Reseña del trabajo de Carlos Altamirano Bajo el signo de las masas. (1943-1973),
Biblioteca del Pensamiento Argentino VI, Ariel Historia, Buenos Aires, 2001.
Desarrollo y Desarrollistas. Después de Perón.
La Revolución Libertadora
depuso el gobierno del general Perón en septiembre de 1955. El gobierno
provisional quedó en manos del general Lonardi, que representaba el ala
nacionalista del ejército que promovía una suerte de peronismo sin Perón. Sus
hombres fueron simpatizantes del fascismo y del golpe del 4 de junio de 1943
por lo que establecieron un diálogo con la CGT en el marco de una política
negociadora que se sintetizaba en la frase de Lonardi “ni vencedores ni vencidos”. Sin embargo, un golpe dentro del golpe
lo depuso y fue reemplazado por el general Aramburu que respondía al sector
liberal de las Fuerzas Armadas, que estaba encabezado por el almirante Rojas.
El objetivo, entre otros, pasó a ser la desperonización de la sociedad y para
ello se intervino la CGT y se disolvió el Partido Peronista, entre otras
medidas represivas contra la dirigencia política y sindical del peronismo.
Con la caída de Perón, se
abre “lo que Juan Lach ha llamado “el gran debate” sobre el desarrollo económico
nacional, comenzado en los años treinta y clausurado, al menos como discusión
expuesta a la luz pública, desde 1946”. (p. 51). Cuando el asesor del régimen,
Raúl Prebisch, presenta un diagnóstico
de la situación económica argentina y sus recomendaciones para la toma de
medidas, este plan se convertirá en el centro del debate: específicamente en lo
referente a la necesidad de reajuste de divisas para promover la producción
agraria. Independientemente de las voces que se alzaron tildando de antiindustrialista
el informe, la cuestión del reajuste del tipo de cambio era lo que determinaba
el centro de la cuestión. Reajustar el tipo de cambio traía como consecuencia
inmediata el aumento de los precios internos, lo cual iba en detrimento del
salario real de los trabajadores. “Si para hacer frente a esa suba, continuaba
el razonamiento del asesor económico, se hicieran ajustes masivos de sueldos y
salarios, se alentaría nuevamente la espiral de costos y precios y la inflación
se llevaría el estímulo de la producción rural. Era necesario pagar un precio,
en resumen, por el reordenamiento económico.” (p. 53). Es decir, el precio
debía ser pagado por la clase obrera. De este modo, se “puso en el centro la
preocupación por los efectos sociales y políticos de un plan económico que
imponía austeridad y sacrificios de los asalariados”. (p. 54). La voz de la
Unión Cívica Radical expresada en Oscar Alende sostenía que “si ese plan era
resistido, la revolución no debía malograr sus principios originales
recurriendo al establecimiento de un estado gendarme”. (p. 54).
El autor resume que el
informe Prebisch abrió no solamente el debate en cuanto a las relaciones entre
el país agrario y el país industrial; la función del Estado en el desarrollo
económico frente a la iniciativa privada; el capital extranjero y el capital
nacional; el problema energético (petróleo) sino también cómo encauzar a los
vastos sectores de la sociedad alineados con la figura de Perón, totalmente
descontentos con su derrocamiento.
Este contexto histórico
hizo posible que irrumpieran las tesis que tenían como centro del pensamiento
político y económico, la idea de desarrollo (como sucedió en los demás países
de la región). “Después de 1955 y durante los quince años siguientes, la
problemática del desarrollo atrajo e inspiró a una amplia franja intelectual,
tuvo más de una vez en funciones de gobierno a portavoces y expertos enrolados
en alguna de sus tendencias, y sus temas hallaron adeptos entre los principales
partidos políticos. “ (p. 55) De este modo, el desarrollismo ocupó todo el
centro de discusiones tanto en los centros académicos e intelectuales como así
también los partidos políticos, la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas.
Todas las tesis asociadas con la economía de desarrollo tenían en común que era
el Estado quien debía impulsar el desarrollo del país a partir de su
industrialización y el abandono del lugar de mero exportador de materias
primas: los países en vías de desarrollo no dejarían el atraso sin emprender la
construcción de una estructura industrial totalmente integrada.
El autor señala que las
ideas no eran novedosas ya que muchas de ellas habían sido formuladas durante
el peronismo. Pero sí lo era el vocabulario teórico que se empleaba como así
también la circulación pública de ese discurso, en términos dramatizados. “Las
reformas que exigía el desarrollo no eran sólo necesarias, eran impostergables
y acuciantes, su cumplimiento apenas si dejaba ya tiempo” (p. 57)
En el contexto de la
guerra fría entre las dos potencias mundiales, los movimientos anticoloniales
de Asia y África, sumado a la Revolución Cubana, llevaron a la cuestión del
camino que debía emprenderse con el objetivo a ese desarrollo. El autor cita a
Jorge Graciarena enunciando el dilema: “Dos alternativas políticas de
desarrollo: cambio gradual o revolución”. En Argentina hasta mediados de la
década del sesenta, el desarrollismo se identificó con la vía gradual. Sin
embargo, entonces, surgió otra alternativa: la vía autoritaria al desarrollo.
Como ya se ha resaltado,
el discurso referido al desarrollo impregnó a todos los centros intelectuales,
académicos y políticos del país. Pero su máxima expresión se dio en las figuras
de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, que impulsaron “un movimiento
ideológico, una empresa política y una fórmula, integración y desarrollo, para
dar respuesta a los dos interrogantes capitales de la Argentina posperonista:
¿Qué rumbo debía tomar el capitalismo argentino?¿qué hacer con el peronismo, en
particular con las masas peronistas?
El primer texto
desarrollista de Arturo Frondizi, que señala Altamirano como “un verdadero
manifiesto modernista”, fue editado bajo el título Industria argentina y desarrollo nacional en 1957. El texto
enfatizaba que el Estado debía ser el motor del desarrollo mediante la
industrialización integrada de todo el país, contando con la fuerza tanto del
empresariado como de trabajadores. No obstante el lugar ocupado por el Estado,
Frondizi también daba un destacado lugar a ocupar por la iniciativa privada.
La usina del pensamiento
desarrollista estaba dada por el semanario Qué,
que sirvió de órgano de difusión de las ideas y posteriormente de estrategia
electoral. Altamirano sostiene que sus ideas no son innovadoras y se pueden
rastrear al pensamiento tanto nacionalista como marxista de la década del
cuarenta. En citas de publicaciones el semanario, Altamirano destaca su
análisis marxista que hace hincapié en la imposibilidad argentina de
constituirse en país independiente por su base material:
“La causa de esa deficiencia
nacional radica en la base material del país, en su estructura económica,
producto de una historia que hizo de la Argentina una sociedad jurídicamente
libre, pero económicamente dependiente”. (p. 60). Así planteaban que la Nación,
definida como construcción histórica, se realizaría a partir de constituirse en
una comunidad económicamente independiente. Y esa independencia sólo se obtenía
con el desarrollo industrial integrado de todo el país, aunque luego agregarían
que debía tratarse del desarrollo de la industria pesada.
Si bien en un sus inicios
el semanario Qué marcaba una
distancia con la política partidaria, a partir de 1956 “se transformó en el
vehículo de un discurso militante que conjugaba nacionalismo e industrialismo y
auspiciaba una fórmula social y política: el “frente nacional” o “nacional y
popular”. De esta forma, comenzaron a postular la candidatura de Frondizi a
presidente en un movimiento que “tendría en Frigerio su principal ideólogo y en
Frondizi su jefe político”. (p. 61). Este movimiento buscaba la convergencia
del radicalismo intransigente y el peronismo, la clase media y la clase obrera.
De esta forma se construyó un “otro”: de un lado la clase obrera y el
empresariado enfrentados al país subdesarrollado agroexportador. El autor cita
a David Viñas al definirlos como “el antiliberalismo formulado en términos de
izquierda y la posibilidad de entendimiento con lo popular”. (p. 63).
Frondizi gana las
elecciones con el apoyo del Unión Cívica Radical Intransigente, sumado a los
votos de un amplio abanico que iba desde el nacionalismo al comunismo. Pero el
peronismo, proscripto, le dio los votos decisivos, luego de un acuerdo entre
Frigerio y Perón en el exilio. A poco de asumir el 1° de mayo vio su gobierno
tutelado por las Fuerzas Armadas, en una vigilancia permanente. “Recelado de
servir al juego del comunismo o del peronismo, cedió una y otra vez a la
presión anticomunista o antiperonista, sin desprenderse nunca de la sospecha de
que hacía el juego a uno de ellos o a ambos al mismo tiempo”. (p. 64)
En menos de un año de
mandato se deshizo la coalición que lo había llevado a la presidencia. Si bien
Frondizi durante la campaña electoral había hecho esbozos de los lineamientos
que iba a tener su presidencia, no había renunciado al programa oficial de la
UCRI. Sin embargo, recién cuando asumió se hizo público su plan desarrollista.
El otrora líder antiimperialista asignó un fuerte papel a los capitales
extranjeros para el logro del desarrollo industrial del país, bajo el argumento
de la rapidez con que debía llegarse al objetivo. Altamirano citará diferentes
respuestas que dieron posteriormente Frondizi y Frigerio con respecto al camino
emprendido. En líneas generales, se puede resumir que tenían la convicción que
el camino al desarrollo no debía ser gradual sino rápido y que la Argentina no
contaba con ahorro interno suficiente para encarar ese cambio estructural con
la celeridad necesaria. De este modo se debió abrir el país a la entrada de
capitales extranjeros. El descrédito de Frondizi frente a sus votantes, fue
inmenso.
Arturo Frondizi, resume el
autor, atribuyó su derrocamiento en 1962 a los intereses que se opusieron a su
programa desarrollista. Sin embargo, la interpretación de Altamirano es
diferente. El autor señalará que la vicisitudes que atravesó el gobierno
frondizista y su desenlace final, tuvieron más que ver con dos cuestiones
políticas (el peronismo y la Revolución Cubana) que antagonismos
socioeconómicos (país industrial vs. país agroexportador).
La antítesis peronismo y
antiperonismo gravitaba, e iba a continuar haciéndolo, en la política
argentina. El integracionismo introducido por el gobierno frondizista no
satisfizo ni a unos ni a otros y fue acusada “por sus adversarios de no ser más
que una táctica de Frondizi y Frigerio para el retorno disimulado del peronismo
y aún de Perón al poder. Los peronistas, por su parte, empleando los medios que
tenían a su disposición (el control de los sindicatos, el capital de los votos
o la acción directa) presionarían para que el juego político no se normalizara
con su exclusión.” (p. 73) Así el gobierno se vio jaqueado por ambos bandos y
como respuesta su actitud fue compensar a uno y otro bando, de acuerdo a las
circunstancias. Aún sabiendo que no contaba con la fuerza suficiente para ganar
en elecciones, no tuvo más remedio que permitir la participación del peronismo
en las elecciones del 18 de marzo de 1962. El triunfo de los candidatos
peronistas fue la gota que necesitaban las Fuerzas Armadas para dar el golpe
cívico-militar que terminó con su gobierno.
El otro factor político
que Altamirano atribuye a las crisis del gobierno de Frondizi, fue la
Revolución Cubana de 1959. Este acontecimiento
histórico y su posterior desenvolvimiento fue eje de un gran debate en
la política nacional. En un principio las fuerzas antiperonistas veían en la
lucha inclaudicable de Fidel contra Batista, un paralelismo de la lucha contra
Perón que Frondizi no estaba encarando a la altura de las circunstancias. El
posterior giro de la Revolución Cubana, los alejó de toda simpatía o apoyo. Sin
embargo, el verdadero problema se suscitó para el gobierno frondizista a partir
de 1960 en que comienza el conflicto entre Cuba y Estados Unidos, en el marco
de la puja estratégica de las dos superpotencias.
Independientemente de los
giros en la política frondizista frente a la presión de EEUU por romper
relaciones diplomáticas con Cuba, no se puede comprender la magnitud del
fenómeno sin analizar los cambios que se estaban gestando desde la década del
cincuenta al interior de las Fuerzas Armadas, que llevaron al presidente a tomar decisiones aún
más drásticas dentro de nuestro país. Las Fuerzas Armadas nacionales estaban en
un proceso de reformulación doctrinaria, asesorados por militares franceses. La
que luego sería llamada Doctrina de Seguridad Nacional, clamaba por un nuevo
tipo de ofensiva, la guerra comunista revolucionaria, que se gestaba al
interior de los países, en distintos frentes (universidades, sindicatos,
partidos) y con múltiples caras. Se debía redefinir el frente externo ya que la
nueva contienda se daría en el frente interno.
Frondizi declara frente al
Congreso de EEUU en 1959 que “La verdadera defensa del continente consiste en
eliminar las causas que engendran la miseria, la injusticia y el atraso
cultural”, como cita Altamirano. Anteponía el desarrollo a la seguridad. Al
compás de las presiones norteamericanas vuelve a reformular su tesis, en un
intento de persuasión al presidente Kennedy: “La agresión comunista, la
verdaderamente peligrosa, consiste en que ofrece una esperanza de salida a la
miseria”. (p. 75) En su análisis, el desarrollo y la democracia eran los
pilares para evitar el comunismo así como la fuerza iba a llevar a Cuba a
incrementar sus lazos con los países comunistas. La administración Kennedy
lanza la Alianza para el Progreso como cara visible de dar respuesta reformista
al peligro de la revolución, al mismo tiempo que promovió la Doctrina de
Seguridad Nacional.
Bajo el gobierno de
Frondizi, así como en el posterior desarrollo histórico argentino, se cruzan
peronismo y Doctrina de Seguridad Nacional. Frente a la ofensiva obrera y las
presiones militares que lo acechaban, en 1959 Frondizi instaura la aplicación
del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), que había sido elaborado por
el peronismo pero nunca puesto en práctica. Las luchas obreras fueron
respondidas con la militarización de importantes ciudades y zonas industriales,
la intervención de numerosos sindicatos, los allanamientos y encarcelamientos
de dirigentes, que pasaron a ser juzgados por tribunales militares.
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