lunes, 31 de agosto de 2020

La Escuela como constructora de la nacionalidad y Tres Expresiones contra el Liberalismo de la Generación del '80

 La escuela del Estado: Obligatoria, gratuita, laica, y patriótica.

                                                                                                                            Ricardo D. Bulzomi

A partir del aluvión inmigratorio de 1880 al centenario,  las élites dirigentes e intelectuales sienten la urgencia de construir la nacionalidad argentina por parte del Estado frente a este avance.
Cabría hacerse las preguntas  ¿Por qué? ¿Acaso no existía ya el ser nacional? ¿A qué se llegó después de estas décadas en las que confirmamos nuestra soberanía sobre el territorio? ¿Cuál es el peligro que encarnan estos inmigrantes?
 Retrocediendo diez años, en la década de 1870, las fiestas mayas eran un acontecimiento esperado con mucho entusiasmo y casi carnavalesco, pero en la década de 1880 ese entusiasmo decae.  Este decaimiento puede atribuirse a varios factores, entre ellos a la solemnidad que pretenden darle a la fiesta las nuevas autoridades y a la ingente masa inmigratoria, que a su vez tienen sus propios festejos patrios.
Esta inmigración que no parece tener interés en nacionalizarse argentina, cuentan con sus propias asociaciones culturales y escuelas. Además existe también una cuestión respecto a la comunidad italiana, la más numerosa, 70% de los emigrados entre 1880 y 1886 (Devoto, 2003), porque un senador llamado Alessndro Boccardo que alentaba a la formación de una colonia en el Río de la Plata prende la luz de alarma a las autoridades nacionales que van a tomar cartas en el asunto y construir una nacionalidad que no estaba bien definida (Bertoni, 2007).
Para  esta empresa, el Estado Nacional tomó unas cuantas medidas, entre ellas, la educación, ésta no puede quedar en manos de inmigrantes y por el secularismo liberal, tampoco en manos de la Iglesia, sino a su cargo.
El Estado Nacional crea el Consejo Nacional de Educación que es el organismo encargado de la supervisión de las escuelas primarias y del primer Congreso Pedagógico Nacional en 1882, destinado a trazar las líneas de la política educativa, para más tarde, en 1884, concretar la promulgación y aplicación de la ley 1420 de educación primaria, laica y gratuita.
Con la sanción de esta ley, el Estado le disputó el control de la enseñanza primaria primeramente a la Iglesia Católica, el conflicto existió porque el Estado liberal proponía la gradualidad y el laicismo.
Esto encendió un debate dentro de la élite dirigente, porque no todos adscribían a la secularización, Pedro Goyena, José Manuel Estrada y Emilio Lamarca entre otros fueron los referentes   del pensamiento católico en este período.
En el debate Goyena – Gallo sobra el laicismo dentro de la escuela quedan marcadas las posturas en que el primero, apoyándose en la Constitución, la tradición y la historia pretende una educación dirigida por la Iglesia como fuente de toda moral contra la idolatría del Estado. No le interesa contemplar el hecho de la llegada de inmigrantes con otras religiones: el hecho de nivelar en un permiso común la enseñanza de las diversas religiones, sólo se explica por el concepto de que para el Estado todas ellas son iguales; y como es absurdo que todas sean verdaderas, importa colocar en la misma categoría de las falsas religiones.
Por su parte Delfín Gallo también se apoya en la Constitución y en la necesidad de llamar a todos los hombres, cualquiera que sea su patria, cualesquiera que sean sus creencias, e imprimirles, por medio del espectáculo y de la realidad de nuestras libertades, el amor a esta tierra, que se acostumbrarán a considerar como propia, interesándose y contribuyendo eficazmente a su prosperidad y a su grandeza (Weinberg, 1984).
Detrás de este debate sobre las libertades, la moral, etc. existía otro, porque la ley en el artículo 53 y 54 del capitulo VI, establecía un sistema de elección de las autoridades escolares de forma vertical, donde al Poder Ejecutivo le estaba reservado un papel decisivo.
Pero ese es otro tema.
Por otro lado, el Estado se propuso regular a las escuelas privadas o particulares que estaban, en su mayoría, en manos de las colectividades extranjeras y que traían aparejados otros inconvenientes, comentados al comienzo de este trabajo.
A partir de 1889 el Estado junto a los intelectuales comenzaron a crear la tradición patria, se recuerda al pasado, se hacen desfiles, se impone la obligatoriedad de embanderar los barrios en las fechas patrias, se levantan monumentos, se colocan placas conmemorativas en los inicios de las calles. En el ámbito escolar se promueve la historia patria, que antes estaba destinada a los grados superiores, se debía cantar el himno nacional y esta obligación se pasó a las escuelas particulares.

Hacia el Centenario, José María Ramos Mejía junto a Ricardo Rojas, referentes del positivismo argentino trabajan para darle a la escuela primaria la orientación patriótica que necesita para que la primera generación del inmigrante (…) comienza a ser, aunque con cierta vaguedad, la depositaria del sentimiento futuro de nacionalidad, en su concepción moderna naturalmente.(Ramos Mejía, 1994)
Ramos Mejía en 1908 es el presidente del Consejo Nacional de Educación y desde allí redacta “La Escuela Argentina en el Centenario” y “La Educación Común en la República Argentina” en donde  busca generar una enseñanza con contenidos nacionales, diseña ‘la educación patriótica’ como línea maestra de su acción. Para esta tarea Ramos Mejía revisa los planes de estudio de las escuelas primarias para lograr la orientación patriótica de la educación popular. 
Ramos Mejía sostenía que este pueblo -sobre la base de su perspectiva antropológica- no se gobierna apelando a la razón -lo que queda reservado para algunos- sino a las imágenes que aterrorizan o seducen y son los móviles de las acciones populares. Por lo tanto, la escuela primaria tiene que llevar adelante una estrategia científica de ritualización de la argentinidad para nacionalizar a la población mediante la adhesión afectiva a los símbolos patrios.
La educación común o primaria, se convierte así en un instrumento vital para adaptar a los inmigrantes y sobre todo a sus hijos a la nueva Argentina que se estaba construyendo. En el informe “La Educación Común en la República Argentina”, da instrucciones de cómo debe ser esta educación patriótica y quienes serán los encargados de impartirla; señala que la historia, la instrucción cívica y la geografía argentina estarán a cargo solamente de maestros argentinos y con la enseñanza del idioma castellano (gramática, lectura, entre otras cuestiones) igualmente argentinos o proceder de un país de habla castellana (Ramos Mejía, 1913)
Uno de los colaboradores de Ramos Mejía en esta tarea fue Ricardo Rojas quien en su informe sobre educación llamado La Restauración Nacionalista asegura la utilidad de la historia para esta empresa que se proponen, aunque discrepa un poco en la utilización de las imágenes para seducir como lo haría Ramos Mejía: El fin de la historia en la enseñanza es el patriotismo, el cual, así definido es muy diverso de la patriotería o el fetichismo de los héroes militaresComenta también la utilidad de las otras materias anteriormente mencionadas para la formación del patriotismo, lo cual hace un combo ganador de conciencias La historia propia y el estudio de la lengua del país darían la conciencia del pasado tradicional, o sea del ‘yo colectivo’; la geografía y la instrucción moral darían la conciencia de la solidaridad cívica y del territorio, o sea la cenestesia de que hablé: y con esas cuatro disciplinas la escuela contribuiría a definir la conciencia nacional y a razonar sistemáticamente el patriotismo verdadero y fecundo( Rojas, 1909).

Las políticas para la creación de una nacionalidad que existía pero que no había consenso sobre como y que era, entre la élite y el pueblo llano, logran llevarla a cabo los intelectuales del fin del siglo XIX y principios del XX.
Se llevó a cabo un proceso homogenizador destinado a todo el territorio nacional que creó en los hijos de los inmigrantes y en los sectores criollos de las urbes y del interior, un sentimiento de nacionalidad y de pertenencia.  Aún hoy, cuando existen debates acerca de qué es el ser argentino, porque no podemos hablar de una unidad racial, ni religiosa y quizá hasta cultural, hay algo que nos identifica. Esta creación de la nacionalidad, desde todos los frentes posibles, pero particularmente desde la educación, obligatoria y gratuita para que esté al alcance de todos; patriótica,  haciendo hincapié en los mitos fundacionales, en la biografía de nuestros  próceres, la enseñanza de nuestra geografía y la obligatoriedad del idioma castellano en las escuelas estatales y en las particulares. Y sobre todo el triunfo de una educación laica, para incluir no sólo a los hijos de inmigrantes italianos y españoles católicos en su mayoría, sino también a los hijos del Imperio Otomano, comúnmente llamados “los turcos”, en la que había Sirios, Armenios, Griegos y Turcos, los “Rusos”, judíos llegados de cualquier lugar de Europa y los rusos propiamente dichos. Estos inmigrantes practicaban el Cristianismo Ortodoxo, el Islam y el Judaísmo y sabiamente no se les impuso en la escuela primaria obligatoria la religión Católica Romana al igual que en la época de la Inquisición. Esta escuela del Estado obligatoria, gratuita, laica y patriótica, con algunos cambios, aún es vigente y puede ser vista como el éxito de los intelectuales positivistas argentinos.

 Bibliografía

Bertoni, Lilia Ana. Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2007.

Devoto, Fernando. Historia de la Inmigración en la Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003.

Ramos Mejía, José María; Las Multitudes Argentinas. Secretaría de Cultura de la Nación y Editorial Marymar. Buenos Aires, 1994.

Ramos Mejía, José María; La Educación Común en la República Argentina. http//www.bnm.me.gov.ar.

Rojas, Ricardo; La Restauración Nacionalista, 1909.  http//www.bnm.me.gov.ar.

Weinberg Gregorio;  Debate parlamentario, ley 1420, 1883-1884. Volumen I, Buenos Aires,
1984.

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Ramos Mejíia y el papel de la escuela en la construcción del "ser nacional"
Extracto de la investigación "Una Escuela Para Todos. Orientación patriótica de la escuela primaria en el Centenario"
Ricardo Bulzomi 

                                                                        I        

En enero de 1908, el presidente José Figueroa Alcorta designa a José María Ramos Mejía en la presidencia del Consejo Nacional de Educación (CNE) desde allí redacta junto a otros intelectuales como Joaquín V. González, Ricardo Rojas, etc. La Escuela Argentina en el Centenario y La Educación Común en la República Argentina en donde se lo encuentra urgido por generar una enseñanza con contenidos nacionales, diseña ‘la educación patriótica’ como línea maestra de su acción: los festejos del Centenario serán el escenario apoteótico de la liturgia con la que pretenden imbuir, a través de un adoctrinamiento sostenido, de actitudes y sentimientos nacionalistas a la población estudiantil. La instrucción queda subordinada a un proyecto de inspiración nacionalista en el que se antepone la función de adoctrinamiento ideológico; los contenidos educativos quedan postergados a una función ancilar. 1
Para esta tarea Ramos Mejía revisa los planes de estudio de las escuelas primarias para lograr la orientación patriótica de la educación popular.
Desde la visión de la elite conservadora de la época, era necesario volver gobernables las muchedumbres y Ramos Mejía era uno de los intelectuales de la época que se había enfocado en ese tema.
Ramos Mejía también escribe Las Multitudes Argentinas, donde hace un estudio antropológico y biológico de las clases populares del virreinato, la revolución, la época de Rosas y su caída e intenta explicar sus comportamientos; comenta la problemática por la aparición de un nuevo tipo de “multitudes,” que ya no son las tradicionales masas rurales, sino que ahora son urbanas e inmigrantes. En su estudio de esta nueva multitud encuentra que el inmigrante ya no es el portador de la civilización, como pensaba Sarmiento sino que es un ser rústico que podrá adecuarse a las exigencias del medio, pero sobre todo es su descendencia la que va a lograr adaptarse a la nueva nación
“…En nuestro país (…) la primera generación del inmigrante (…) comienza a ser, aunque con cierta vaguedad, la depositaria del sentimiento futuro de nacionalidad, en su concepción moderna naturalmente…”2


Ramos Mejía sostenía que este pueblo -sobre la base de su perspectiva antropológica- no se gobierna apelando a la razón -lo que queda reservado para algunos- sino a las imágenes que aterrorizan o seducen y son los móviles de las acciones populares. Por lo tanto, la escuela primaria tiene que llevar adelante una estrategia científica de ritualización de la argentinidad para nacionalizar a la población mediante la adhesión afectiva a los símbolos patrios.
“…No he de entrara aquí en consideraciones de índole general, conocidas de todos referentes a la constitución étnica de nuestro país y a la necesidad apremiante de robustecer el alma nacional que fueron los que aconsejaron los nuevos rumbos de la enseñanza…”3

La educación común o primaria, se convierte así en un instrumento vital para adaptar a los inmigrantes y sobre todo a sus hijos a la nueva Argentina que se estaba construyendo.
Señala en el informe La Educación Común en la República Argentina algunas problemáticas que trae aparejada la inmigración, donde constata que en las escuelas no existen retratos de nuestros héroes nacionales y sí de Humberto 1º y la reina Margarita, no desdeña el patriotismo de los inmigrantes pero ve con alarma que no lo haya en nuestras escuelas. Observa también que en una escuela de Avellaneda hay una maestra rusa que no sólo enseña en su idioma sino que induce a los niños a que lo hablaran; declara la falta de un programa de estudios acorde a lo que se estaba necesitando, donde las materias como historia y geografía quedan relegadas a un segundo lugar y donde los libros de texto son en su mayoría extranjeros.
De esta manera, en el mismo informe, da instrucciones de cómo debe ser esta educación patriótica y quienes serán los encargados de impartirla; señala que la historia, la instrucción cívica y la geografía argentina estarán a cargo solamente de maestros argentinos y con la enseñanza del idioma castellano (gramática, lectura, entre otras cuestiones) igualmente argentinos o proceder de un país de habla castellana. 4

Para llevar a cabo esta Educación Patriótica se hace hincapié en determinados ejes, como por ejemplo: higienismo, patriotismo, moral, disciplina; se prioriza la historia, geografía y literatura nacional por sobre las extranjeras, pero sobre todo el aprender la historia nacional es lo que va a marcar a fuego el patriotismo en las nuevas generaciones sean hijos de inmigrantes o no. Uno de los colaboradores de Ramos Mejía en esta tarea fue Ricardo Rojas quien en su informe sobre educación llamado La Restauración Nacionalista asegura la utilidad de la historia para esta empresa que se proponen, aunque discrepa un poco en la utilización de las imágenes para seducir como lo haría Ramos Mejía

“…El fin de la historia en la enseñanza es el patriotismo, el cual, así definido es muy diverso de la patriotería o el fetichismo de los héroes militares…”5

Comenta también la utilidad de las otras materias anteriormente mencionadas para la formación del patriotismo, lo cual hace un combo ganador de conciencias

“…La historia propia y el estudio de la lengua del país darían la conciencia del pasado tradicional, o sea del “yo colectivo”; la geografía y la instrucción moral darían la conciencia de la solidaridad cívica y del territorio, o sea la cenestesia de que hablé: y con esas cuatro disciplinas la escuela contribuiría a definir la conciencia nacional y a razonar sistemáticamente el patriotismo verdadero y fecundo…”6

Por estas razones se le da un orden a cada una de las materias, priorizando las más complejas para los 5º y 6º grados. En este sentido, Aloatti explica: En los libros de lectura se introducen, entonces, los contenidos que se incorporan en la enseñanza elemental. Y aunque una gran variedad de obras se consideran adecuadas para su desarrollo, conviene circunscribir esta revisión a los libros destinados a leer cuando ya se ha efectuado el aprendizaje de la lectura, pues, como se ha señalado, aquellos libros para el primer grado escolar no poseen textos complejos, sino más bien, palabras y frases simples, cuya temática no introduce, necesariamente, cuestiones de contenido referentes a ciencias, letras o ejemplos morales. Se excluyen también, las antologías destinadas a la escuela que compilan fragmentos de obras nacionales o extranjeras, destinadas a los alumnos más avanzados de la escuela primaria (en general, 5º y 6º grados), pues su análisis exigiría una atención detenida de un número de libros que escapa a las posibilidades de este estudio, ya que, además, la mayor parte de los fragmentos provienen de obras literarias que en principio no se destinan a la formación escolar.”7
Con este ordenamiento y con estos programas se pretende alcanzar a todas las escuelas del territorio nacional, porque el problema no afecta sólo a Buenos Aires

“…En pleno corazón de Entre Ríos, en una extensión de 3.000 kms., existía y existe una población de 10.000 rusos judíos, cuyo idioma es el hebreo, y cuyas leyes y sentimientos están inspirados en las tradiciones bíblicas y de su país de origen, siendo refractarios a todo sentimiento nacional…”8
Y también hace un llamado de atención sobre las zonas limítrofes con Paraguay y la utilización del idioma guaraní y el portugués, dejando en claro que no sólo es lo “gringo” lo que hay que argentinizar.

(…) la zona argentina limítrofe con el Brasil y el Paraguay, predominan en las poblaciones los idiomas portugués y guaraní y las costumbres propias de dichos países…”9

Se puede afirmar que la percepción de la educación como eje importante para el progreso de la Nación se caracteriza por el optimismo pedagógico y por el espíritu pragmático: de acuerdo con los lineamientos del paradigma sarmientino, la relación entre la educación y la economía conducía a valorizar los conocimientos útiles en función del trabajo y de la formación del ciudadano.10

“…El problema es de tan palpitante actualidad que no hay persona medianamente ilustrada que no mire con entusiasmo y simpatía la noble tarea emprendida, pareciendo que así se tradujera una vaga aspiración general, que aunque indefinida al parecer, flota en el ambiente y pugna por adquirir contornos precisos y determinados para penetrar en todas las conciencias coadyuvando al feliz éxito del objeto propuesto o sea el de precisar el carácter de la nacionalidad Argentina…” 11.

1  Di Tullio, Lucía Ángela; Políticas lingüísticas e inmigración. El caso argentino. Eudeba. Buenos Aires, 2003. Pág. 172.
2  Ramos Mejía, José María; Las Multitudes Argentinas. Secretaría de Cultura de la Nación y Editorial Marymar. Buenos Aires, 1994. Pág. 163.
3  Ramos Mejía, José María; La Educación Común en la República Argentina. http//www.bnm.me.gov.ar. [Consultado 16 de octubre de 2014] Pág. 8.
4 ibíd. Pág. 9.

5  Rojas, Ricardo; La Restauración Nacionalista, 1909. http//www.bnm.me.gov.ar. [Consultado 16 de octubre de 2014] Pág. 43.
6  Ibíd.

7 Aloatti, Norma. Las representaciones sobre los inmigrantes en los primeros libros de lectura argentinos (1880.1930)www.sahe.org.ar/pdf/sahe053.pdf. [Consultado mayo 2010]. Pág. 4.
8  Ramos Mejía, José María; La Educación Común en la República Argentina. http//www.bnm.me.gov.ar. [Consultado 16 de octubre de 2014] Pág. 10.
9  Ibíd. Pág. 11.
10 . Di Tullio, Lucía Ángela; Políticas lingüísticas e inmigración. El caso argentino. Pág. 172. Eudeba. Buenos Aires, 2003.


11  Ramos Mejía, José María. “orientación patriótica en la educación primaria” en revista El Monitor de la Educación Común, Tomo XXXIV, 1910 Pág. 488

                                                                        II

Los lineamientos anteriormente planteados de cómo debería llevarse a cabo esta educación patriótica estaba destinada no sólo a las escuelas estatales, sino también a las privadas, religiosas y de distintas colectividades, era obligatorio que todas adscribieran a los programas de enseñanza oficiales, en todas las materias comprendidas en el mínimum prescripto por la ley, y los horarios y textos que quisiera agregar deberían ser comunicados al Consejo Escolar respectivo y a la Inspección Técnica del ramo por lo menos quince días antes del comienzo del ciclo lectivo.1
Pese a los conflictos que haya habido con las distintas colectividades, paulatinamente se fueron adaptando a las exigencias del Estado Nacional, y dicho sea de paso no había un cuestionamiento a las jerarquías o al orden establecido ni a los contenidos curriculares dentro de las escuelas privadas o religiosas. Ahora la preocupación venía por los sectores populares inmigrantes y sus hijos, sobre todo quienes estaban de alguna manera cercanos a las ideas socialistas y anarquistas y que concurrían a las escuelas estatales. Cómo presidente del CNE Ramos Mejía va a seguir explayando sus puntos de vista y difundiendo sus ideas educativas desde su órgano de difusión y propaganda llamado El Monitor de la Educación Común (en adelante El Monitor)

“… La escuela tendrá que luchar contra poderosos y violentos obstáculos que opondrán tenaz resistencia a su acción salubrificadora, pues causa verdaderamente pena y pavor el pensar que acuden a nuestras escuelas primarias (a veces coercitivamente) los hijos de aquellos que durante la noche concurren a las sociedades libertarias a embeberse en doctrinas de destrucción y los medios más eficaces de llevarlas a la práctica, individuos que adornan sus viviendas, no con los símbolos de algo que implique ideas de paz, amor, respeto, nobleza de alma, concordia, vergüenza, sino con las efigies de abyectos criminales (…) Bien, pues: ¿Qué provecho pueden obtener los referidos niños de las sanas lecciones que empeñosamente intenta inculcarles el maestro?...”2

Aquí surgen dos problemas, el primero y quizá no lo sea tanto es la visión de una escuela ideal por parte de Ramos Mejía; el segundo y un poco más serio es la catalogación de los niños que concurren a esas escuelas y desde aquí se puede inferir que la escuela y la posibilidad de argentinización no estaba destinada a todos.
Además de la problemática social, laboral, habitacional, etc., desde estos ateneos se discute también, el monopolio de la educación que el Estado detenta y que los libertarios intentan cambiar. La relevancia de las políticas educativas en la construcción de un proyecto de sociedad es evidenciada también por el hecho de que otros actores sociales articulaban propuestas alternativas a la del proyecto nacionalista homogeneizador de la elite en control del Estado nacional.
Los anarquistas desde su aparición en el siglo XIX entendieron que el atentado individualista o la lucha sindical revolucionaria no eran los únicos frentes para lograr el ideal, sino que pusieron atención a la educación. Con la propuesta de una educación antiautoritaria ensayaron diferentes experiencias educativas que entraban en contradicción entre sus diversos teóricos, por ejemplo Miguel Bakunin entendía que en ningún caso se comprende la negación del autoritarismo como absoluta permisividad, pues en ella se corre el peligro de convertir al niño en un tirano ansioso de hacer siempre su voluntad, dejando de lado valores como la solidaridad, considera que es legitimo y necesario mientras no esté desarrollada la inteligencia del niño un cierto grado de autoridad.
Otros pensadores anarquistas como Paul Robin consideraba que las personas mayores renuncien a imponerle al niño una autoridad que solo tiene como fundamento el derecho del más fuerte, se propone difundir entre sus alumnos el odio a todo tipo de autoridad y el espíritu de rebeldía. Sebastián Faure pretendía que al niño se lo considere como a un adulto en miniatura porque aseguraba que el niño no le pertenece ni a Dios, ni al Estado, ni a su Familia, sino sólo a sí mismo. León Tolstoi en su escuela permitía que los alumnos gocen de la más absoluta libertad, opta por lo que el llama el “desorden” u “orden libre” que es que el orden surja espontáneamente de los intereses de los alumnos y nunca de la imposición forzada de los maestros.3
En nuestro país los anarquistas tienen una larga trayectoria fundando escuelas populares, estas surgen de distintos ámbitos, sindicatos, ateneos, círculos o distintas asociaciones libertarias, desde donde se proponía una educación integral que articulara conocimientos técnicos con intelectuales y un fuerte cuestionamiento a la autoridad, buscaban que el educando desarrollara el pensamiento crítico para transformar el medio social que los subyugaba. Estas experiencias que se desarrollaron entre fines del siglo XIX y comienzos del XX tuvieron poca duración, algunas por no tener el apoyo suficiente entre los obreros, otras porque a sus integrantes se les aplicaba La ley de Residencia y otras por no acordar con el Consejo Escolar de su distrito lo que implicaba el cierre forzoso. Estos inconvenientes no amedrentaban a los ácratas porque sus escuelas se seguían reproduciendo a medida que se formaba un sindicato o agrupación nueva y se iban extendiendo por el país a medida que iba creciendo la red ferroviaria4.
Estas experiencias de educación anarquista están detalladas en el libro La Educación Libertaria de Martín Acri y María del Carmen Cácerez.
Vale decir también, aunque suene a perogrullada, que todas estas escuelas se encontraban al margen del Estado, se remarca esto porque llegando a la década de 1910 comenzaría una discusión dentro del movimiento anarquista sobre insertarse en el sistema de instrucción pública, creando el primer gremio de maestros para abrir un nuevo espacio de lucha y mejorar la situación de los docentes. Julio R. Barcos fue el impulsor de esta idea de luchar dentro del sistema educativo, con el objeto de mostrar su incapacidad y su esterilidad para el cambio5. Participa además de la Liga de Educación Racionalista, fundada en los valores de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer i Guardia6 en España. Entre sus fundadores se encuentran, además de Barcos, Alberto Ghiraldo, Enrique Del Valle Iberlucea y Alicia Moreau de Justo. Esta liga publica una revista llamada La Escuela Popular, desde donde exponen sus ideas sobre cómo debería ser la educación

“… El Estado fiel a sus propósitos especuladores de su conservación, se ha apoderado de la dirección y administración de la instrucción pública (…) ¿Cuál es el pretexto? Darle uniformidad de miras a la obra educacional del país: ‘hacer patriotismo’ que no es lo mismo que ‘hacer patria’ (…) La escuela estatal no educa: no forja la personalidad del futuro hombre apto para la libertad, para la acción personal por la lucha por la vida y por los ideales de la vida, y sí, en cambio, embauca la inteligencia infantil, deprime embrutece, fragmenta y apoca el alma de la juventud que concurre a sus aulas...”7

Ahora bien, la educación racionalista ¿podía realmente disputarle el lugar a la educación del Estado? Desde la publicación La Escuela Popular no se muestran muy optimistas

(…) mientras tanto es preciso que nos resignemos a hacer lo poco que se puede hacer en un ambiente que aún no está suficientemente preparado como para servir de terreno a creaciones de tal naturaleza y teniendo frente a enemigos tan poderosos como son el Estado y las numerosas sectas religiosas que desde hace infinitos siglos son dueños de las conciencias infantiles…”8

Las escuelas racionalistas, y los maestros racionalistas que trabajaban tanto dentro como por fuera del Estado corrieron con la misma suerte que las primeras escuelas anarquistas, persecución, represión, cárcel y en el caso de los extranjeros la expulsión.
El Estado ganó su última batalla y poco a poco iba logrando sus objetivos, tener el control total de la educación por medio de las escuelas estatales, dictar los lineamientos que debían seguir las escuelas privadas y por medio de inspecciones ver o hacer que se cumplan y quienes no se adapten a sus parámetros deberán dejar de funcionar.
1 Ramos Mejía, José María; La Educación Común en la República Argentina. http//www.bnm.me.gov.ar. [Consultado 16 de octubre de 2014] Pág. 26.

2 Ramos Mejía, José María. “orientación patriótica en la educación primaria” en revista El Monitor de la Educación Común, Tomo XXXIV, 1910. Pág. 492-493.
3 García Moriyon, Félix; Del socialismo utópico al anarquismo. Editorial Cincel. Madrid. 1985. Pág. 110 a 112.
4 Acri, Martín Alberto y Cácerez, María del Carmen. La Educación Libertaria en la Argentina y en México (1861-1945). Libros de Anarres, Colección Utopía Libertaria. Buenos Aires.2011. Pág. 130 a133.

5 Ídem. Pág. 182 a 184.
6 Para un acercamiento a este tema se recomienda leer Ferrer i Guardia, F. La Escuela Moderna, Ed. Zero, Madrid. 1976.

7 Barcos, Julio. “El monopolio del Estado en la enseñanza” en revistaLa Escuela Popular Nº 1, 1912. Pág. 1.
8 Carulla, Juan Emiliano. “La propaganda Racionalista” en revista La Escuela Popular Nº 1, 1912.
Pág. 4. 


Tres Expresiones contra el Liberalismo de la Generación del '80

La expresión de las clases medias. La Unión Cívica Radical

Reseña del libro de David Rock “El Radicalismo Argentino, 1890 - 1930”

Los orígenes del partido se encuentran en la depresión económica y la oposición política a Juárez Celman del año 1890. En 1889 había surgido un grupo de oposición a este último en Buenos Aires, con el nombre de Unión Cívica de la Juventud; al año siguiente al ampliar su base de apoyo, este grupo pasó a llamarse simplemente Unión Cívica (UC).  En julio de 1890 la UC preparó una revuelta contra el presidente en la ciudad capital, que si bien no consiguió apoderarse del gobierno, obligó a aquel a dimitir. En 1891, con motivo de las relaciones que debían mantenerse con el nuevo gobierno de Carlos Pellegrini, la UC se dividió y así surgió la Unión Cívica Radical (UCR) de Além, quien en los cinco años siguientes, hasta su muerte trató infructuosamente de alcanzar el poder por la vía revolucionaria. El fracaso tanto de la UC como de los radicales estuvo determinado por el hecho de que al renunciar Juárez Celman, la fracción del PAN que respondía a Roca, y que contaba con el apoyo de Pellegrini, amplió su base política y se ganó la simpatía de la mayoría de la élite. Los partidos opositores no estaban en condiciones de contrarrestar esto apelando al apoyo popular.
                Se ha dicho con frecuencia que la revuelta de la UC en el noventa fue la primera revolución popular de la historia argentina, pero pintar las cosas de este modo puede ser engañoso. Aunque los rebeldes estaban organizados en una milicia civil, su fuerza real derivaba del apoyo que tenían por parte del ejército. El origen de la UC, de la que saldría el radicalismo un año después, no debe buscarse tanto en la movilización de sectores populares cuanto en los aludidos sectores de la elite, cuyo papel puede rastrearse en el resentimiento que alentaban contra Juárez Celman distintas facciones de la provincia de Buenos Aires debido a su exclusión de los cargos públicos y del acceso del patronazgo estatal. 
El núcleo principal de la coalición estaba integrado por jóvenes universitarios, los creadores de la Unión Cívica de la Juventud. Estos no pertenecían a la clase media urbana sino a familias patricias.
Un segundo grupo integrante de la coalición estaba integrado por varias facciones dirigidas por diferentes caudillos y que controlaban la vida política en la Capital Federal y en gran parte de la provincia de Buenos Aires. Cabe distinguir dos subgrupos, uno conducido por Bartolomé Mitre, representaba a los principales exportadores y comerciantes de la ciudad de Buenos Aires; el otro por Leandro N. Além, y contaba con el apoyo de cierto número de hacendados aunque era un caudillo urbano cuya reputación política provenía de su habilidad para organizar a los votantes para las elecciones.
En tercer lugar había algunos grupos clericales a causa de ciertas disposiciones anticlericales que tomó el gobierno.
Finalmente la UC contaba con algunos adherentes entre los sectores populares de la capital, sobre todo pequeños comerciantes y dueños de talleres artesanales.
Além trató de conquistar apoyo para la coalición fuera de Buenos Aires, pero todo lo que pudieron organizar allí los revolucionarios de julio fueron pequeñas manifestaciones callejeras, quedando limitados exclusivamente a la Capital y sus inmediaciones. Su plan era apoderarse del gobierno central y luego de las provincias. Siendo tan débil el desafío planteado por la UC, la revuelta de julio fracasó, y en vez de producirse grandes cambios quedó abierto el camino para que la solución viniera por vía de un simple ajuste de la distribución del poder dentro de la élite.
En 1891 el proceso de reorganización interna de la élite estaba virtualmente concluido, todas las facciones con verdadero predicamento habían sido atraídas por el nuevo gobierno que dejó afuera a los grupos carentes de poder. Fue en ese momento cuando vio la luz la UCR: Além y sus partidarios se vieron excluidos del plan de Pellegrini y, por consiguiente forzados a continuar su búsqueda de sustento popular y de una base de masas.
En los cinco años siguientes Além se afanó en vano por conquistar apoyo popular y obtener los medios de organizar una rebelión que pudiera triunfar; pero el descontento del pueblo  continuó diluyéndose, y sus intentos de ganarse a los grupos de hacendados fuera de Buenos Aires terminaron en un virtual fracaso. En 1891 y 1893 los radicales organizaron revueltas en las provincias, pero todas ellas sucumbieron prontamente.
De manera que pese a los esfuerzos de Além, los remanentes de adhesión popular que los radicales habían heredado de la UC se diluyeron y hacia 1896 no eran más que un grupo minúsculo en el extremo del espectro político, sumado a que en Buenos Aires debió hacerle frente a su sobrino Hipólito Yrigoyen, cuyas intrigas para imponer su voluntad fueron en parte responsables de que Além se suicidara en1896.
Durante casi todo el período que se extendió entre la muerte de Além y 1905, el radicalismo perdió posiciones. Hasta 1900, los sucesos más destacados fueron, en primer lugar el surgimiento de Yrigoyen como sucesor de Além y, en segundo lugar, el hecho de que el eje central del partido volviera a situarse en la provincia de Buenos Aires. Esto fue significante porque cuando el partido comenzó a expandirse, el grupo de Buenos Aires, conducido por Yrigoyen, lo mantuvo bajo su control, incorporando poco a poco a las filiales provinciales en una organización nacional.
En la década del 90 los estudiantes rebeldes pertenecían a la clase dirigente criolla; diez años después, buena parte de ellos provenían de las familias de inmigrantes urbanos. La lucha no giraba en ese caso en torno a las relaciones entre el gobierno y la élite terrateniente bonaerense, sino en torno al acceso a las profesiones urbanas.
Las huelgas se declararon después de que los consejos directivos, que estaban constituidos por criollos resolvieron restringir el ingreso de los descendientes de inmigrantes. En los años siguientes, los estudiantes (en especial los de Buenos Aires) pasaron a constituir un importante grupo de presión urbano a favor de la adopción del sistema de gobierno representativo, con el fin de provocar cambios en las universidades.
Con estas señales, Yrigoyen comenzó, alrededor de 1903, a planear otra revuelta. Revitalizó sus contactos con las provincias y retomó la fundación de clubes partidarios. Sin embargo el disconformismo se limitaba a ciertos grupos restringidos; además de los estudiantes, el único ámbito de inquietud importante antes de 1905 se encontraba en entre los jóvenes oficiales del ejército, que buscaban acceder a posiciones de mayor rango.  Yrigoyen planeó un golpe militar con bastante apoyo estudiantil y planeó poner en la vanguardia del movimiento a un grupo de oficiales jóvenes.
Pero este intento de golpe que se concretó en febrero de 1905 fue un fiasco, poniendo de manifiesto que, si bien los radicales habían conseguido cierto apoyo militar, los altos mandos del ejército seguían adhiriendo al gobierno conservador. Tampoco logró encender a la población capitalina. Pero aunque el golpe falló, tuvo vitales efectos a largo plazo.
Entre el golpe abortado en 1905 y la ley Sáenz Peña de 1912 los radicales avanzaron a grandes pasos en el reclutamiento del favor popular. No desaparecieron sus organizaciones provinciales y locales como en las revueltas anteriores, sino que comenzaron a expandirse. En estos años quedó constituido un conjunto de dirigentes locales intermedios, en su mayoría hijos de inmigrantes; el grueso de los líderes de clase media del partido, que tendrían tanta importancia después de 1916, se afiliaron entre 1906 y 1912. La mayor parte de ellos eran profesionales urbanos universitarios. Hacia 1908 los “clubes” pasaron a llamarse “comités”.
El crecimiento del radicalismo de comienzos del siglo XX estuvo estrechamente ligado al proceso de estratificación social que concentró los grupos dirigentes de alta jerarquía en las clases medias urbanas dedicadas a las actividades terciarias. Además de los universitarios, se contaban entre los dirigentes intermedios algunos hombres de negocios que no habían tenido éxito en su actividad. Esto nos habla de la creciente tendencia de la clase media urbana a procurarse a través de la política la riqueza y posición social que cada vez le era más difícil conseguir por otros medios.
Luego de 1905 los radicales comenzaron a incrementar el volumen de su propaganda. El contenido efectivo de la doctrina y la ideología radicales era muy limitado: no pasaba de ser un ataque ecléctico y moralista a la oligarquía., a la cual se le añadía la demanda de que instaurase un gobierno representativo. Uno de los rasgos más destacados del radicalismo a partir de esta época fue su evitación de todo programa político explícito. Los radicales no apuntaban a introducir cambios en la economía del país; su objetivo era fortalecer la estructura primario-exportadora promoviendo un espíritu de cooperación entre la élite y los sectores urbanos que estaban poniendo en tela de juicio su monopolio del poder político.
La otra importante novedad que puso de manifiesto el carácter populista que el partido había adquirido hacia 1912 fue el surgimiento de Hipólito Yrigoyen como líder.
Yrigoyen ganó prestigio a partir de 1900 de una manera bastante extraña. En lugar de presentarse como un político callejero que atrae constantemente la atención pública como hizo Além, se hizo fama de figura misteriosa. En su carrera se destaca este rasgo singular, salvo en una ocasión en los 80 en que dio un discurso en público. Su estilo político consistía en el contacto personal y la negociación cara a cara, que le permitieron extender su dominio sobre la organización partidaria y crear una cadena muy eficaz de lealtades personales.
El peculiar estilo de Yrigoyen imprimió al radicalismo buena parte de de sus connotaciones morales y éticas primitivas, que le permitieron ganar adherentes en una ola de euforia emocional.
En 1912, cuando los radicales abandonaron finalmente su política de abstención y comenzaron a postular candidatos para las elecciones, la organización del partido todavía no había terminado. Si bien había dirigentes de primera y segunda categoría en zonas rurales y urbanas, el partido seguía falto de una coordinación central, y pese al prestigio de Yrigoyen tampoco tenía dirigentes que contaran con reconocimiento en todo el país. De manera que el rasgo principal del período que va de 1912 a 1916 fue la intensificación de la organización partidaria. En este aspecto la ventaja de los radicales era su vaguedad. El enfoque moral y heroico que tenían de los problemas políticos les permitió presentarse ante el electorado como un partido nacional, por encima de las distinciones regionales y de clase.
Luego de 1912 Yrigoyen se las ingenió para convertir  una confederación de grupos provinciales en una organización nacional coordinada.
En las grandes ciudades, sobre todo en Buenos Aires, surgió un sistema de “caudillos de barrio” semejante al de EE.UU. Si bien la Ley Sáenz Peña terminó con la compra lisa y llana de los votos, los radicales no tardaron en establecer un sistema de patronazgo que no era menos útil a los fines de conquistar votos.
Junto con el cura de la parroquia, el caudillo de barrio se convirtió en la figura más poderosa del vecindario y el eje al cual giraba la fuerza política y la popularidad del radicalismo.
En esta tarea colaboraban los comités, organizados según líneas geográficas y jerárquicas en diferentes lugares del país. Había un comité nacional, comités provinciales, comités de distrito y comités de barrio.
Una de las cosa que más se jactaban los radicales era que sus representantes oficiales habían sido elegidos mediante el sufragio libre de sus afiliados, con lo cual se evitaban las prácticas “personalistas” de reclutamiento por cooptación o por estatus adscripto. Sin embargo la pauta más corriente era que el comité nacional y los provinciales estuviesen dominados por terratenientes, y los locales por la clase media. En los primeros el reclutamiento se hacía casi siempre por cooptación, en los segundos, se celebraban elecciones todos los años.
La actividad del comité alcanzaba su punto culminante en época de elecciones. Amén de las tradicionales reuniones callejeras, la fijación de carteles y la distribución de panfletos, el comité se convertía en el distribuidor de dádivas a los electores.
Estos elementos notorios de manipulación desde arriba también eran evidentes en el carácter amorfo de la ideología radical, la cual estaba modulada de modo de inspirar en los grupos urbanos la adhesión a una redistribución e la riqueza, en vez de inspirarles el anhelo de un cambio novedoso y constructivo: exigía una diferente estructura institucional, la canalización de los favores oficiales en dirección a las clases medias urbanas., pero preservando el sistema social que había surgido de la economía primario exportadora.
Principalmente como consecuencia de su gran ubicuidad la UCR ganó las elecciones presidenciales de 1916. Sobre un total de 747.471 votos, obtuvo 340.802 (45%). A los fines de la composición del colegio electoral, debía nombrar al presidente de la república, los radicales fueron mayoría en la Capital, , Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán; y minoría en la provincia de Buenos Aires, Catamarca, Corrientes, Jujuy, La Rioja, Salta y San Juan.

Los radicales no solo intentaron incluir en su proyecto de integración política a los grupos clase media, sino de establecer una nueva relación entre el Estado y la clase obrera urbana.
                Antes de 1916, los radicales prestaron escasa atención al problema obrero, solo se referían a él como forma de exacerbar sus quejas contra la oligarquía. La antipatía por la idea de clase fue uno de los rasgos salientes de la doctrina e ideología de la UCR, que perduró luego de 1916. Otro de los rasgos fundamentales del radicalismo en esa época fue su actitud reaccionaria contra todo lo que tuviera apariencia de socialismo.
                A juzgar por todo esto, y pese al carácter pluriclasista y coalinacional de la UCR, no había motivos para que el gobierno se preocupara por la clase obrera en la forma que lo hizo. El móvil primordial fueron sus consideraciones electoralistas y la lucha que emprendió a partir de 1916 para lograr la supremacía en el congreso. Aun cuando los obreros nativos representaran una pequeña proporción de la clase obrera en su totalidad, su voto, que les fuera concedido por la ley Sáenz Peña, era una de las llaves maestras para el control político de la Ciudad de Buenos Aires.
                En Buenos Aires, la búsqueda de apoyo obrero era asimismo un medio de poner coto al crecimiento del PS, e impedir que se expandiera más allá de la Capital.
                En las elecciones de 1916 los radicales querían tener apoyo obrero, para esto organizaron su campaña dentro de las líneas tradicionales del paternali8smo de los caudillos de barrio y la beneficencia del comité. Pese a todos sus esfuerzos no consiguieron abrir un camino decisivo para captar los votos de los obreros.
                Si los radicales querían lograr éxito en sus esfuerzos por agenciarse el voto obrero, debían ofrecer ventajas más duraderas y sustanciales que las que otorgaba la beneficencia.
                Por todo ello el gobierno se embarcó en un proyecto endiente a establecer estrechos vínculos con el movimiento sindical. En 1916, los sindicatos constituyeron un blanco evidente de su acción. En primer lugar, eran el único baluarte que quedaba contra el influjo de los socialistas entre los obreros. En segundo lugar, como institución de clase gozaban ante los propios obreros de cierta jerarquía y legitimidad, que hacía que los beneficios procedentes de él tuvieran más oportunidades de ser aceptados que los provenientes del comité. En tercer término, el movimiento sindical estaba experimentando grandes cambios; los radicales tenían pocas posibilidades de conquistar el apoyo obrero si los Anarquistas hubiesen conservado su antigua supremacía. Los Anarquistas estaban en decadencia y su ascendiente era rápidamente reemplazado por los “sindicalistas”, que poco a poco hicieron desaparecer la política antiestatal extrema de los sindicatos, que quedaron bajo el control de una corriente moderada, interesada en menos en enfrentar al Estado que en mejorar la situación económica de los trabajadores.
                Si bien los radicales contaban ahora con una estrategia para enfrentar el problema obrero, aún debían resolver la magnitud de los beneficios que habrían de acordar, a los sindicalistas les interesaban los buenos salarios y no se iban a dejar engañar por meros gestos simbólicos. Había coincidencia entre los radicales y los sindicalistas  que a nadie le interesaba la sanción de leyes, los primeros por la preferencia de una política de Laissez faire, y los segundos porque veían en estas la institucionalización  de la subordinación de los trabajadores.
                El gobierno radical no se puso indiscriminadamente del lado de los obreros sino que tendió a hacerlo cuando dicha acción podía acarrearle beneficios políticos, por lo general en forma de votos.
                Como ni los radicales ni los obreros se preocupaban demasiado por las leyes, y como el gobierno no controlaba el congreso, el contacto con los trabajadores se establecía casi exclusivamente durante las huelgas.
La participación del gobierno en las huelgas derivó de recurrir a su poder de policía para favorecer a uno u otro bando. Retirando la policía de los lugares recorridos por los piquetes, permitía a estos desarrollar una labor eficaz y, en ciertos casos, apelar al sabotaje. Esto permitía a los huelguistas estar en condiciones de manejar con efectividad su poder de negociación, y la acción estatal no les impedía obtener beneficios cuando las condiciones prevalecientes los favorecían.
                La política laboral del gobierno radical era de utilizar la policía o el ejército en favor o en contra de los huelguistas.
                Otro elemento vital de dicha política fue que se otorgó a los sindicatos un acceso y comunicación preferenciales con los agentes decisorios centrales del gobierno, ya sea Yrigoyen o sus ministros para hacer sus reclamos.
                Existía, por último, el propósito de incorporar a los sindicatos al Partido Radical, robusteciendo así, su política de alianza de clases.
                En la mayoría de los casos, todo lo que los obreros obtenían era aliento moral: en muy raras instancias el gobierno superó este estrecho marco. A veces apelaba a su influencia para hacer que se reincorporase a los huelguistas; otras veces designaba a uno de los suyos para que arbitrase en conflictos específicos, con el objeto de favorecer lo más posible a los obreros en la decisión final. Al mismo tiempo, el apoyo dado a los huelguistas estuvo lejos de ser automático; lo condicionaban estrechamente los cálculos electorales.

Como innovación podemos marcar el acceso de la clase media urbana a los cargos públicos, pero para que ésta pueda vivir del estado continúa el modelo agroexportador y el librecambio.
                Tenemos como continuidad la intervención federal a las provincias para conseguir ciertos objetivos políticos.
                Se innova en la relación entre el gobierno y la clase obrera (aunque algo tibia), en la nacionalización del petróleo, en la reforma universitaria.
                Continúa la corrupción, ahora desde los caudillos de barrio, en la represión sangrienta a los huelguistas, continúa una batalla entre la oligarquía y  los radicales desde 1890 a 1930.

El Anarquismo y el Socialismo en el Movimiento Obreroro

La aparición del anarquismo y el socialismo.                                

 Ricardo D. Bulzomi

En la primera década del siglo XX el problema de la construcción de la identidad nacional lejos estaba de ser un tema cerrado porque además del problema inmigratorio toma relevancia otro que pone en alerta a la clase dirigente, esto es la emergencia del Anarquismo y el Partido Socialista.

Si bien los sectores dirigentes descansaban en el mito de que este país era una “tierra de promisión”, no había nada que justificara un malestar social, el cual, entendían que era importado por agitadores extranjeros.1 Cómo se dijo anteriormente el grueso de la inmigración se quedó en las grandes ciudades. Es verdad que existió una colonización agrícola entre 1860-70 sobre todo en Santa Fe y Entre Ríos, mientras que en Buenos Aires era un poco más complicado por los altos precios de la tierra. Según Jorge Sábato, en la década de 1880 el mercado europeo comenzó a estar al alcance de los productores de carne argentinos –gracias al frigorífico- y los terratenientes y ganaderos necesitaban mano de obra y por ello recurrían a los inmigrantes, quienes arrendaban la tierra. Sin embargo, por el aluvión inmigratorio y la mano de obra nativa no todos los recién llegados tenían posibilidades de ir al campo y mucho menos de adquirir tierras porque no existía la menor intención en el terrateniente bonaerense en subdividir sus tierras, sin contar sus altos precios.

Se puede afirmar también que en su condición de arrendatario el inmigrante agregaba otros materiales como las cosechadoras, y arados, bueyes y caballos y se hacía cargo de la totalidad del riesgo y la inversión2.

Al quedarse masivamente en las grandes ciudades, la realidad del obrero inmigrante y nativo y sus familias distaban mucho del de una tierra de promisión porque convivían con una problemática laboral donde no existía una previsión social en caso de despido, enfermedad o muerte; sumado a esto existía también una problemática habitacional, donde familias enteras tenían que compartir una pieza de conventillo y en la mayoría de los casos, sin ventilación, con las lógicas consecuencias de insalubridad para sus habitantes.

Por esta sensación –o realidad- de estar a merced de la arbitrariedad de los patrones y los dueños de los conventillos y sentirse indefensos por parte del Estado, es consecuencia lógica que hayan encontrado en estos movimientos la fuerza para hacer frente a quienes consideraban sus opresores.

Se puede decir que el anarquismo hace su aparición en la Argentina en la década de 1870. En enero de 1872 inmigrantes franceses seguidores de Marx y Engels fundan la Section Française de la Association Internationale de Travaillieurs, en forma similar se funda una italiana y una española, pero seguidoras de las ideas de Bakunin. Con el tiempo surgieron las diferencias entre ambas corrientes, imponiéndose la corriente anarquista por sobre la marxista. En 1876 se crea el Centro de Propaganda Obrera con el fin de combatir las ideas marxistas entre los trabajadores locales.

Pero es la llegada del italiano Errico Malatesta en 1885 la que ayudó a darle empuje al incipiente movimiento anarquista argentino y al anarcosindicalismo en particular. Malatesta junto a otros compañeros fundan una imprenta y el Centro de Estudios Sociales, aquí brindará una serie de charlas y conferencias, impulsará la fundación de organizaciones proletarias como la Sociedad de Resistencia Cosmopolita de Obreros Panaderos, promoverá la organización del movimiento obrero, y a la vez participará en fuertes debates y luchas ideológicas con los anarquistas individualistas3.

En Argentina, al igual que Europa y algunas ciudades de Latinoamérica el anarquismo tiene diversas corrientes y formas de entenderlo, aún hoy es así. Existió una corriente que se dedicaba a ratificar “la propaganda por el hecho”, esto es lo que produjo que al anarquista se lo vea como un terrorista individual, pero el anarcosindicalismo y su idea de huelga general y revolucionaria es la corriente que se impone entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.

En 1901 se funda la Federación Obrera Argentina (FOA) una unión entre trabajadores anarquistas y socialistas, con la finalidad de conciliar actividades y diferencias de ambas tendencias y encaminar las diversas luchas obreras contra los patrones y el Estado4. Pero las diferentes formas de entender la lucha, por un lado más radicalizada de los anarquistas y por el otro más conciliadora y con miras de participación electoral generaron en 1902 una ruptura, formándose por el lado socialista la Unión General de los Trabajadores (UGT) y por el lado anarquista la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), agrupación que en su V congreso de 1905 proponen el Comunismo Anárquico como finalidad de su lucha. Es decir, recomiendan a sus adherentes


“…la propaganda e ilustración más amplia en el sentido de inculcar a los obreros los principios económicos y filosóficos del Comunismo Anárquico (…) Esta educación, impidiendo que se detengan en la conquista de las ocho horas, los llevará a su completa emancipación y por consiguiente a la evolución social que persigue…”5


Casi simultáneamente a la aparición del anarquismo en Argentina, en 1882 un grupo de inmigrantes alemanes fundan el club Vorwärts, con el propósito de difundir las ideas del socialismo según el programa de Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), pero no tuvo mucho éxito, solamente tuvo influencia en la colectividad alemana.

En 1886 por iniciativa de Juan B. Justo se funda el Partido Socialista Obrero Argentino, quien procuraba realizar el socialismo en la Argentina dentro el marco del sistema parlamentario, de donde nace su crítica a la huelga general.

El Partido Socialista no logra influir en el movimiento obrero, la misma UGT creada por sindicatos socialistas en oposición a la dirigencia anarquista, fue copada en 1906 por una nueva corriente llamada sindicalista.6

Como ya se dijo, todavía el tema de la identidad nacional no estaba cerrado y se le agrega la conflictividad de la emergencia de estos movimientos extraños a la cultura del país para alarmar todavía más a la élite dirigente, porque estos movimientos comienzan a calar hondo en los sectores nativos más marginados.

1Devoto, Fernando. Historia de la Inmigración en la Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003. Pág. 275.

2Sábato, Jorge. Notas sobre la formación de la clase dominante en la Argentina moderna (1880-1914).,http://abcdonline.com.ar/tea/info/M-/M-223A.pdf. [consultado el 14 de setiembre de 2014]. Pág. 40-41.

3Acri, Martín Alberto y Cácerez, María del Carmen. La Educación Libertaria en la Argentina y en México (1861-1945). Libros de Anarres, Colección Utopía Libertaria. Buenos Aires.2011. Pág. 109-110.

4Ibíd. Pág.119.

5FORA. Acuerdos, Resoluciones y Declaraciones. Buenos Aires 1906. Pág.17.

6Matsushita Hiroshi, Movimiento Obrero Argentino 1930-1945 sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Hyspamérica. Buenos Aires, 1986. Pág. 26-27.  



El catolicismo a la defensiva
Reseña sobre el trabajo de Fortunato Mallimaci, “El catolicismo argentino desde el liberalismo integral a la hegemonía militar”. En 500 años de cristianismo en la Argentina. Bs.As.; 1992

Nuestro país vive el auge  del liberalismo entre 1880 y 1910. La Argentina se abre al “mundo civilizado”, de la razón y el progreso, de mercados libres y expresiones en inglés y francés.
El catolicismo no fue insensible a esta situación. Así como en la sociedad se debatía sobre el modelo de país, las leyes apropiadas para el momento, el papel a jugar por las organizaciones obreras, las ideologías a imponer y las doctrinas a combatir, también al interior del catolicismo se mezclaban y entrecruzaban proyectos, modelos, alternativas.
Desde el Vaticano  se impulsa un proceso de concentración de fuerzas y de centralización de proyectos, haciendo eje en el proceso llamado de romanización, en lucha y conflicto con el moderno estado liberal que desde mediados y fines del siglo pasado busca tener la hegemonía total sobre lo social y concibe lo religioso, en este caso el catolicismo, “en el “ámbito de lo privado”.
El liberalismo busca ser hegemónico y penetrar en el conjunto de  la sociedad. Para ello debe ampliar su base de consenso y legitimidad que comienza a ser cuestionada por los nuevos actores sociales producto del proceso de transformación llevado adelante hasta el momento. Parte de ese proyecto implica impedir el crecimiento institucional del aparato eclesial, ya que este aparece tildado como “arcaico, atrasado, conservador”, ligado a la vieja sociedad colonial o caudillesca. El liberalismo se muestra así de manera integral.
El proceso de modernización capitalista va estructurando nuevas relaciones de producción que impulsan el surgimiento en las principales ciudades de diversos movimientos de trabajadores que, con el correr de los años se van organizando en asociaciones, federaciones, sindicatos, centrales obreras. Anarquistas y socialistas van a la cabeza en propaganda, organización y presencia entre los sectores obreros.
El catolicismo argentino desde fines del siglo XIX intentará también dar respuesta a la cuestión social.
El liberalismo, como los socialistas que llegan al parlamento o los anarquistas que luchan en las calles, comparten sobre este punto el mismo objetivo: la religión o debe ocupar el espacio de lo privado o debe desaparecer.
Sin embargo, las nuevas parroquias que se crean cuentan con el apoyo financiero de las grandes familias ligadas al sector agroexportador, especialmente a partir de sus mujeres, organizadas en Ligas y Grupos de Damas Católicas. Son ellas las que las apadrinan, las que forman las primeras asociaciones laicales. En estos casos no se está contra la religión sino se busca que su catolicismo de vida privada sea el dominante al interior del catolicismo argentino.
Los socialistas al ir ocupando puestos parlamentarios van a buscar ir eliminando la presencia católica de los lugares públicos y evitando su presencia en los sectores populares, especialmente en las ciudades. La propaganda anarquista y socialista presenta a la iglesia como aliada de patronos y hacendados.
Frente al avance arrollador del liberalismo y al hecho de que el mismo se personifique en familias, instituciones, símbolos y siendo además quien controla los resortes del Estado, existen sectores que deciden que cuanto antes se pueda conciliar con esos sectores, mejor serán las posibilidades de rearmar el aparato institucional tal cual estaba en la época de la cristiandad colonial. Catolizar las clases dominantes pasa a ser  para estos sectores un objetivo central.
Para otros sectores la urgencia pasa por tener una presencia entre las clases peligrosas. Para ello es fundamental evitar que el socialismo y el anarquismo continúen gravitando sobre las masas obreras que comienzan a organizarse en las grandes ciudades. Para combatir al socialismo, en esta línea de pensamiento, no se trata de conciliar con el liberalismo para impulsar junto a ellos políticas antisocialistas, sino de crear organizaciones de inspiración católica al interior de las propias clases explotadas que permitan a los trabajadores seguir viviendo su fe. No tienen dinero pero buscan controlar el aparato institucional a partir de su ligazón con Roma.
Se comienza a dar así “el nacimiento del movimiento católico” que tiene como objetivos centrales la “Recristianización de la sociedad” y crear un “catolicismo en toda la vida” impulsando una estrategia propia que haga del enfrentamiento con el liberalismo y el socialismo un mismo objetivo. Para ello es necesario movilizar a todo el catolicismo, en especial a los grupos más numerosos (los más humildes) no para eliminar a las clases pudientes, como afirman los socialistas, ni para actuar como legitimador del mercado, la propiedad privada o la libre competencia, como sostienen los liberales que se acercaron al catolicismo después de las primeras huelgas obreras, sino para lograr la armonía entre las clases, la búsqueda del bien común.
En 1892, los Círculos de Obreros comienzan a funcionar en Argentina inspirados por el padre Federico Grote y con la animación ya sea de obreros como de intelectuales católicos sensibilizados por la temática social. Frente al “liberal positivismo” y a la influencia del socialismo, los Círculos de Obreros buscan ganar las masas obreras para ponerlas bajo el saludable influjo de la Iglesia.
A medida que las luchas sociales se incrementaban, otros sectores sociales, comienzan a apoyar la tarea de los Círculos. La ultrasensibilidad de las clases dominantes argentinas las lleva a percibir graves amenazas sociales en huelgas o atentados terroristas individuales y a responder violentamente a todo tipo e organización autónoma o de luchas por mayor justicia social. Los Círculos son visualizados cono ejemplo de organización obrera. Los recursos financieros llegan de prominentes familias que permiten organizar y disponer de una mejor infraestructura. No se busca crear sindicatos católicos sino luchar contra socialistas y anarquistas para ganara los obreros a la causa del Reinado social de Jesucristo. Pero el fuerte anticlericalismo de los sectores obreros a principios de siglo va a dificultar esta tarea. La actividad social entre obreros y estudiantes, entre artesanos e intelectuales, debía llevar tarde o temprano, a buscar otros canales para que las propuestas desarrolladas en los Círculos fueran implementadas desde el Estado. La necesidad de organizarse en grupos, en movimientos o en partidos políticos va naciendo y creciendo. Su ser cristiano los ha llevado a descubrir la realidad social y desde allí buscan organizarse políticamente. El padre F. Grote y aquellos que lo acompañan en su tarea fundan en 1902 la Liga Democrática Cristiana. No se trata de un catolicismo de conciliación sino de oposición, de enfrentamiento, de lucha: un catolicismo intransigente.                Junto al esfuerzo social de los Círculos Obreros y la presencia entre los sectores empobrecidos, las autoridades episcopales buscan organizar y homogeneizar al disperso catolicismo argentino. El episcopado que se reunía regularmente desde comienzos de siglo, cree oportuno seguir el modelo implantado en Italia de unificar a las fuerzas católicas en una sola organización. La preocupación por integrar la diversidad de experiencias católicas presentes en la sociedad argentina surgidas a partir de la inmigración masiva, está presente en el cuerpo episcopal. La devoción sobre la Virgen de Luján comienza a expandirse como forma de ir logrando esa homogenización religiosa a partir de una devoción nacional. Ahora la expansión de la devoción tiene el significado de argentinizar a los diversos catolicismos, especialmente los españoles, italianos, alemanes, polacos que al llegar con sus prácticaas costumbres reproducen sus "vírgenes y símbolos religiosos". Surge en este proceso de homogenización de 1917, la Unión Popular Católica Argentina, copiada del modelo impulsado por Pío X en Italia.                                                 Presencia callejera, unificación de fuerzas católicas, control doctrinario, necesidad de liderazgos naturales van conformando este catolicismo de transición.
No debemos perder de vista que este intento de organización de las fuerzas católicas, de crear un movimiento católico se dá en el momento social que un grupo de dirigentes políticos y funcionarios allegados a las familias tradicionales ligadas al sector agroexportador se consideran desplazados por la llegada del radicalismo al gobierno. Se trata de católicos que transforman su estilo liberal de comprendeer lo religioso como algo privado y de conciencia individual, para tratar de conciliar ambas vivencias, persiguen que el catolicismo legitime publicamente sus poderes y riquezas. Monseñor Miguel De Andrea representa el intento más avanzado de ampliar el espacio para ese catolicismo de conciliación. Aquellos que buscaban colaborar, conciliar con las clases dominantes de la modernidad, encontraban que con la llegada del radicalismo, y especialmente con la experiencia del alvearismo (1922-28), se abrían nuevas posibilidades para el catolicismo argentino de ser reconocido como una parte integrante de la nacionalidad y de cumplir el rol de legitimador religioso.