Buenos días, buenas tardes, buenas noches, mi nombre es Ricardo B. Soy profesor de Historia. En este blog publicaré algunas reseñas de libros de historia y trabajos de investigación de producción propia y expropiados…Además de documentos históricos y otros tipos de artículos con fines educativos.
A leer, que los libros no muerden y las pantallas de las computadoras tampoco, sólo te dejan chicato…
Reseña del trabajo de Carlos AltamiranoBajo el signo de las masas. (1943-1973),
Biblioteca del Pensamiento Argentino VI, Ariel Historia, Buenos Aires, 2001.
Desarrollo y Desarrollistas. Después de Perón.
La Revolución Libertadora
depuso el gobierno del general Perón en septiembre de 1955. El gobierno
provisional quedó en manos del general Lonardi, que representaba el ala
nacionalista del ejército que promovía una suerte de peronismo sin Perón. Sus
hombres fueron simpatizantes del fascismo y del golpe del 4 de junio de 1943
por lo que establecieron un diálogo con la CGT en el marco de una política
negociadora que se sintetizaba en la frase de Lonardi “ni vencedores ni vencidos”. Sin embargo, un golpe dentro del golpe
lo depuso y fue reemplazado por el general Aramburu que respondía al sector
liberal de las Fuerzas Armadas, que estaba encabezado por el almirante Rojas.
El objetivo, entre otros, pasó a ser la desperonización de la sociedad y para
ello se intervino la CGT y se disolvió el Partido Peronista, entre otras
medidas represivas contra la dirigencia política y sindical del peronismo.
Con la caída de Perón, se
abre “lo que Juan Lach ha llamado “el gran debate” sobre el desarrollo económico
nacional, comenzado en los años treinta y clausurado, al menos como discusión
expuesta a la luz pública, desde 1946”. (p. 51). Cuando el asesor del régimen,
Raúl Prebisch,presenta un diagnóstico
de la situación económica argentina y sus recomendaciones para la toma de
medidas, este plan se convertirá en el centro del debate: específicamente en lo
referente a la necesidad de reajuste de divisas para promover la producción
agraria. Independientemente de las voces que se alzaron tildando de antiindustrialista
el informe, la cuestión del reajuste del tipo de cambio era lo que determinaba
el centro de la cuestión. Reajustar el tipo de cambio traía como consecuencia
inmediata el aumento de los precios internos, lo cual iba en detrimento del
salario real de los trabajadores. “Si para hacer frente a esa suba, continuaba
el razonamiento del asesor económico, se hicieran ajustes masivos de sueldos y
salarios, se alentaría nuevamente la espiral de costos y precios y la inflación
se llevaría el estímulo de la producción rural. Era necesario pagar un precio,
en resumen, por el reordenamiento económico.” (p. 53). Es decir, el precio
debía ser pagado por la clase obrera. De este modo, se “puso en el centro la
preocupación por los efectos sociales y políticos de un plan económico que
imponía austeridad y sacrificios de los asalariados”. (p. 54). La voz de la
Unión Cívica Radical expresada en Oscar Alende sostenía que “si ese plan era
resistido, la revolución no debía malograr sus principios originales
recurriendo al establecimiento de un estado gendarme”. (p. 54).
El autor resume que el
informe Prebisch abrió no solamente el debate en cuanto a las relaciones entre
el país agrario y el país industrial; la función del Estado en el desarrollo
económico frente a la iniciativa privada; el capital extranjero y el capital
nacional; el problema energético (petróleo) sino también cómo encauzar a los
vastos sectores de la sociedad alineados con la figura de Perón, totalmente
descontentos con su derrocamiento.
Este contexto histórico
hizo posible que irrumpieran las tesis que tenían como centro del pensamiento
político y económico, la idea de desarrollo (como sucedió en los demás países
de la región). “Después de 1955 y durante los quince años siguientes, la
problemática del desarrollo atrajo e inspiró a una amplia franja intelectual,
tuvo más de una vez en funciones de gobierno a portavoces y expertos enrolados
en alguna de sus tendencias, y sus temas hallaron adeptos entre los principales
partidos políticos. “ (p. 55) De este modo, el desarrollismo ocupó todo el
centro de discusiones tanto en los centros académicos e intelectuales como así
también los partidos políticos, la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas.
Todas las tesis asociadas con la economía de desarrollo tenían en común que era
el Estado quien debía impulsar el desarrollo del país a partir de su
industrialización y el abandono del lugar de mero exportador de materias
primas: los países en vías de desarrollo no dejarían el atraso sin emprender la
construcción de una estructura industrial totalmente integrada.
El autor señala que las
ideas no eran novedosas ya que muchas de ellas habían sido formuladas durante
el peronismo. Pero sí lo era el vocabulario teórico que se empleaba como así
también la circulación pública de ese discurso, en términos dramatizados. “Las
reformas que exigía el desarrollo no eran sólo necesarias, eran impostergables
y acuciantes, su cumplimiento apenas si dejaba ya tiempo” (p. 57)
En el contexto de la
guerra fría entre las dos potencias mundiales, los movimientos anticoloniales
de Asia y África, sumado a la Revolución Cubana, llevaron a la cuestión del
camino que debía emprenderse con el objetivo a ese desarrollo. El autor cita a
Jorge Graciarena enunciando el dilema: “Dos alternativas políticas de
desarrollo: cambio gradual o revolución”. En Argentina hasta mediados de la
década del sesenta, el desarrollismo se identificó con la vía gradual. Sin
embargo, entonces, surgió otra alternativa: la vía autoritaria al desarrollo.
Como ya se ha resaltado,
el discurso referido al desarrollo impregnó a todos los centros intelectuales,
académicos y políticos del país. Pero su máxima expresión se dio en las figuras
de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, que impulsaron “un movimiento
ideológico, una empresa política y una fórmula, integración y desarrollo, para
dar respuesta a los dos interrogantes capitales de la Argentina posperonista:
¿Qué rumbo debía tomar el capitalismo argentino?¿qué hacer con el peronismo, en
particular con las masas peronistas?
El primer texto
desarrollista de Arturo Frondizi, que señala Altamirano como “un verdadero
manifiesto modernista”, fue editado bajo el título Industria argentina y desarrollo nacional en 1957. El texto
enfatizaba que el Estado debía ser el motor del desarrollo mediante la
industrialización integrada de todo el país, contando con la fuerza tanto del
empresariado como de trabajadores. No obstante el lugar ocupado por el Estado,
Frondizi también daba un destacado lugar a ocupar por la iniciativa privada.
La usina del pensamiento
desarrollista estaba dada por el semanario Qué,
que sirvió de órgano de difusión de las ideas y posteriormente de estrategia
electoral. Altamirano sostiene que sus ideas no son innovadoras y se pueden
rastrear al pensamiento tanto nacionalista como marxista de la década del
cuarenta. En citas de publicaciones el semanario, Altamirano destaca su
análisis marxista que hace hincapié en la imposibilidad argentina de
constituirse en país independiente por su base material:
“La causa de esa deficiencia
nacional radica en la base material del país, en su estructura económica,
producto de una historia que hizo de la Argentina una sociedad jurídicamente
libre, pero económicamente dependiente”. (p. 60). Así planteaban que la Nación,
definida como construcción histórica, se realizaría a partir de constituirse en
una comunidad económicamente independiente. Y esa independencia sólo se obtenía
con el desarrollo industrial integrado de todo el país, aunque luego agregarían
que debía tratarse del desarrollo de la industria pesada.
Si bien en un sus inicios
el semanario Qué marcaba una
distancia con la política partidaria, a partir de 1956 “se transformó en el
vehículo de un discurso militante que conjugaba nacionalismo e industrialismo y
auspiciaba una fórmula social y política: el “frente nacional” o “nacional y
popular”. De esta forma, comenzaron a postular la candidatura de Frondizi a
presidente en un movimiento que “tendría en Frigerio su principal ideólogo y en
Frondizi su jefe político”. (p. 61). Este movimiento buscaba la convergencia
del radicalismo intransigente y el peronismo, la clase media y la clase obrera.
De esta forma se construyó un “otro”: de un lado la clase obrera y el
empresariado enfrentados al país subdesarrollado agroexportador. El autor cita
a David Viñas al definirlos como “el antiliberalismo formulado en términos de
izquierda y la posibilidad de entendimiento con lo popular”. (p. 63).
Frondizi gana las
elecciones con el apoyo del Unión Cívica Radical Intransigente, sumado a los
votos de un amplio abanico que iba desde el nacionalismo al comunismo. Pero el
peronismo, proscripto, le dio los votos decisivos, luego de un acuerdo entre
Frigerio y Perón en el exilio. A poco de asumir el 1° de mayo vio su gobierno
tutelado por las Fuerzas Armadas, en una vigilancia permanente. “Recelado de
servir al juego del comunismo o del peronismo, cedió una y otra vez a la
presión anticomunista o antiperonista, sin desprenderse nunca de la sospecha de
que hacía el juego a uno de ellos o a ambos al mismo tiempo”. (p. 64)
En menos de un año de
mandato se deshizo la coalición que lo había llevado a la presidencia. Si bien
Frondizi durante la campaña electoral había hecho esbozos de los lineamientos
que iba a tener su presidencia, no había renunciado al programa oficial de la
UCRI. Sin embargo, recién cuando asumió se hizo público su plan desarrollista.
El otrora líder antiimperialista asignó un fuerte papel a los capitales
extranjeros para el logro del desarrollo industrial del país, bajo el argumento
de la rapidez con que debía llegarse al objetivo. Altamirano citará diferentes
respuestas que dieron posteriormente Frondizi y Frigerio con respecto al camino
emprendido. En líneas generales, se puede resumir que tenían la convicción que
el camino al desarrollo no debía ser gradual sino rápido y que la Argentina no
contaba con ahorro interno suficiente para encarar ese cambio estructural con
la celeridad necesaria. De este modo se debió abrir el país a la entrada de
capitales extranjeros. El descrédito de Frondizi frente a sus votantes, fue
inmenso.
Arturo Frondizi, resume el
autor, atribuyó su derrocamiento en 1962 a los intereses que se opusieron a su
programa desarrollista. Sin embargo, la interpretación de Altamirano es
diferente. El autor señalará que la vicisitudes que atravesó el gobierno
frondizista y su desenlace final, tuvieron más que ver con dos cuestiones
políticas (el peronismo y la Revolución Cubana) que antagonismos
socioeconómicos (país industrial vs. país agroexportador).
La antítesis peronismo y
antiperonismo gravitaba, e iba a continuar haciéndolo, en la política
argentina. El integracionismo introducido por el gobierno frondizista no
satisfizo ni a unos ni a otros y fue acusada “por sus adversarios de no ser más
que una táctica de Frondizi y Frigerio para el retorno disimulado del peronismo
y aún de Perón al poder. Los peronistas, por su parte, empleando los medios que
tenían a su disposición (el control de los sindicatos, el capital de los votos
o la acción directa) presionarían para que el juego político no se normalizara
con su exclusión.” (p. 73) Así el gobierno se vio jaqueado por ambos bandos y
como respuesta su actitud fue compensar a uno y otro bando, de acuerdo a las
circunstancias. Aún sabiendo que no contaba con la fuerza suficiente para ganar
en elecciones, no tuvo más remedio que permitir la participación del peronismo
en las elecciones del 18 de marzo de 1962. El triunfo de los candidatos
peronistas fue la gota que necesitaban las Fuerzas Armadas para dar el golpe
cívico-militar que terminó con su gobierno.
El otro factor político
que Altamirano atribuye a las crisis del gobierno de Frondizi, fue la
Revolución Cubana de 1959. Este acontecimientohistórico y su posterior desenvolvimiento fue eje de un gran debate en
la política nacional. En un principio las fuerzas antiperonistas veían en la
lucha inclaudicable de Fidel contra Batista, un paralelismo de la lucha contra
Perón que Frondizi no estaba encarando a la altura de las circunstancias. El
posterior giro de la Revolución Cubana, los alejó de toda simpatía o apoyo. Sin
embargo, el verdadero problema se suscitó para el gobierno frondizista a partir
de 1960 en que comienza el conflicto entre Cuba y Estados Unidos, en el marco
de la puja estratégica de las dos superpotencias.
Independientemente de los
giros en la política frondizista frente a la presión de EEUU por romper
relaciones diplomáticas con Cuba, no se puede comprender la magnitud del
fenómeno sin analizar los cambios que se estaban gestando desde la década del
cincuenta al interior de las Fuerzas Armadas, quellevaron al presidente a tomar decisiones aún
más drásticas dentro de nuestro país. Las Fuerzas Armadas nacionales estaban en
un proceso de reformulación doctrinaria, asesorados por militares franceses. La
que luego sería llamada Doctrina de Seguridad Nacional, clamaba por un nuevo
tipo de ofensiva, la guerra comunista revolucionaria, que se gestaba al
interior de los países, en distintos frentes (universidades, sindicatos,
partidos) y con múltiples caras. Se debía redefinir el frente externo ya que la
nueva contienda se daría en el frente interno.
Frondizi declara frente al
Congreso de EEUU en 1959 que “La verdadera defensa del continente consiste en
eliminar las causas que engendran la miseria, la injusticia y el atraso
cultural”, como cita Altamirano. Anteponía el desarrollo a la seguridad. Al
compás de las presiones norteamericanas vuelve a reformular su tesis, en un
intento de persuasión al presidente Kennedy: “La agresión comunista, la
verdaderamente peligrosa, consiste en que ofrece una esperanza de salida a la
miseria”. (p. 75) En su análisis, el desarrollo y la democracia eran los
pilares para evitar el comunismo así como la fuerza iba a llevar a Cuba a
incrementar sus lazos con los países comunistas. La administración Kennedy
lanza la Alianza para el Progreso como cara visible de dar respuesta reformista
al peligro de la revolución, al mismo tiempo que promovió la Doctrina de
Seguridad Nacional.
Bajo el gobierno de
Frondizi, así como en el posterior desarrollo histórico argentino, se cruzan
peronismo y Doctrina de Seguridad Nacional. Frente a la ofensiva obrera y las
presiones militares que lo acechaban, en 1959 Frondizi instaura la aplicación
del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), que había sido elaborado por
el peronismo pero nunca puesto en práctica. Las luchas obreras fueron
respondidas con la militarización de importantes ciudades y zonas industriales,
la intervención de numerosos sindicatos, los allanamientos y encarcelamientos
de dirigentes, que pasaron a ser juzgados por tribunales militares.
Reseña del trabajo de Daniel
James. Resistencia e integración. El
peronismo y la clase trabajadora argentina. 1946-1976. Editorial
Sudamericana. Buenos Aires, 1990.
Para James encontrar los
fundamentos de identificación de la clase trabajadora con el peronismo implica
reconocer dimensiones de la realidad que indaguen cuestiones que exceden el
objetivo aumento de su fuerza social producto de la mayor industrialización, como
así también los cambios en su composición y la integración de las
organizaciones obreras al aparato del estado. Sin dejar de reconocer el
ineludible rol de las mejoras materiales expresadas en los niveles de salarios
y bienestar social, es necesario buscar en otras causas menos tangibles.
Años de conservadurismo
resultaban reactivos a sus valores liberales. Se destaca la resignificación que
realiza el peronismo del concepto de ciudadanía, concebido por el liberalismo
en términos de derechos individuales donde el Estado y la política se
encontraban escindidos de la sociedad civil. El peronismo ubica la ciudadanía
en un espectro más amplio de reconocimiento de las relaciones económicas y
sociales. En tal sentido el peronismo logra captar el proceso real de aumento
de la fuerza social de los trabajadores en su reconocimiento como clase y
sujeto político con derecho a organizarse y tener acceso al Estado. Asimismo,
en contraste con la década infame cargada de humillación y frustración, tanto
individual como colectiva, representadas en la dureza de las condiciones de
trabajo y la disciplina laboral, los trabajadores identifican en el peronismo
su dignificación, una condición herética contra los valores culturales y
simbólicos precedentes.
El peronismo concebía al Estado
como un espacio de disputa entre distintas clases sociales que se organizaban
política y socialmente en defensa de sus intereses corporativos. El rol del
Estado era de una suerte de árbitro identificado en la figura de Perón, que sin
embargo se ubicaba por fuera de la pertenencia a cualquiera de ellos. Más allá
de los fuertes rasgos personalistas del régimen peronista durante el segundo
mandato éstos quedan subordinados a la afirmación de la fuerza social y
organizativa de los trabajadores como clase con su incorporación al manejo del
Estado en tanto sujetos del cambio y desarrollo de la nación impulsando la
industrialización y el nacionalismo económico con el objetivo de la “Argentina
potencia” en contra de quienes querían atar los intereses nacionales a los de
Gran Bretaña y Estados Unidos bajo el rol de proveedores de materias primas. Es
así que los trabajadores asocian el peronismo a la industrialización y a ellos
mismo como los sujetos que la llevan adelante.
Para James la identificación del
peronismo con el progreso industrial y social y con la modernidad no está tanto
relacionado a su programa político dado que en parte aspectos programáticos del
peronismo eran compartidos por su oposición política. Sin embargo, en manos del
peronismo resultaban de mayor credibilidad en tanto que parte de los partidos
de la oposición mantenían relaciones con instituciones y símbolos de las elites
oligárquicas tradicionales del Jockey Club y de la Sociedad Rural. Asimismo,
desde el punto de vista que la constitución de la fuerza social de la clase
trabajadora se efectúa a partir del crecimiento industrial habiendo encontrado
su cohesión organizativa y política a partir de esa base económica por
iniciativa de Perón desde la Secretaría de Trabajo y Bienestar Social, en sus
manos el discurso del progreso a partir de la industrialización resultaba más
verosímil. Este discurso a su vez iba acompañado de una negación que tal
progreso implicaba mayor explotación, sino por el contrario implicaban la
justicia social y la soberanía nacional. La credibilidad adquiere un carácter
central para James.
Perón posee gran habilidad para
dirigirse a la clase obrera absorbiendo diversas sensibilidades en un discurso
que posee una retórica concreta que eleva a un nivel superior a la clase
trabajadora donde pueblo y nación están constituidos principalmente por los
obreros, donde los términos son intercambiables o sintetizados en la definición
“pueblo trabajador”. Asimismo, está cargado de un sentido de inmediatez que
afirma la suficiencia de las condiciones culturales de la clase obrera tal cual
es, negando la necesidad de una elite política iluminada y denostando el
intelectualismo.
Quizás aquí este lo central de la
identificación de la clase trabajadora con el peronismo. Su carácter herético
reside en haber sido capaz de dar expresión al espíritu de irreverencia que ya
hacia 1945 se transformaba en crisis política con la puesta en cuestionamiento
de las relaciones sociales, tendiendo a superar la autoridad y el “sentido de
los límites” mostrando una recuperación de la confianza de la clase obrera en
sus propias fuerzas y poniendo a la defensiva a las elites.
El legado del peronismo resulta ambivalente
en el sentido que al mismo tiempo que plantea un reconocimiento de la clase
obrera como tal, y por ende de su fuerza social, este reconocimiento es
efectuado bajo la lógica de establecer un límite a sus aspiraciones sociales y
evitar que se desplieguen en toda su potencialidad. Para establecer este límite
el peronismo se apoyaba en un realismo de supuesta visión política limitada de
la clase obrera, es así que las referencias utópicas como el fin de la
explotación eran creíbles a partir de la acción concreta de Perón en
contraposición a las promesas políticas efectuadas durante la década infame.
Esta credibilidad se sintetizaba en: “¡Perón cumple!”.
El peronismo canalizó la
emergencia social y política de la clase obrera con una fenomenal potencia
hacia su institucionalización y regimentación para desviar el desafío herético
de su primer momento absorbiéndolo bajo una “nueva ortodoxia patrocinada por el
Estado”, una suerte de “desmovilización pasiva”. Su expresión es que la fuerte
organización sindical cohesionada y vertical es puesta en función de actuar
como representante de los intereses del Estado en el movimiento obrero. Toda la
fuerza desarrollada por los trabajadores eran canalizados hacia la idea de
desarrollar la comunión de los intereses entre el capital y el trabajo, la
colaboración entre clases opuestas en la búsqueda de un capitalismo humano que
desarrolle la economía de la nación en base al compromiso social en oposición a
un capitalismo internacional e inhumano.
La experiencia de la clase
trabajadora con el peronismo no se agota en los establecimientos fabriles sino
que se funda también en razones políticas de una particular forma de
movilización y discurso político atractivos. En un sentido la clase trabajadora
es constituida en fuerza social en el discurso político del peronismo que con
cierto éxito logra imponer la idea de armonía social. Sin embargo, su
conformación contiene un desarrollo previo independiente que encuentra en Perón
soluciones concretas a sus problemas. En tal sentido puede entender como una
interacción en dos direcciones.
De aquel sentido herético que
ponía en cuestión los límites de lo establecido y a la propia autoridad emerge,
peronismo mediante, un movimiento sindical con un profundo espíritu reformista
fuertemente subordinado al Estado, impidiendo el surgimiento de un sindicalismo
activo y autónomo. De todos modos, la legislación laboral reconociendo derechos
de los trabajadores y la obtención de determinadas condiciones de bienestar que
perduraran, si bien son apropiadas como conquistas del peronismo, son un
reconocimiento a lo que los trabajadores consiguieron en sus luchas y
movilizaciones confirmando inevitablemente su fuerza social dentro del
capitalismo. Al mismo tiempo constituyen conquistas difícilmente reversibles.
En este sentido, se visualiza la imposibilidad del peronismo para desarrollarse
como opción hegemónica en el capitalismo en tanto que su fortaleza se convierte
en la debilidad de utilizar la fuerza social de la clase obrera desde un ángulo
opuesto al que utilizo para constituir su poder político. Los trabajadores eran
concientes de su fuerza social, aunque esta era entendida bajo la clave de la
colaboración de clases.
Reseña del trabajo de Mario Rapoport, Historia económica, política y social de la Argentina (1880 – 2003)
– Capítulo 4 Los gobiernos peronistas.
En lo económico
el primer peronismo se caracterizo por: importancia del mercado interno,
nacionalismo económico, estatismo y papel central de la industrialización. La
característica fue que la implementación de estas medidas se valió de un
conjunto de instrumentos e instituciones heredadas del régimen anterior y
fueron complementadas con nuevos organismos. Pero el cambio más importante fue
la aplicación de políticas sociales que provocaron una fuerte redistribución de
los ingresos y del poder adquisitivo para los sectores trabajadores y más
pobres. Esto duro hasta la crisis de los ´50 donde se aplicaron políticas más
ortodoxas.
El IAPI fue un
instrumento que garantizo su propio monopolio estatal de venta para participar
del comercio internacional. Este vendía al exterior los productos agrarios y
les pagaba a los productores con moneda nacional, quedándose con la diferencia
entre el peso y la divisa. Estos recursos obtenidos eran transferidos a la
industria. De esta manera el Estado obtenía las ganancias de las exportaciones
agropecuarias, que anteriormente habían sido usufructuadas por los grandes
oligopolios internacionales y sus subsidiarios locales.
-Tercera posición y relación
con Latinoamérica
El país estaba lejos de lograr la independencia
económica: primero porque la industria era de sustitución de importaciones y
gran parte de los bienes de producción eran importados, por lo tanto se quedaba
ligado a los ciclos económicos mundiales y su crecimiento seguía dependiendo de
las divisas de las exportaciones agropecuarias; segundo porque esa industria
seguía siendo en gran parte de bienes de consumo y no de base; en tercer lugar
la redistribución de los ingresos reposaba sobre los altos precios de los
productos agropecuarios en el mercado internacional. Esto fue el por que de la
inflación.
La gran inflación era de tipo estructural ya que
estaba vinculada al carácter de subdesarrollo de la economía argentina que a
pesar del proceso de industrialización, continuaba preservando una base
agroexportadora que ponía limites precisos a su capacidad de expansión.
A
partir de 1952, con la gran caída de precios agrícolas, el gobierno se dio una
política de subsidios para la productividad pero limitada y con base en la
importación de maquinaria.
El
congreso de la
Productividad de 1952 puso límite a la política de aumento
salarial y al aumento de los ritmos de producción y mejor relación con los
empresarios.
El
nuevo Estado peronista (1954-1955) estuvo atravesado por una fuerte crisis
económica que afectaba fuertemente las bases de sustento del peronismo.La política para enfrentar esta
situación movilizo al apoyo popular y puso hincapié en los controles
represivos. “La política de agitación del peronismo adquirió un tono
marcadamente nacionalista y antioligárquico. El partido peronista, dando su
aporte a la victoria electoral de Perón, adquirió un rol mas relevante, lo que
intensifico la radicalización política del país”.
Otra
crisis que debió afrontar el gobierno, fue la muerte de Eva Perón, que le
quitaba al mismo un referente importantísimo en la movilización de las masas.
La cuestión se agravo aun más cuando los sindicatos
en 1953 comenzaron a denunciar el incremento del costo de vida, la corrupción
gubernamental, las investigaciones en la comercialización de la carne, cuyo
principal implicado era Juan Duarte, quien se suicido.
Todo esto llevo al gobierno a replantearse su política.
Y a plantear una política de “conciliación”, que en lo económico implicaba una
reapertura al comercio estadounidense, una disminución de los ataques a los
yanquis en los discursos, tanto de Perón como de la prensa oficialista. En lo
político se dio libertad a presos políticos conservadores, radicales y
socialistas (Ley de Admistía).
Pese a esta política y al triunfo electoral para
vicepresidente, que dio a Perón una garantía de apoyo popular, el malestar
político seguía adoptando un carácter cada vez más agudo. A esto se le sumaba
otro malestar para el gobierno peronista que era su relación con la iglesia que
se había vuelto conflictiva, produciéndose ataques de ambas partes.
En
política exterior se adopto la “tercera posición”. Luego del alejamiento
comercial con Gran Bretaña, si bien apoyaba a occidente en la Guerra fría, no aceptaba
subordinarse a EEUU. Seguía la idea de no intervenir en cuestiones de otros
países, de integración con otros vecinos
formando una unidad latinoamericana. Se rechazaba cualquier alianza con EEUU
que generara subordinación. En la política económica se imputaba una mayor
variedad y amplitud de mercados, sobre todo en lo que respecta al comercio
regional, no adhiriendo a organismos internacionales como el FMI o el BM. “La política
exterior del gobierno peronista oscilo así entre la confrontación nacionalista
y el pragmatismo negociador, aspectos que estuvieron presentes de manera
permanente, aunque el predominio de uno o de otro, en lo diversos periodos,
reflejó los alcances del programa reformista del gobierno, la variación de su
fuerza interna y los cambios de los márgenes que le brindaba el escenario
internacional y latinoamericano.
Se desarrollaron así nuevos ejes comerciales con
regiones como la URSS
y el ya nombrado regionalismo que permitía una mejor relación con los países
latinoamericanos, para contrarrestar con ello el debilitamiento del comercio
con las potencias, a lo cual se sumaba la situación interna, ya que el apoyo que antes recibía Perón, se
vio debilitado. Con lo cual, “las relaciones exteriores se convirtieron en un
ejercicio de supervivencia en el marco de una espiral de presiones
contrapuestas que contribuyeron al debilitamiento y caída del gobierno”.
Estas nuevas relaciones estuvieron marcadas por convenios
bilaterales por los cuales Argentina se transformaba en mercado para los
productos de las nuevas regiones y se aseguraba a su vez la provisión de bienes
para los planes quinquenales, y la colocación de los productos nacionales en
los nuevos mercados.
Los
aspectos que solucionaron la crisis hegemónica de la oligarquía, fueron una
serie de sucesos que permitieron a la misma, como parte de los grupos
opositores recobrar su posición política y poder formar parte con las FFAA del
golpe que derrocaría a Perón. Por un lado, la oposición estaba segura de que el
presidente ya no movilizaría a sus partidarios para defender el gobierno ante
cualquier intento de golpe, a lo cual se sumaba un gobierno ya desquebrajado,
cuyas fuerzas estaban debilitadas. Esto se vio demostrado en la política de Perón
de impulsar un compromiso con la oposición política y las clases dominantes,
entre ellas la oligarquía, política que se vio destinada al fracaso ya que la
oposición interpreto esta política como una debilidad y desorientación que
facilitaría el accionar golpista. Según el autor el golpe dejaba entrever la
necesidad de la oligarquía y el resto de los sectores económicos claves, de
reencausar la orientación económica del gobierno. Estos sectores dudaron que el
peronismo fuese capaz, en esos momentos, de llevar a cabo una conducción
coherente de una nueva fase del desarrollo capitalista.
A principios de 1949 empiezan a notarse los primeros
signos de la crisis económica que empezó por desequilibrios del sector externo
pero que tienen base en problemas del ámbito interno. Según el autor
confluyeron distintos factores:
un
vuelco desfavorable del marco internacional, con respecto a la inversión
de la balanza de pagos.
la
caída de las reservas internacionales, como consecuencia, en parte de los
gastos públicos, gastos para industrialización y del proceso de compra y
nacionalización de servicios.
El
problema estructural y en particular el sector agrario y el agotamiento de
una política redistributiva y de acentos industriales con las limitaciones
antes dichas (bienes de consumo y dependencia de bienes de base).
En el plano internacional un
elemento que perjudico fue el Plan Marshall que jugo contra las exportaciones
argentinas. Osea que para el autor, el factor que origino la crisis fue la
recuperación de Europa que restringió las exportaciones. Los países europeos
cooperaron entre ellos y además el Plan Marshall no alcanzo a los países latinoamericanos
por que a EEUU no le convenía por que era un gran productor y exportador de
materias primas agropecuarias. A esto se le sumo la gran sequía que se sucedió
en los anos 1949-50 y 1950-51 que género grande pérdidas en cereales, lino y
girasol.
Para
el autor, si bien el déficit comercial creció rápidamente en 1951 y 1952, esto
no debe oscurecer la interpretación del origen de la crisis. “El desequilibrio
externo solo ponía de manifiesto debilidades estructurales de la economía
argentina y el camino seguido por el proceso de industrialización; que
constituían, en conjunto las causas reales de los trastornos mencionados".
En líneas generales, la política de la tercera posición,
fue la política exterior peronista de no alineación con ninguno de los dos
bloques en conflictos. Esto quería decir que si bien se reconocía como parte
del mundo occidental, no se quería subordinar a las órdenes de EEUU. Además se
planteaba la cooperación con los países latinoamericanos y con los del tercer
mundo, parara así poder aprovechas la disputa de los bloques para poder
negociar en mejores condiciones con ellos. De esta manera la Argentina podría
comerciar tanto con EEUU y el campo occidental como con la URSS y sus satélites. En este
marco la relación con los EEUU fue complicada.
En
lo económico se intento mantener el viejo esquema triangular en función de la
industrialización. Esto era exportar a GB y Europa a fin de obtener divisas
para la compra de bienes y equipos para la producción que solo podían, en ese
momento, ser provistos por EEUU. Entre 1946 y 1948 GB siguió siendo el mayor
comprador de las exportaciones argentinas y EEUU el mayor proveedor de
Argentina.
En
el plano diplomático eran donde se presentaba divergencias como las antes
nombradas con respecto a la conformación del bloque latinoamericano. Aparte,
diversos acontecimientos complicaron la relación aun más. Ante la escasez de
divisas, la Argentina
debió reducir sustancialmente el comercio con los EEUU y suspender el cambio
para la remisión de dividendos de empresas extranjeras. Las presiones internas
de ambos países agudizaron el conflicto entre el gobierno argentino y la prensa
norteamericana.
En
1950 la situación internacional (guerra de Corea y agudización de la guerra
fría) acerco mas a los dos países ya que EEUU priorizo el sistema
interamericano e integro a la
Argentina en el mismo por su posición estratégica. Al mismo
tiempo del lado argentino jugaban diversos hechos y tendencias a favor del
acercamiento. “En el plano externo, la quiebra de la triangulación promovida
por la inconvertibilidad de la libra, la acentuación del esquema bipolar y el
cambio de orientación de las corrientes comerciales mundiales. En lo interno,
la crisis económico-financiera, expresión del techo alcanzado por las reformas
peronistas y de la limitación del proceso de industrialización.
Las
respuestas económicas del gobierno peronista a la crisis de 1951-52 abrieron
una nueva etapa en la relación con los EEUU. El gobierno planteo la necesidad
de estimular la inversión de capitales extranjeros como complemento del capital
privado nacional y del Estado, lo que se reflejo en la Ley de Inversiones Extranjeras
de 1953. Además esto se daba en el marco internacional de un cambio de
estrategia mas agresiva norteamericana, con la gestión de Eisenhower, contra el
contra el comunismo, que dejaba abierta la puerta a la Argentina.
Sin embargo, en 1954, en la X Conferencia
Interamericana de Cancilleres en Caracas, convocada por el Departamento de
Estado yanqui, los EEUU intentaron hacer aprobar su propuesta de formar un eje
americano anticomunista. Los países latinoamericanos aceptaron la propuesta
meno Guatemala que voto en contra y México y Argentina que se abstuvieron,
volviendo esta ultima a poner distancia con respecto a la política
internacional.
Para el autor,
la política de los EEUU hacia la argentina fue de “correcta amistad”, pero a
partir de 1954 fue de “presión amistosa”, y en general las relaciones del
gobierno peronista con los EEUU estuvieron signadas más por el conflicto que
por la armonía.
Según el autor la caída de
Perón no se debió a factores económicos, sino a las contradicciones engendradas
por una espiral contradictoria de sucesos políticos. El modelo económico sobre
el cual el peronismo se baso, tardaría unos cuantos años más en desmantelarse.
La consecuencia de episodios
(conflicto con la iglesia, las negociaciones con las empresas petroleras, el
deterioro de la situación política interna, que fueron creando sectores
enemigos del gobierno o ampliando las ya existentes), la oposición, desde el
nacionalismo católico hasta la izquierda liberal -pasando por los radicales,
que eran su núcleo mas numeroso- estrecho filas contra Perón. En Mayo de 1955,
la convocatoria a una convención constituyente para establecer la separación de
la iglesia y el Estado, y la derogación de la Ley de enseñanza religiosa en la escuela pública
terminaron de galvanizar el frente político opositor. Por otro lado, las
negociaciones petroleras enajenaron los apoyos nacionalistas con que contaba el
gobierno dentro de las FFAA, y desconcertaron y paralizaron a las fuerzas
sociales que le daban sustento político.
Para Rapoport la conspiración alentó la actividad
política de masas contando con la movilización de vastos sectores de clase
media. Por ejemplo, la procesión de Corpus Christi el 11 de junio de 1955, que
fue una movilización muy grande que no solo abarco a Buenos Aires y que núcleo
a toda la oposición y culminó con la sublevación y bombardeo militar del 16 de
junio. Como respuesta a estas acciones, grupos de civiles peronistas quemaron
varias iglesias y el arzobispado. Entonces el Vaticano excomulgo a Perón y los
medios internacionales también lo condenaron.
Perón no se apoyo en los trabajadores para resolver la
crisis, sino que lo hizo en las FFAA que aun la gran mayoría lo apoyaba. Esto
hizo que las FFAA tomaran el papel de árbitro de la situación y limitaron el
accionar de Perón hacia una respuesta más de conciliación contra sus oponentes.
El llamado a la “pacificación” fue tomado por la oposición como un signo de
debilidad.
La siguiente jugada de Perón fue la de presentar ante las
masas su renuncia y provocar una gran movilización en su apoyo convocada por la CGT el 31 de agosto y así hacer
una demostración de fuerza frente a los enemigos. El detalle de esta acción fue
que el tono de su discurso en la
Plaza fue mas agresivo de lo que venia siendo. Esto no asusto
a los golpistas, sino que los hizo acelerar sus planes y el gobierno por otro
lado no se dio “en serio” ninguna medida para reprimirlo. El 16 de septiembre
un golpe de estado llamado “La revolución libertadora” tomo el poder. Para el
autor hay tres factores que contribuyeron a su éxito:
Los conspiradores del 16 de junio se dieron
cuenta que Perón no iba a acudir a resistir ante un golpe.
Perón confío en las FFAA, pero una parte
“confiable” se sumo al golpe y otra muy grande quedo neutralizada.
La conciliación después del 16 de junio fue un
signo de debilidad y no de fortaleza para los opositores.
Sin embargo, dentro de las
cuestiones económicas del golpe el autor pone de relieve que los sectores mas poderosos de las
burguesías industrial y agropecuarias argentinas dudaban de la disposición del
peronismo para conducir una nueva fase de desarrollo capitalista acorde con las
tendencias impulsadas por los EEUU tras el fin de la segunda guerra. Solo el
derrocamiento del gobierno peronista podía hacer posible ese proyecto que en
síntesis era:
Entrada irrestricta de inversiones extranjeras.
Intensificar el acercamiento a EEUU e incorporar
al país a los organismos económicos multinacionales.
Eliminar las regulaciones estatales.
Subordinar la base social del peronismo a los
objetivos de nuevas formas de acumulación.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Actores
sociales del siglo XX. Entre el Yrigoyenismo y el Frondizismo
Texto
basado en los trabajos de Fernando Devoto “Historia de la
Inmigración Argentina” y Juan José Sebreli “Buenos Aires, Vida
Cotidiana y Alienación”
Como
veníamos observando en encuentros anteriores la elite en 1880 dio
por concluido el período de las guerras civiles, donde consiguió
proletarizar al gaucho, exterminó a las etnias pampas y patagónicas,
incorporó las tierras al sur del río negro al territorio nacional,
fijando los límites con Chile.
Con el
aporte de capitales ingleses en la industria del frigorífico y los
ferrocarriles y nuestro país como productor de carne, lo único que
quedaba era el progreso indefinido.
El
aluvión inmigratorio de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX
le cambiaron la cara a la Argentina y sobre todo a las grandes
ciudades, sobre todo a Buenos Aires.
Los
inmigrantes que llegaron en su mayoría italianos y españoles, no
solo trajeron las ideologías de lucha, sino también otras ideas en
cuanto a la generación de la riqueza.
¿Quienes
eran los inmigrantes? Según Fernando Devoto en su libro Historia de
la Inmigración Argentina, para el período de la inmigración de
masas de europeos, desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la
Primera Guerra Mundial, la cuestión de definir a un inmigrante
parece a primera vista bastante sencilla. Se trataría de los
europeos más o menos pobres, campesinos, varones, mayoritariamente
analfabetos, que arribaban a nuestro país para “hacer la América”,
en su propia perspectiva, y para poblar el desierto en la
perspectivas de las elites argentinas.
La ley
de inmigración de 1876 en el articulo 12 define al inmigrante como
a: "todo extranjero jornalero, artesano,
industrial, agricultor o profesor, que siendo menor de sesenta años
y acreditando su moralidad y sus aptitudes, llegase a la república
para establecerse en ella, en buques a vapor o a vela, pagando pasaje
de segunda o tercera clase, o teniendo el viaje pagado por cuenta de
la Nación, de las provincias o de las empresas particulares,
protectoras de la inmigración y la colonización.”
En la
percepción de los contemporáneos, aquella amplitud de una ley que
incluía en la definición de inmigrante a los que llegaban en
segunda clase y no solo en tercera clase reducía en los estereotipos
sociales. Aquí inmigrante equivale a europeo, a trabajador, a
rústico. En este último sentido, coincidía con las definiciones
jurídicas o censales de los países de emigración y en los de
inmigración en Europa y en América en el siglo XIX.
Como
vimos anteriormente, estos inmigrantes comienzan a ocupar diversos
sectores en la sociedad, desde obreros, jornaleros y peones; muchos
fueron curas y otros lograron hacer fortuna en el comercio y acceder
a la tierra y dedicarse a la agricultura.
Los
inmigrantes terminaron ocupando todas las clases sociales en el nuevo
país.
La
pirámide social Argentina
Las
Burguesías
Según
Juan José Sebreli, la burguesía más antigua y a la que nosotros
llamamos la “Elite” se debe a la alianza entre la burguesía
agropecuaria y la burguesía comercial importadora y exportadora de
Buenos Aires –tradicionalmente Unitarios y Federales- burguesía
estrechamente ligada a los intereses del imperialismo inglés. Esta
Burguesía, estas doscientas familias de apellido tradicional
conocida como “aristocracia” por sus admiradores u “oligarquía”
por sus detractores era la poseedora de las mejores tierras,
invernaderos y ganadero vinculados a través de los frigoríficos al
imperialismo inglés y cuyas fuentes exclusivas de riqueza surgen del
arrendamiento de la tierra o de la explotación de productos
agropecuarios.
Otros
sectores de la misma clase componen los terratenientes de Córdoba,
Entre Ríos y Santa Fe; la antigua burguesía industrial, dueña de
ingenios azucareros en Tucumán y bodegueros de San Juan y Mendoza;
obrajeros y yerbateros del Norte; la burguesía comercial,
parasitaria y burócrata exportadora de granos y cereales y
exportadora de manufacturas; y la burguesía financiera. Los miembros
más esclarecidos de esta clase ocupan una situación social vicaria
como abogados de las empresas extranjeras o dirigentes políticos de
los partidos conservadores.
La
burguesía ganadera, la más antigua y tradicional despreciaba y
consideraba impropia de su clase toda actividad industrial (a
excepción de las industrias tradicionales que mencionamos más
arriba), desprecio que se extendía a la propia agricultura por
entenderla como “cosa de gringos”. Esta diferencia no solo de
ideales sino también de intereses se expresó en movimientos
políticos de oposición al conservadurismo ganadero: el Partido
Demócrata progresista de Lisandro de la Torre en Santa Fe y la
fracción “sabatinista” del radicalismo en Córdoba.
Un halo
esotérico rodea a la egregia “gentry”, que actúa con una
aristocrática arrogancia, con una altanera presunción de hallarse
iniciada en un orden exclusivo donde se comparten valores inefables,
tan invisibles al ojo común como la túnica del rey del cuento.
Existe
un mito de la purificación hereditaria en la que esta clase cree
ciegamente y que un “nuevo rico” jamás podrá alcanzar. Las
buenas acciones serían inútiles para quien está privado de la
gracia; esta no puede adquirirse, se nace con ella o no se nace.
La
“aristocracia del espíritu” en un país invadido por permanentes
oleadas inmigratorias, es aquella que está fuertemente al país, a
través de varias generaciones de criollos descendientes de los
Padres de la Patria, herederos de virtudes ancestrales y de las que
carecen la inmensa mayoría, los hijos de inmigrantes incapaces de
remontarse hasta las raíces de un árbol genealógico.
En
realidad, a los escasos apellidos patricios, frecuentemente pobres de
solemnidad –Pueyrredón, Balcarce, Lavalle, Posadas-, se fueron
agregando nuevos apellidos de inmigrantes con fortuna –Anchorena,
Iraola, Carabassa, Mihanovich, -, haciendo de la oligarquía actual
una fusión ecléctica de esos dos grupos de apellidos de distinto
origen: Álzaga Unzué o Paz Anchorena, por ejemplo.
Olvidando
que sólo las masas populares pueden reivindicar muchas generaciones
de su misma clase, en tanto que los antepasados de la burguesía no
siempre fueron burgueses, sino, en muchos casos, nada más que
contrabandistas de cueros, tenderos o pulperos enriquecidos o
aventureros escapando de la policía española. A pesar de eso,
nuestra burguesía terrateniente se dedicó a rastrear sus árboles
genealógicos, para contrarrestar el aluvión de apellidos
desconocidos, generalmente italianos que invadía el país.
El
desprecio por el inmigrante italiano no era, al fin, sino desprecio
por el trabajo, por la actividad útil y productiva como condición
de clases inferiores. Ese desdén por la actividad útil y productiva
debe ponerse en evidencia mediante una ostentación del ocio, empleo
del tiempo en actividades banales: colección de antigüedades,
deportes poco accesibles a la mayoría como el polo o el pato,
fiestas, viajes a Europa, vicios costosos.
La
descripción que, hasta ahora, hemos esbozado se refiere a la vieja
burguesía terrateniente, a la oligarquía agropecuaria. Veamos ahora
sus relaciones con las nuevas clases burguesas. Éstas, mucho menos
homogéneas que las viejas, están compuestas por los miembros más
destacados de las profesiones liberales de las clases medias, altos
burócratas, afortunados comerciantes, el grupo específico de la
“industria de la diversión”- deportistas, artistas, directores y
escritores de cine, radio y televisión- de reciente data. Ninguno de
estos grupos alcanza la cohesión y la importancia de la nueva
burguesía industrial de origen artesanal y enriquecida durante el
proceso de industrialización de la década peronista. Entendemos por
burguesía industrial tanto a empresarios y gerentes como los
distintos especialistas que se mueven alrededor de la industria:
contadores, ingenieros, agentes de propaganda y altos empleados. A la
burguesía industrial se agregan algunos miembros de las fuerzas
armadas, provenientes también de las clases medias y enriquecidos a
través de su vinculación a empresas industriales durante el
peronismo. Las contradicciones entre burguesía agropecuaria y
burguesía industrial intentan explicar al Estado peronista y su
lucha contra la oligarquía y el imperialismo. Claro está que las
actividades individuales y psicológicas de la burguesía industrial
no siempre coinciden con sus intereses de clase.
Las
viejas y nuevas clases burguesas no se diferencia por la cantidad de
dinero que tienen –generalmente las nuevas burguesías tienen más
dinero que las viejas-, sino en la calidad del mismo. El dinero de la
burguesía agropecuaria es antiguo y no identificable, el esfuerzo
por su acumulación primitiva se pierde en un lejano pasado. Por eso
no piensa ni habla nunca de dinero y lo gasta con desenvoltura y
naturalidad, sin dejarse sorprender ganándolo. Las nuevas burguesías
por el contrario saben demasiado bien de donde ha salido su dinero,
huele a resina de taller y a aceite de máquina.
La
lucha por la industrialización ha sido para la Argentina, la lucha
por la transformación democrática de su estilo de vida. El
yrigoyenismo primero y el peronismo después fueron las expresiones
políticas de este cambio democrático de estilo de vida, que se
realizó contradictoriamente con el desconocimiento y aún en muchos
casos, con la oposición de su principal factor, la propia burguesía
industrial, alienada aún a la ideología de la vieja burguesía.
Si bien
existe dentro de la nueva burguesía un orgullo por haberse “hecho
a sí mismos” empezando desde abajo y miran con desdén e
indiferencia a la vieja burguesía ociosa a la que consideran
compuesta por juerguistas arruinados, afectos a todos los vicios e
indignos de ser tratados como gente honrada.
Pero la
actitud de la nueva burguesía frente a la vieja varía a medida que
prospera la situación económica de aquella.
¿Cuál
es, en tanto, la actitud de la vieja burguesía terrateniente frente
a la ascensión de la nueva burguesía industrial? Tradicionalmente
la vieja burguesía le cerraba las puertas, pero como el
caleidoscopio social gira constantemente y va colocando en distintas
posiciones y componiendo nuevas figuras con elementos que parecían
inamovibles. Los matrimonios entre la hija de un exitoso empresario
con el hijo de una familia tradicional en la ruina compra un
apellido, gracias a la decadencia económica de la vieja burguesía
terrateniente –motivada por la inflación y la caída de los
precios agropecuarios- que contribuyó a disminuir la distancia entre
burguesías.
Pero el
acercamiento y contagio entre ambas burguesías no se explica tan
sólo por las veleidades e inclinaciones personales de los
individuos, sino por las bases objetivas que los sustentan. La
imposibilidad de la vieja burguesía de seguir usufrutuando a solas
el poder (porque el modelo agroexportador quedó en el pasado) la
lleva a contemporizar con la burguesía industrial quien no vacila en
capitular y renunciar a su porvenir político autónomo, temerosa del
fortalecimiento de la clase obrera que trae el proceso de desarrollo
industrial. Es así como desde que el desarrollo capitalista del país
y la agudización del antagonismo de clases, sobrepasa las
posibilidades de reformismo dentro de las estructuras demoburguesas,
los sectores nacionales y antiimprialistas de la burguesía
industrial (peronismo), son desplazados por los más inconsecuentes y
conciliadores (frigerismo-frondizismo) aliados a la burguesía
terrateniente y al imperialismo yanqui.
Clase
Media
La
propiedad de los medios de producción, para la burguesía y su
condición de mercancía que se vende como las cosas que produce,
para el obrero, son sendos acondicionamientos de una visión
fundamentalmente práctica del mundo; es decir, que ambas clases
tienen tendencia a actuar de acuerdo a sus propios intereses. La
clase media, en cambio, no posee cosas como el burgués ni fabrica
cosas como el obrero. Lo único que no hace es vivir haciendo cosas
y más bien vive del mecanismo social que organiza y coordina a las
personas que hacen cosas. Esta peculiar condición la lleva, a
diferencia de las otras clases, a no preocuparse por sus verdaderos
intereses.
Juega
el papel de intermediarios entre los productores y los poseedores.
.abogados, contadores, profesores, periodistas, corredores,
comisionistas, empleados de banco, simples oficinistas-manejando tan
sólo símbolos abstractos de las cosas: palabras, cifras, esquemas,
diagramas, fichas, expedientes; predispuestos a una visión idealista
del mundo y a una mentalidad legalista y administrativa, a creer en
el valor absoluto de los papeles escrito, de las reglamentaciones y
de las órdenes.
En
consecuencia, la historia no es para la clase media una lucha de
fuerzas entre grupos antagónicos que responden a necesidades
objetivas, a intereses de clase, en una determinada situación
social, sino una pugna de voluntades individuales, de intenciones
subjetivas en un mundo homogéneo. Una política es buena o mala
según la ejerzan individuos con buenas o malas intenciones.
Por eso
el radicalismo yrigoyenista, típica expresión de la clase media en
su momento de apogeo, pretendía ser una política de carácter
íntimo, casi doméstico, de persuasión directa en rueda de
correligionarios entre las cuatro paredes de un comité con calor de
hogar.
No hay
fuerzas económicas o sociales que condicionen la acción de los
individuos, sino simplemente ambiciones personales, caprichos,
debilidades, malas costumbres; la coima, el acomodo, el peculado son
los supuestos males de la política criolla. De ahí que la clase
media sea presa fácil de las campañas moralistas contra la
corrupción de los agentes de la administración y el poder público.
Las oligarquías explotan estas tendencias de la clase media, para
crear un clima favorable a la caída de gobiernos populares tal como
ocurrió con Yrigoyen y con Perón. Se pretendía enjuiciar al
régimen peronista no hablando de otra cosa más que de negociados,
que no son, al fin, sino característicos de cualquier régimen
burgués y contraponiéndolo a lo que se supondría que es la buena
política, o sea la ejecutada por políticos honrados.
Negando
a la historia como totalidad donde cada parte depende de las demás y
ocultando las relaciones sociales tras las particularidades de los
individuos, el pequeñoburgués se balancea entre dos acitudes
contradictorias – el voluntarismo optimista y el voluntarismo
pesimista.
Existe
una concepción optimista del mundo, una imagen del hombre generoso,
difundida por los discursos edificantes, los sanos consejos de los
maestros de escuela, los films de final feliz, los reglamentos de los
boy scouts, etc. que convive con otra que sostiene que “la
naturaleza humana no cambia”.
La
tristeza, la indiferencia, el fatalismo con sus expresiones porteñas
- “no te metás”, “ir tirando”, agachar el lomo”, “total
para qué”, “qué se le va a hacer”; no son sino las reacciones
psicológicas de una determinada clase social en una determinada
circunstancia histórica. De una clase que no actúa, que no toma
medidas ni quiere comprometerse, que no se congrega en mitines, que
se sienta a ver la vida como un espectáculo, desde la vereda de
enfrente, o semioculta detrás de la persiana, indiferente y un poco
aburrida. Una clase que no quiere participar en la historia, que no
cree participar y que participa a ciegas sin saber lo que hace, lo
que quiere ni adonde va.
Cuando
la clase media obtienen empleos, no solo venden su tiempo y su
energía, sino también su personalidad. Venden por toda la semana o
por todo el mes sus sonrisas y sus gestos amables y tienen que
practicar la rápida represión del resentimiento y la violencia. Lo
que cuenta es la reputación, la apariencia; se depende estrechamente
del prójimo, se vive dominado por el temor al “que dirán”, al
rumor y al escándalo. En esas condiciones, resulta la principal
víctima de la represión puritana antisexual que constituye uno de
los pilares fundamentales de la sociedad patriarcal burguesa y
cristiana. Vemos así como durante los gobiernos de Frondizi o José
María Guido, cuyo único apoyo civilresie en ciertos sectores de la
clase media, se lleva a cabo una vastísima campaña moralizadora, un
espionaje policial de la vida privada, con características de manía
persecutoria, al tiempo que proliferaron las sociedades de defensa de
las buenas costumbres y los apóstoles de la castidad, cuyo profundo
objetivo, consciente o no, en sus ejecutores es la agitación de
conciencias de la pequeña burguesía con inconfesables fines
políticos. La supuesta crisis moral del países un modo de
distraerla atención de la auténtica crisis económica y política.
La desvalorización del peso y el atarso de los sueldos
característicos del gobierno de Guido, están en relación directa
con la razzia de parejas en plazas, hoteles, bares y calles de Buenos
Aires.
La
clase media proyecta y se identifica con la oligarquía. La clase
media de un país precapitalista, destinada a trabajar
irremediablemente para la burguesía terrateniente, extrae de ella, a
la vez, sus fuentes de ingreso y su dignidad social. La oligarquía
utiliza a su vez, a la clase media como masa de maniobra contra las
clases populares, contra el incipiente proletariado: dividir para
reinar ha sido siempre el instrumento de la opresión, conseguir
privilegios a un grupo a expensas de otro mayor. Estos privilegios
son principalmente psicológicos, tal como el mayor prestigio del
trabajo intelectual sobre el manual, y la ilusión del empleado a
formar parte de las tareas directivas y no de las productivas,
ocultándose que sólo hace cumplir órdenes que no emergen de él, o
maneja papeles que otros firmaron o suma ganancias que irán a otros
bolsillos.
El más
pobre, el más mediocre, el más desafortunado de los
pequeñoburgueses puede sentirse superior frente a un obrero.
Al
mismo tiempo, la oligarquía consigue mediante esta escición , que
los obreros desvíen su atención y vean en el pequeñoburgés, mucho
más visible para ellos que la alta burguesía, al verdadero enemigo.
De ese modo, los propios oprimidos se convierten en los cómplices y
colaboradores del opresor y la oligarquía hace una economía de
personal: los propios clientes se ocupan del servicio. El mayor éxito
de la oligarquía es haberse instalado en el corazón mismo de las
clases sometidas, haciéndoles interiorizar los juicios objetivos y
exteriores que emite sobre ellas.
A los
privilegios psicológicos de la clase media sobre el proletariado se
sumaban también, en el período anterior al peronismo, algunas
ventajas económicos. La clase media usaba cuello y corbata en una
época que no se permitía caminar por el centro sin saco, sutil
disposición municipal que convertía a las principales calles de la
ciudad en terreno vedado para el obrero, quien difícilmente podía
comprarse un traje. Hacer un viaje a Mar del Plata o tener sirvienta,
aunque casi no se le pagaba un sueldo, eran los lujos que ostensibles
de la clase media. Este tren de vida a veces sobrepasaba sus
auténticas posibilidades económicas, exigiéndoles grandes
sacrificios.
Es de
imaginar que la repentina aparición del peronismo en la apacible
vida de la clase media produjo el mismo efecto de una piedra arrojada
con fuerza en las aguas estancadas de un charco habitado por ranas
dormidas. El torbellino de la aventura peronista vino a perturbar la
monótona vida cotidiana sin riesgo ni temeridad en cuya permanencia
habían encontrado la fórmula de la felicidad los pacíficos, los
indecisos, los cómodos pequeñoburgueses que de ahora en adelante
vivirán añorando el paraíso perdido del conservadurismo.
El
peronismo era un desafío a las tradiciones pequeñoburguesas , a sus
valores establecidos y a su hipócrita idea de la virtud.
Cuando
hasta los valores estampados en billetes y en títulos de propiedad
caían ¿En que valor creer? La frenética danza de la inflación,
trajo consigo la inevitable destrucción moral del ahorro. Ya no era
posible seguir haciendo cálculos para el futuro. La posesión
conservadora de las cosas características de la pequeña burguesía
es destruida por el proceso inflacionario, por el desarrollo
industrial del país con su exigencia de mercado interno y el
consiguiente aumento del consumo, obligando a usar y gastar lo más
rápido posible y finalmente por la propaganda comercial a través de
los nuevos medios de difusión -revistas ilustradas, cine
norteamericano, radio y televisión- con su característica
exaltación de un mundo lujoso y placentero, regido por la
consumición pura.
La
vieja clase media se adapta mal a esta nueva modalidad, ha hecho
demasiados sacrificios para dilapidar sus esforzados ahorros. Pero en
cambio, sus hijos, niños o adolescentes durante la época de
prosperidad del peronismo, que han llevado por consiguiente una vida
fácil, consentidos por sus padres -quienes no han querido privarlos
de todo lo que les faltó a ellos- son los primeros en acostumbrarse
a tirara las cosas cuando están rotas, en trastocar la mentalidad
del ahorro por la del gasto, de la conservación por el cambio.
En la
década del '60 en la cultura de masas comienzan a predominar los
elementos juveniles, adolescentes, que en otra época no hubieran
podido jugar sino un papel secundario. Esta irrupción antes
desconocida del mundo juvenil trae como consecuencia un cambio en las
relaciones familiares. La juventud se vuelve un valor en sí y la
experiencia de los adultos ya no sirve en un mundo que evoluciona
rápidamente.
También
el peronismo contribuyó a la destrucción de la específica familia
pequeñoburguesa. En el país del individualismo, la indiferencia y
el “no te metás”, el peronismo obligaba a todos a a afirmar sus
propias vidas en relación con los demás , con sus semejantes, con
sus compañeros, aún con sus enemigos, por medio de la solidaridad o
de la hostilidad, de la complicidad o de la delación, pero nunca la
indiferencia.
La
clase media reaccionaba ante ese proceso histórico, que no
comprendía, con un histérico antiperonismo, en el cual, el obrero
resultaba el chivo expiatorio. Por una parte su mentalidad formada
por la pasividad y la dependencia ante las metrópolis imperialistas,
en el goce de productos importados tanto materiales como culturales,
la llevaba a despreciar la incipiente industria nacional. Por otra
parte veía como la inflación ocasionada por la industrialización
la hundía vertiginosamente – a causa de su individualismo,
aislamiento y desorganización gremial- y la dejaba sin excusas
ideológicas y sin pundonor de clase frente a un proletariado unido,
organizado y desafiante. Este odio tan irracional y difuso encontró
una forma de expresión en un racismo elemental y larvado, a causa de
las migraciones internas. El “cabecita negra”representaba a la
vez la industrialización del país -causa de empobrecimiento de la
burocracia pequeñoburguesa- y el surgimiento de un proletariado
genuinamente nacional. La asimilación del emigrante de las
provincias , hizo que se terminara por colgarle el mote de “negro”
o “negrada” a todo obrero. Desde un punto de vista individual y
psicológico, el verdadero anticabecita negra es el pequeñoburgues.
La alta burguesía se mueve en un mundo privado de barrios apartados,
de casas herméticas, de automóviles veloces; no tiene por lo tanto
casi oportunidad de encontrarse en su camino con un cabecita negra y
puede darse el lujo de ignorarlo. El pequeño burgués, en cambio,
debe viajar en en colectivos repletos compartiendo “su” espacio,
la familia pequeñoburguesa vive pared de por medio de un conventillo
y oye las rudas expresiones de alegría de la familia cabecita negra
y hasta tiene que soportar las exigencias de la sirvienta, también
cabecita negra.
El
traslado del cabecita negra desde el campo a la ciudad y del
proletariado en general desde barrios y pueblos suburbanos hasta el
Centro, creó una nueva ciudad, hosca y anónima, llena de barullo,
de aglomeraciones, de mal olor y de “estrepitoso mal gusto”, como
dijera el general Lonardi (quién derrocó a Perón).
La
caida del poder político de la burguesía terrateniente en la etapa
peronista, provocó la pérdida de la suave tutoría que ejercía
aquella sobre la clase media, quien se encontró desamparada,
mientras contemplaba el ascenso desafiante de la clase obrera.
El
antiperonismo de la clase media pone en evidencia el flagrante error
de quienes se han empeñado en confundir el peronismo con el
fascismo. La base social del fascismo residía precisamente en la
clase media a la que se explotaba su resentimiento antiobrero,
Mussolini utilizaba a los jóvenes universitarios como fuerza de
choque contra los obreros. A la inversa, el peronismo utilizaba a los
obreros como fuerza de choque contra los universitarios
pequeñoburgueses.
Fue la
clase media en general y el estudiantado universitario en particular,
que sirviendo una vez más como masa de maniobra de la oligarquía
constituyó el grueso de la oposición al peronismo y dio el
necesario clima civil al levantamiento clérico- militar de 1955 que
derrocara a Perón. La vana ilusión de
que
poniendo “en su lugar” a los obreros, recuperaría su prestigio y
sus privilegios perdidos no tardó en desvanecerse. La agudización
de la crisis económica y la ola de reacción en el aspecto social
terminaron por hundir definitivamente a la clase media. El atraso de
los sueldos y la casi desaparición de las jubilaciones después de
la caída de Frondizi constituyeron el golpe de gracia.
Destruídas
las ilusiones que habían sido la base psicológica de toda su vida
no acierta a encontrar nuevas esperanzas que sustituyan a las
viejas.
Clases
populares
Lumpen
Durante
la década del 20, bajo el gobierno refinado y liberal de Alvear, se
llega la apogeo de la llamada “mala vida” de Buenos Aires. La
compañía de teatro de revistas francesas traen el auge del desnudo
en el escenario porteño y la moda de la cocaína. Alrededor del
tráfico de drogas y de la trata de blancas se organiza toda una
vasta red.
Los
rufianes se dividían en grupos de acuerdo a las nacionalidades. Los
franceses, provenientes de Marsella, trabajaban solos y sin
organización. Las prostitutas francesas explotadas por estos
rufianes eran las de más categoría y se habían impuesto la
costumbre de andar por la tarde, por la acera de la embajada
francesa.
Los
rufianes polacos, por su parte, se organizaban en verdaderos
sindicatos disfrazados de sociedades de socorros mutuos judías. En
la Zwi
Migdal,
con sede en la lujosa mansión de la calle Córdoba al 3200, se
efectuaban en una falsa sinagoga con falsos rabinos, parodias de
casamiento a las mujeres judías con engaños. La Zwi Migdal contaba
con más de 500 socios y explotaba 2000 prostíbulos donde trabajaban
30000 mujeres.
El
grupo más modesto lo constituían los rufianes criollos -el
“cafishio del café con leche” lo llamaban despectivamente los
franceses- que en un comienzo se conformaban con explotar a una sola
mujer y luego terminaban formando bandas dedicadas a robarse
mutuamente mujeres, a la vez que explotaban el juego clandestino: el
Gallego Julio y Ruggerito serían los más famosos.
La
campaña municipal y policial contra la prostitución organizada se
inicia en los años 30 y culmina en la época peronista. No obstante
la industrialización y su consiguiente migración interna de las
provincias a la ciudad, provoca la organización de una prostitución
alrededor de ese nuevo “solitario”, perdido en la gran ciudad,
que es el “cabecita negra”.
El
auge de la llamada “mala vida” en el arrabal de Buenos Aires
comienza en la década del '80 para culminar y comenzar su decadencia
en los años 20. El ingreso desde 1886 a 1889 de 260000 inmigrantes
sería indudablemente, uno de los factores condicionantes. Es en ese
momento que aparece un personaje típico de Buenos Aires: el
“atorrante”, emigrante fracasado que pernocta en los caños
abandonados.
Es
en este momento cuando comienzan a alcanzar alarmante índice los
robos, crímenes suicidios, aberraciones, prostitución, asociaciones
delictivas, choques sociales de toda índole. Ahora bien, la llamada
“mala vida” no era mera consecuencia del desarrollo demográfico,
una “enfermedad de crecimiento” como diagnosticaban
eufemistícamente los burgueses, ni tampoco una degeneración
biológica, como dictaminan los sociólogos positivistas. No era una
enfermedad sino un síntoma: el aspecto sucio de la acumulación
primitiva del capital. En el país precapitalista, con escasa
industrias, la inmensa muchedumbre transplantada a la ciudad, que no
podía ser asimilada por el limitado mercado de trabajo, formaba
invariablemente, al margen de la sociedad organizada, un proletariado
harapiento, el lumpenproletariado, según la clásica expresión de
Marx, la clase de los que no tienen nada y ni siquiera pueden
organizarse entre ellos: vagabundos, mendigos, prostitutas, rufianes,
estafadores, matones profesionales, vividores y mantenidos,
trabajadores de cosas impuras, dispuestos a venderse por nada.
El
lumpen era el habitante de zonas ambiguas donde se mezclaban el campo
y la ciudad, él mismo era descendiente del gaucho o de inmigrantes
también campesinos; participaba al mismo tiempo de dos tipos humanos
heterogéneos e incompatibles, el hombre de campo y de ciudad,
producto de dos evoluciones históricas, de dos desarrollos
económicos totalmente distintos. El malevaje sería el
desgarramiento, la rebelión frustrada.
El
lunfardo, que comenzó siendo el lenguaje técnico de los
malhechores, destinado sólo a ser entendido por los iniciados,
devino luego el lenguaje común de todo ese sector desasimilado, que
intenta la destrucción simbólica de la sociedad organizada mediante
la destrucción de su lenguaje. Cuando el lumpen adquiere conciencia
de su total desamparo, pero sin tener los medios adecuados para
oponerse, a su vez a sus opresores, no tiene otra salida que
reivindicar el ostracismo al que ha sido arrojado para no dejar la
iniciativa a sus enemigos. Su desafío es sumisión, aceptación del
destino que le han impuesto los otros: el malhechor no es sino
creación de la gente honesta, un producto de la sociedad basada en
el individualismo y la propiedad privada. Esta sociedad puede darse
el lujo de permitir en su seno el desorden del mal, siempre que este
no pase de lo estrictamente particular y esté aislado. Las fuerzas
del orden controlan y persiguen al malviviente, a la prostituta, pero
no los exterminan del todo porque ellos también tienen una función
dentro del equilibrio social.. En ningún momento el lumpen pone en
tela de juicio los fundamentos de la sociedad constituída. No se
propone modificar el mundo, ni le interesa la sociedad futura; no
pretende otra cosa que poseer a quienes lo poseen. Esto puede
entenderse por el mito de Carlos Gardel, de origen humilde,
extranjero, hijo de una lavandera, que vivió en el bravo arrabal
porteño, prontuariado en su juventud y con escasa educación estaba
predestinado a no tener jamás acceso al respetable mundo burgués.
Pero su simpatía y su voz excepcional le permitieron evadirse del
mundo al que estaba destinado y conseguir el aplauso de quienes lo
despreciaban en sus comienzos. Par un subproletariado andrajoso, sin
medios eficaces de acción, la solución a sus problemas no será ya
ese lento y paciente trabajo a realizarse en la historia, sino la
absurda generosidad de la magia que cumple inmediatamente y sin
esfuerzos los deseos más descabellados. Gardel -lumpen el mismo- no
necesitó obrar para salvarse, le bastó cantar.
Siempre
habrá quien no pudiendo cambiar el orden de las clases, aspire a
cambiar de clase. El verbo “llegar” es la clave.
La
sumisión del lumpen al sistema de valores de la subjetividad, muy
frecuentemente se trata también de una sumisión material. Gozaba de
inmunidad frente a la policía porque el caudillo del comité del
barrio -que lo utilizaba como guardaespaldas o para mantener alejados
de los comicios a los opositores en las elecciones.
Hay
toda una tradición del lumpen al servicio de la política burguesa,
desde el legendario Juan Moreira al servicio de Adolfo Alsina, hasta
los más modernos “compadritos”: el Gallego Julio respondiendo a
la U.C.R. Y su rival y victimario Juan Ruggero (Ruggerito)
respondiendo al Partido Conservador. Cuando ambos cayeron asesinados,
fueron velados en sus respectivos comités, cubiertos sus ataúdes de
banderas argentinas y despedidos con laudatorios discursos.
Por
otra parte, la mayor parte de de los piringundines y lupanares eran
propiedad de destacados políticos. Aún las mayores organizaciones
delictivas tenían sus relaciones con el Estado político n el
sistema social y económico imperante. Para el funcionamiento de la
Zwi Migdal, era necesaria la complicidad de la Dirección de
Inmigración, la policía, la municipalidad, de algunos miembros del
poder judicial y legislativo y de los grandes diarios que mantenían
el silencio.
No
se trataba ya, es ese tipo de casos, de la relación íntima, entre
el político venal y el matón, tal como existía en el fin de siglo.
Las relaciones entre la política y el gangsterismo se hacían en la
década del 20 más vastas, complejas y diluidas. No era coincidencia
que el recrudecimiento de la “mala vida” se produjera cuando la
burguesía terrateniente necesitaba recurrir al fraude y a la
violencia para mantener un poder que le era disputado desde 1916 por
nuevos sectores políticos provenientes de las clases medias, y sobre
todo para enfrentar las primeras luchas por las reivindicaciones
sociales de la clase obrera, formada a la sombre del incipiente
industrialismo. La oligarquía los utilizaba para dominar huelgas,
destruir sindicatos, incendiar bibliotecas y centros de izquierda y a
cambio de esos servicios otorgaba a los pistoleros una relativa
libertad.
Por
eso el lumpen no logra turbar la conciencia de los buenos burgueses,
mientras éstos puedan canalizar su violencia hacia sus propios
intereses. Sólo el obrero provoca el odio y el miedo burgués. La
negatividad, la destructividad pura del delito que se consuma en el
instante fugaz, no destruye sino a particularidades: la ciudad sigue
en pié, intacta, indestructible.
A
partir de la década del 30 y más aún en la época del peronismo,
la “mala vida” dejó de estar en primer plano.
La
clase obrera organizada en sindicatos encontraron una forma eficaz de
lucha por sus reivindicaciones sociales. La burguesía por su parte,
no podía seguir viendo con agrado la forma sangrienta con que los
maleantes a su servicio resolvían sus propios problemas, porque la
violencia desatada, cuando ya no podía dominarla ni controlarla
acarreaba al fin, un peligro para su propia clase, y porque le
resultaba muy poco delicado tener al malevo sentado sobre sus
espaldas. Es así que después del golpe militar del 30, las clases
dirigentes decidieron limpiar la ciudad, aunque siguieron jugando a
dos puntas y pactando cuando resultara imprescindible con la
delincuencia.
En
1930 clausuraban la Zwi Migdal, en ese mismo año el Gallego Julio,
asesinado por la banda de Ruggerito; en 1933 Ruggerito, asesinado por
la policía. En 1934 son deportados los principales jefes mafiosos.
No
es sin embargo, la persecución policial científicamente organizada
la que acaba con la “mala vida” sino la modificación de las
estructuras sociales y económicas en vías del desarrollo industrial
a partir de 1930 y sobre todo después de 1945. El drama de la “mala
vida” a la vista de todos se oculta tras el progreso.
El
arrabal, el hábitat del lumpen donde la sociedad precapitalista
arrojaba sus propias escorias, se transforman por la expansión
industrial en zonas fabriles y el lumpen es absorbido en buena parte,
por la plena ocupación que otorgan las nuevas fuentes de trabajo en
un país en pleno desarrollo. La lucha social en escala de oposición
de clases el compadrito desaparece o está en vías de desaparición
definitiva, mediante su incorporación al sindicato, en donde aprende
lo que la sociedad le prohíbe saber: la conciencia de su miseria que
es colectiva y no individual. El desarrollo de la clase obrera
terminó con el compadrito.
Claro
está que no obstante, el lumpen no ha desaparecido del todo y la
transgresión de la ley subsiste en una sociedad basada en el
individualismo y la propiedad privada; solo que ahora ha adquirido
nuevas formas.
Obreros
La
afluencia repentina durante la década del 80 de los inmigrantes
europeos y de muchos habitantes del interior atraídos por Buenos
Aires y las nuevas fuentes de trabajo que abrían los primeros
establecimientos industriales, la formación en una palabra, del
primer proletariado argentino en la década del 80, con las
particularidades inherentes a nuestro propio proceso económico,
provocaría la escasez de vivienda, el aumento delos alquileres, la
especulación y el amontonamiento de inquilinos en los conventillos.
La
burguesía no dejó de preocuparse por el problema de la vida en el
conventillo, situación que no consideraba injusta por sí misma,
sino, simplemente peligrosa, amenazadora y que de ningún modo
trataba de modificar fundamentalmente, sino disimular mediante la
filantropía y la caridad pública. Se tomaba al problema del
conventillo como un foco de enfermedades infecciosas, amenaza de la
salud pública pero, antes que nada, preocupaba el conventillo como
foco de inmoralidad.
Junto
a los viejos barrios deteriorados, se fueron construyendo alrededor
de los establecimientos industriales nuevos barrios sobre los baldíos
que dejaban a veces el remate y la parcelación de las viejas quintas
donde se mezclaban obreros con las capas inferiores de las clases
medias., en casitas que excedían al conventillo
en
incomodidades: construcciones veces de madera sobre calles de tierra
con charcos pestilentes, sin luz, desagües ni agua corriente, que
muy lenta y deficientemente fueron evolucionando, gracias a los
modestos albañiles italianos que cuando construyeron sus casas
restauraron un sobrio clasisismo. Estos barrios tiene hoy cierto
abolengo, residen las familias más viejas del proletariado, la élite
de la clase obrera, descendientes de inmigrantes europeos de fin de
siglo. Las nuevas promociones; los cabecitas negras llegados con la
gran oleada de inmigración interna que trajo el proceso de
industrialización de la década peronista inauguró un nuevo
fenómeno habitacional: La villa miseria, también llamados barrios
de emergencia. Aunque externamente se parezcan al “Barrio de las
ranas” o “Villa Desocupación” que son barrios de cirujas ,
delincuentes desde la época de “la mala vida”, o simplemente
desocupados; en las nuevas villas, sus habitantes son obreros que
encontraron trabajo en la ciudad sin encontrar vivienda.
El
surgimiento de las villas miserias en la época peronista fue
utilizado por la oligarquía como argumento sofístico para atacar la
despoblación del agro y a la industrialización del país, y a la
vez a la congelación de alquileres causante de la falta de estímulo
para la edificación. La clase media por su parte, proclive a la
interpretación moralista, no puede explicarse el hecho de que
obreros con altos salarios vivan en villas miseria, sino por una
forma de degradación moral y una tendencia innata hacia la
promiscuidad.
Hasta
la 2º Guerra Mundial no existía en nuestro país la industria a
gran escala. En los pequeños talleres, el obrero no obstante estar
separado de los medios de producción, manejaba aún sus
herramientas, dominaba a la máquina en vez de ser dominado por ella,
manteniendo la relativa autonomía que le daba su habilidad manual,
su calificación, su jerarquía profesional. En el obrero primitivo,
la faz positiva del trabajo -la transformación de la materia por el
hombre- ocultaba en cierto modo la faz negativa: la alienación en
que todo trabajo se realiza en la sociedad capitalista. Por otra
parte al dejar el trabajo, el obrero primitivo descubría bruscamente
que no sabía adonde ir, que no tenía adonde ir y que no tenía
ganas de ir a ninguna parte. El trabajo podía resultar opresor pero
al mismo tiempo, era imprescindible para el hombre que había sido
condicionado para trabajar y a quien no se le había permitido
desarrollar otras necesidades.
El
aislamiento orgullosos , esa dignidad que le venía de la conciencia
profesional, más que de la conciencia de clase, lo hacían más
proclive al individualismo anarquista, que no pro casualidad
predominaba en la primera etapa de las luchas sociales argentinas.
Las
relaciones con los compañeros de trabajo también se movían en un
plano individual: el taller pequeño no dominaba de todo al
individuo, la falta de vigilancia y la escasa racionalización del
trabajo permitía relaciones íntimas, cara a cara entre los obreros.
También contribuía esa intimidad entre compañeros la vida del
barrio, en una época en que los obreros vivían cerca de la fábrica
donde trabajaban, habito que desapareció con la crisis de la
vivienda.
De
igual modo la intimidad con el patrón de la fábrica a quien se lo
conocía y se lo odiaba como individuo, contribuía a hacerle ver al
obrero su desventajosa situación como consecuencia de las malas
intenciones del patrón y no de la estructura económica de la
sociedad y, por sobre todo, le impedían comprender que el verdadero
enemigo no era todavía la débil burguesía industrial sino la
oligarquía terrateniente a quien el obrero no podía ver la cara, y
los aún más invisibles y remotos hilos imperialistas. La lucha
sindical se reducía, consecuentemente, a las reivindicaciones
económicas inmediatas, rechazándose toda lucha meramente política
como algo demasiado abstracto y general, prefiriéndose a ésta, la
huelga salvaje, la manifestación espontánea y en algunos casos el
atentado personal.
El
origen inmigratorio de la clase obrera de la época -de carácter
golondrina, que buscaba hacer fortuna y volverse a su país, aunque
muchos no lo pudieron hacer- contribuyó también a la
incomprensión de la realidad argentina y al transplante mecánico de
esquemas clasistas de los países de capitalismo avanzado de donde
provenían, inadecuados para nuestro país donde la lucha por las
reivindicaciones sociales no puede separarse de la lucha nacional
antiimperialista. El anarquismo y el socialismo justista fueron la
expresión política de ese cosmopolitismo.
Por
otra parte existían diferencias entre los obreros calificados y los
descalificados, superpuestas a diferencias étnicas que complicaban
la unidad de la clase obrera, Los obreros calificados por lo general
eran los inmigrantes europeos, quedando para los criollos el trabajo
subordinado de peón. El caso inverso se da el el caso de los
frigoríficos, donde los obreros calificados son argentinos, mientras
que los peones son extranjeros.
Esta
primera etapa estuvo signada por la lucha entre gringos y criollos,
ya que según los criollos los primeros venían a sacar el trabajo.
La lucha por la organización gremial era vista como cosa de gringos,
por eso la burguesía identificó al inmigrante con la subversión y
reaccionó con la Ley de Residencia y los progroms organizados por la
Liga Patriótica Argentina.
Las
características de la producción de una sociedad precapitalista
subsisten, aunque a partir de los años 30 haya comenzado un lento
desarrollo de la industria y el capitalismo. En una sociedad , donde
las clases aún no están del todo estabilizadas y las estructuras
sociales no son demasiado rígidas, subsistía, hasta hace poco, el
obrero escapista, que esperaba la oportunidad para cambiar su
situación instalándose por su propia cuenta. Se da muy
frecuentemente en la época peronista el tipo de patrón
pequeñoburgués de origen obrero que instala un taller o pequeña
fábrica, gracias a los préstamos concedidos por el Banco
Industrial, que vive acuciado por las deudas, que busca enriquecerse
rápidamente y demasiado consciente de las diferencias entre él y
sus obreros, con quienes mantiene estrechos vínculos biográficos
por su mismo origen y formación. Las relaciones son ambiguas y
fluctuantes, en épocas de prosperidad, adquieren las formas de
paternalismo y colaboración de clases; pero en épocas de crisis, el
patrón debe marcar las distancias con el obrero, a quien hasta ayer
tratara con confianza: se introduce, por ejemplo el reloj de fichar
la hora de entrada, sin necesidad de llamarle la atención al obrero
personalmente por faltas a la puntualidad.
Pero
al mismo tiempo y sin desplazar totalmente las formas atrasadas de
producción, se ha ido desarrollando en nuestro país , desde 1938 a
1955, una creciente expansión de la producción en serie, el
maquinismo, la racionalización, el taylorismo, la división y
especialización del trabajo, que trae como consecuencia cambios
importantes en la conciencia obrera.
La
fábrica moderna envuelve al obrero por todas partes, sin
interrupción, sin descanso, no deja perder nada. El transporte
mecánico, la extrema atención que requieren las complicadas
maquinas, el número crecido de obreros que trabajan en una fábrica
y el funcionalismo de los nuevos edificios donde no hay paredes como
en el viejo taller, donde no hay recovecos para ocultarse a fumar un
cigarrillo o conversar, son poco propicios para las relaciones
interpersonales, cara a cara, que sólo tienen el comedor o el baño
como último refugio. El excesivo ruido, obliga a los obreros a
hablar por señas, como sordomudos. En la fábrica moderna, se
introduce la distancia entre los obreros, que dejan de verse como
individuos concretos, entre quienes se entablan relaciones amistosas
o no, para reconocerse como meros compañeros sometidos a la misma
explotación y entre quienes sólo se tiene contacto a través de la
máquina. A la salida del trabajo, los colectivos los dispersan para
extremos opuestos de la ciudad haciendo casi imposible toda relación
fuera del trabajo.
Las
relaciones con el capataz experimentan, del mismo modo, una notable
modificación: el delegado sindical rivaliza con aquel en
autoridad. Las arbitrariedades del capataz eran resueltas, en los
viejos tiempos mediante peleas y otros recursos ilegales. Con el
apogeo del sindicalismo se recurre directamente al delegado, quien
consigue en algunos casos la expulsión del capataz.
Ya
no hay nadie concreto a quien odiar, nada inmediato contra que
rebelarse, los capataces y los jefes hasta suelen ser amables y los
patrones no se ven. El obrero aprende, de ese modo, a pensar con
ideas generales y abstractas, se ve a sí mismo como perteneciente a
una clase social homogénea, universal dependiente de un determinado
tipo de sociedad global. La mecanización, por la ligazón absoluta
de todos sus elementos y la inetrcambiabilidad de sus tareas, permite
por primera vez la unificación total de la clase obrera – a las
agrupaciones locales del anarcosindicalismo preocupadas por mantener
la particularidad de los oficios sucede la centralización
unificadora de la CGT- y permite al proletariado llegar a una
percepción total del proceso de producción, imposible de abarcar en
la etapa artesanal, dando origen al primer movimiento de masas en la
historia argentina.
Pero
no solamente se ha modificado la actitud del obrero frente a sus
compañeros y a sus patrones, sino frente a su propio trabajo. La
parcelación, automatización y especialización hacen del obrero un
objeto intercambiable, sustituible por otro, una simple pieza de un
complicado mecanismo. El trabajo se vuelve monótono, insoportable y
la desaparición de la autonomía profesional, la habilidad técnica
y el conocimiento de la materia, engendran un sentimiento de
irresponsabilidad. Por otra parte, el vacío que sentía el obrero al
salir del trabajo en la época anterior, ahora es llenado por la
“cultura de masas”, por las diversas formas de ocio alienado.
El
desgano por el trabajo, el ausentismo, el interés exclusivo por las
diversas formas de la “cultura de masas” y la alegría de los
días de huelga hacen exclamar a la burguesía escandalizada::”el
obrero no quiere trabajar” y culpan de ello a la demagogia
peronista. Ciertos anacrónicos nostálgicos de la supuesta edad de
oro del movimiento obrero argentino, se lamentan de la falta de
orgullo de las nuevas generaciones y del escaso amor por el oficio,
acusándolo también al peronismo y ocultándose que esa falta de
amor por el trabajo constituyó una pérdida de la conciencia
profesional por la modificación de las reglas de la fábrica, pero
un avance en la conciencia de clase, ya que el sentido revolucionario
del obrero consiste en trascender las condiciones de su propia clase.
Por
otra parte, la desaparición relativa de la “aristocracia obrera”,
de la élite de trabajadores calificados, hizo posible la irrupción
en la política argentina de la innumerable masa de ex campesinos,
los cabecitas negras, a quienes su total falta de preparación, les
bastaba unos pocos días de aprendizaje para ser absorbidos por las
nuevas industrias mecanizadas modificando totalmente el panorama de
las luchas sociales . Alrededor de 1945 se produjo lo que puede
llamarse una proletarización del proletariado.
Este
cambio en la composición del proletariado no fue comprendido por las
izquierdas tradicionales, quienes acostumbradas a la crema del
proletariado europeo, higiénico y bien educado, acusaron a las
nuevas masas descalificadas de haber degradado el movimiento obrero
con su inexperiencia y su falta de cultura social, y confundieron al
cabecita negra con el lumpen , error que los llevó a confundir al
peronismo con el fascismo.