cultural respecto del imperialismo capitalista; la creencia en la necesidad de constituir un nuevo pensamiento que se oponga a la cultura de elite; el hecho de impulsar un revisionismo histórico que relacione las luchas por la Independencia y los levantamientos federales del siglo XIX con las demandas populares de su presente; y el entender que la idea de una Nación sudamericana era necesaria, estratégica e históricamente, para la emancipación local y regional. 


La principal corriente del nacionalismo latinoamericano desde la década del treinta refuerza las características presentadas: “Desarrollista, antiimperialista, es decir, antiestadounidense, popular, comprometida con la situación de las masas y políticamente inclinada a la izquierda”. 

A pesar de que algunas de las particularidades anotadas se volverán más notorias a partir del surgimiento del peronismo en la Argentina, efectivamente, entre el año 1930 y 1943, y en pleno auge del pensamiento nacionalista de derecha, se conformaron otras corrientes impulsadas por las reconfiguraciones y cuestionamientos a los partidos de corte liberal. En ellas convergió la posibilidad de una lucha revolucionaria de izquierda (que en términos generales modifica un planteo inicial centrado en la lucha clasista para derivar en el antiimperialismo) con una perspectiva de defensa nacional, basada, a su vez, en una reinterpretación del pasado del país. 


A pesar de que su origen radical obliga a tomar reparos frente a su inserción en el conjunto “nacionalista de izquierda”, FORJA, la escisión radical personalista que se efectiviza en 1935 impulsada, entre otros factores, por lo que consideraron la complicidad de la conducción de Alvear con el gobierno de facto, puede situarse entre las agrupaciones más influyentes de vertiente nacionalista de izquierda. La identidad argentina construida por FORJA se alejó de la hispanidad y del catolicismo propuestas como sus fundamentos por los nacionalistas de derecha para presentar a las clases populares como los principales vectores de la nacionalidad y no así a las elites. En la Declaración aprobada en la asamblea constituyente del 29 de junio de 1935, llamaron a “la construcción de una Argentina grande y libre soñada por Hipólito Yrigoyen” (Jauretche, 2011:82) y, a lo largo de su accionar, asumieron la conducción del pueblo para superar el estadio colonial en el que entendían inserta a la Argentina. A pesar de nunca haber estado afiliado oficialmente a FORJA, Raúl Scalabrini Ortíz puede ser catalogado como el principal intelectual de la agrupación y su libro Política Británica en el Río de la Plata (1940), en el que denunciaba las conspiraciones comerciales y políticas británicas como raíz de los problemas de la Argentina, la clave de la posición económica de FORJA. La denuncia del imperialismo se sumaba en FORJA con una propuesta de industrialización de la Argentina como forma de revertir la entrega del patrimonio nacional. FORJA, se caracterizaba, en oposición a las posturas xenófobas de los nacionalistas de derecha, por la recuperación de una visión integracionista de la Argentina que había sido desplazada, como vimos, por las nuevas ideologías. A la vez, si bien se negaban a catalogarse como un partido político (hecho que en cierta medida marca el descreimiento por la estructura institucional), pensaban a la democracia como forma aspiracional de gobierno, ya que representaba la voluntad popular masiva como base de sustentación.  Los inicios políticos del principal organizador de FORJA, Arturo Jauretche, se debieron a su admiración por la Revolución mexicana y el “indoamericanismo” fomentado por el partido antiimperialista APRA. De hecho, la búsqueda de la “liberación nacional” era entendida como una etapa “en el camino hacia una comunidad supranacional de los pueblos latinoamericanos”; consecuentemente, en su manifiesto inaugural se lee: 

Que el proceso histórico argentino en particular y latinoamericano en general, revelan la existencia de una lucha permanente del pueblo en procura de su Soberanía Popular, para la realización de los fines emancipadores de la Revolución americana, contra las oligarquías como agentes de los imperialismos en su penetración económica, política y cultural, que se oponen al total cumplimiento de los destinos de América. 


foto: Wikipedia


A nivel general, la bibliografía restringe en FORJA la lista de las agrupaciones que pueden ser consideradas propias de un nacionalismo de izquierda; pero, a los fines de este trabajo, entendemos productivo analizar la relación de partidos de izquierda más tradicionales con las configuraciones y reelaboraciones que en la década de 1930 se produjeron respecto a la nacionalidad, así como sus implicancias para las definiciones ideológicas y políticas. 

 Para el caso del Partido Socialista, hacer un relevamiento crítico de sus posiciones políticas y su vinculación con diferentes ejes del pensamiento nacionalista conlleva, a la vez, a enfrentarse con las dificultades propias de las variaciones que atravesó el partido. Las mutaciones del socialismo, incluso imposibilitan ubicar a su conjunto dentro de algunos de los polos de “derecha” o de “izquierda”, de cuyo esquematismo se valió la organización de este trabajo. Aun así, se puede afirmar, por ejemplo, que la escisión que dio lugar al Partido Socialista Obrero formó parte de las corrientes que, para definirse políticamente, recurrieron a la revisión y reelaboración de la historia nacional liberal.  

Se debe destacar también la figura de Alejandro Korn, quien adhirió al Partido Socialista en 1931 y ya había decretado en los tiempos de la Reforma Universitaria la crisis del modelo político y cultural de la Generación del 80. Categóricamente antipositivista, Korn (1949) propuso la creación de una filosofía auténticamente argentina que promoviera una interpretación de la experiencia basada en síntesis entre intuición y concepto. La construcción de una visión del mundo que no se ubicase al margen de su realidad y que rompiese con el esquema de pensamiento de la argentina liberal creemos que puede, cuanto menos, asociarse al pensamiento nacionalista.  


El crecimiento del PS en la política argentina, beneficiada por la proscripción de la UCR en las elecciones, estuvo definido por una mayor apropiación de la historia nacional. Esto lo llevó a construir una “identidad particular de un socialismo que se pensaba como argentino” anclada en la formación de una cultura nacional. Además, las intervenciones antimperialistas de Alfredo Palacio en el Congreso –“Una nación cuyos instrumentos insuplantables de circulación comercial y vital son extranjeros, no es todavía una nación, es una esperanza” se podrían situar dentro del abanico ideológico abierto por el pensamiento nacionalista.  

En la actuación parlamentaria de esos años, Palacios: “reeditó sus antiguos proyectos en materia laboral y social de cuando fuera diputado a principios de siglo, enmarcados en el ideario socialista internacionalista, en los nuevos de tipo económico que propuso, demostró una profunda mutación nacionalista y antimperialista”.. De esta forma, los argumentos del diputado socialista no sólo respondían a los de la Unión Latinoamericana, sino que acudía al revisionismo historiográfico y a los postulados económico-políticos difundidos por FORJA, “posición que se consolida en el Plan de Defensa Nacional, votado por el 24 Congreso Ordinario del Partido Socialista realizado en 1938”. 

La posición del Partido Comunista parece trazada de manera antinómica a la efectuada sobre el Partido Socialista, el PC se ve marcado en los treinta por un ceñimiento ortodoxo que lo llevó a mantener posiciones prácticamente invariables en los años comprendidos entre el fin del Yrigoyenismo y el comienzo del peronismo. El énfasis puesto en el autoritarismo y el mote excluyente de “fascista” para los diferentes regímenes a los que se enfrentaba caracterizó la visión del PC frente a una realidad nacional de la que parecía ajena a sus cambios profundos. 

No obstante, a partir de 1935, movilizado por la posición frentista del Séptimo Congreso de la Comintern, como también ocurriría como veremos más adelante con el PS, el partido revisó su política en función a la creación de Frentes Populares. En esta nueva perspectiva, que se alejó de la disputa “clase” contra “clase”, entró en consideración la necesidad de una lucha emancipadora “nacional” uniéndose a las críticas antimperialistas comunes a otros espacios políticos. Como ejemplo de este cambio de perspectiva una de las consignas de luchas proclamadas por el partido el 1° de mayo de 1936 en la que se conminaba a pelear “por la liberación de nuestro país del asfixiante yugo extranjero”. 

 Este reordenamiento responde a un proceso más largo que podría datarse desde fines de los años 20 que hizo: que el PC argentino pasara del rechazo a los símbolos nacionales, de la actitud disruptiva ante las tradiciones políticas locales, y de la reducción de la historia argentina a un drama en el cual el partido no hallaba, a pesar de excepciones, su referente preferido –salvo en la vaga figura de “las masas”–, a ofrecer su versión del pasado nacional, buscando enlazarse con figuras y programas políticos del siglo XIX y cantando en sus actos no sólo el himno propio de los comunistas, La Internacional, sino el himno de la nación. 

Según lo anotado, la discordancia con respecto a un Estado que se entendía como servil a los intereses extranjeros, el consecuente rechazo al imperialismo y la denuncia a una construcción de la historia que se veía tan falsificada como los resultados de los comicios electorales parecen ser los ejes fundamentales con que la bibliografía hermana a las corrientes nacionalistas (tanto de izquierda y de derecha) del período de entreguerras, se puede pensar que para el caso de los intelectuales y militantes de las izquierdas la crisis del modelo liberal representaba una oportunidad para una salida revolucionaria. No obstante, puede sorprender, que, en varias de las agrupaciones de izquierda, o por lo menos en varios de sus miembros, continuaba preponderando una visión de la Argentina que entendía a su fundamento identitario en Mayo o que, incluso manteniéndolo escindido del panteón mitrista, conservaba la imagen de Rosas asociada a la tiranía. 

Esta asociación parece también compartida por los partidos de izquierda más tradicionales. Ghioldi, en plena conmemoración a los 50 años de la muerte de Alberdi y ante los elogios a la figura por parte del comunismo argentino, sostiene que Alberdi se había acercado a Rosas por saber este último contener los levantamientos de la masa campesina; de este modo, si bien enlazaba a uno de los próceres del canon liberal con el personaje histórico emblemáticamente colocado a su anverso, Ghioldi conservaba la asociación de la figura de Rosas con la de la tiranía. Además, al igual que en el poema de Jauretche (1934), se critica a Justo a partir de su comparación con Rosas. Versión, por otra parte, coincidente con la de otro militante comunista: Enrique González Tuñón. Dos años antes de sumarse oficialmente al PC, el poeta publicó una sátira política (1932) que puede interpretarse en oposición a Uriburu donde uno de los epítetos elegidos para describir al tirano es el de “Restaurador de las leyes”. En cuanto a la visión histórica del socialismo, da cuenta de las complejidades de su recorrido a partir del análisis de sus escisiones en el período que compete a este trabajo. La ruptura con la cúpula dirigente -que en 1929 comenzó a gestarse por parte de un sector del PS en busca de una revitalización del marxismo revolucionario y en contra de una posición reformista- articuló una visión de la historia argentina que cuestionaba la significación de Mayo para su conformación identitaria. Al mismo tiempo, este sector consideraba a los colectivos “nación” y “patria” como constructos “engendrados por las mismas fuerzas que impulsaron la constitución de la clase burguesa contemporánea” y los invalidaba a partir de una visión de la historia entendida desde el enfrentamiento de clases. Sin embargo, impulsados por los postulados en relación a la realidad latinoamericana del sexto congreso de la Comintern (1928), estos posicionamientos fueron mutando hasta asociar la emancipación nacional con una solución de las problemáticas de clase,  el registro por parte del sector disidente en pos de integrar un movimiento nacional de inspiración socialista que contemplase una salida antimperialista a los problemas económicos del país contradice el difundido estereotipo construido por la izquierda nacional en los años sesenta, la cual insistía en la ausencia de percepción del problema imperialista por parte la izquierda tradicional. 

 A partir de la búsqueda de una construcción frentista, nuevamente incitada por un llamado del Comintern, esta vez en 1935, las vertientes de izquierda del socialismo que participaban en la conformación del PSO en 1937 recuperan la Revolución de Mayo y a los miembros de la generación de 37 como antecedentes históricos en la lucha por la emancipación nacional. Para ilustrar este cambio, un discurso de la recuperación de la tradicional liberal era acompañada de la revalorización de la opción democrática como forma de gobierno.  

Si bien el fraude electoral se fue profundizando (con un breve descanso en los inicios de la presidencia de Ortiz) sobre todo en la presidencia de Castillo, los conflictos internacionales y los posicionamientos de los grupos de izquierda a escala global llevaron a la escindir la lucha partidaria entre fascistas y antifascistas.  

El PSO realizará su campaña a favor de la candidatura de Alvear proclamando la necesidad de crear un Frente Popular Antifascista y Antimperialista en la Argentina, teniendo como un hecho inicial y decisivo para la izquierda a nivel global el discurso de Georgi Dimitrov, en el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista, en 1935, donde proclama la necesidad mundial de generar Frentes Populares “para luchar frente a Hitler y Mussolini y contra cualquier posible nuevo representante de la “dictadura terrorista descarada de los elementos más reaccionario, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”. Pero encontrará en La Guerra Civil Española el eje que profundizara en la izquierda latinoamericana la identificación con la causa antifascista y republicana: Era necesario un ideal que se expresase por sobre los partidos políticos. Ese refuerzo decisivo lo dará la Guerra Civil española. Comenzada el 18 de julio de 1936, momento en que Franco se subleva contra las autoridades de la República, la explosión de la Guerra Civil española dotará a la apelación antifascista de una utilidad y capacidad tentadora inigualable hasta el momento. Con ella, no sólo la posibilidad de explosión del fascismo en cualquier lugar del mundo parecía cada vez más clara para los latinoamericanos, sino que, a través del carácter que fue tomando la defensa de la República Española, se dotaba al antifascismo de un barniz épico y “romántico” a la vez, que servía para desmentir cualquier intención partidista en dicha causa.  

En resumen, a lo largo de este apartado pudimos observar las mutaciones que en el interior de las agrupaciones de izquierda produjo las reformulaciones de la idea de nacionalidad entre 1930 y 1943. Alejados históricamente de adscripciones nacionalistas, el PS y el PC situaron a lo largo de la década parte de sus reivindicaciones dentro de ese espectro. Por otra parte, FORJA, agrupación a las que sí se suele identificar con un nacionalismo popular, estuvo lejos de mantener una posición orgánica que adecuase a todos sus miembros dentro de una visión revisionista y antiliberal de la historia Argentina. De este modo, un recorrido por las distintas agrupaciones de izquierda de la época permite trazar una visión más compleja, pero al mismo tiempo más acabada del lugar que los nacionalismos y la idea de nacionalidad tuvieron en los años treinta.