lunes, 28 de septiembre de 2020

 Reseña del trabajo de Carlos Altamirano Bajo el signo de las masas. (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino VI, Ariel Historia, Buenos Aires, 2001.


Desarrollo y Desarrollistas. Después de Perón.

La Revolución Libertadora depuso el gobierno del general Perón en septiembre de 1955. El gobierno provisional quedó en manos del general Lonardi, que representaba el ala nacionalista del ejército que promovía una suerte de peronismo sin Perón. Sus hombres fueron simpatizantes del fascismo y del golpe del 4 de junio de 1943 por lo que establecieron un diálogo con la CGT en el marco de una política negociadora que se sintetizaba en la frase de Lonardi “ni vencedores ni vencidos”. Sin embargo, un golpe dentro del golpe lo depuso y fue reemplazado por el general Aramburu que respondía al sector liberal de las Fuerzas Armadas, que estaba encabezado por el almirante Rojas. El objetivo, entre otros, pasó a ser la desperonización de la sociedad y para ello se intervino la CGT y se disolvió el Partido Peronista, entre otras medidas represivas contra la dirigencia política y sindical del peronismo.

Con la caída de Perón, se abre “lo que Juan Lach ha llamado “el gran debate” sobre el desarrollo económico nacional, comenzado en los años treinta y clausurado, al menos como discusión expuesta a la luz pública, desde 1946”. (p. 51). Cuando el asesor del régimen, Raúl Prebisch,  presenta un diagnóstico de la situación económica argentina y sus recomendaciones para la toma de medidas, este plan se convertirá en el centro del debate: específicamente en lo referente a la necesidad de reajuste de divisas para promover la producción agraria. Independientemente de las voces que se alzaron tildando de antiindustrialista el informe, la cuestión del reajuste del tipo de cambio era lo que determinaba el centro de la cuestión. Reajustar el tipo de cambio traía como consecuencia inmediata el aumento de los precios internos, lo cual iba en detrimento del salario real de los trabajadores. “Si para hacer frente a esa suba, continuaba el razonamiento del asesor económico, se hicieran ajustes masivos de sueldos y salarios, se alentaría nuevamente la espiral de costos y precios y la inflación se llevaría el estímulo de la producción rural. Era necesario pagar un precio, en resumen, por el reordenamiento económico.” (p. 53). Es decir, el precio debía ser pagado por la clase obrera. De este modo, se “puso en el centro la preocupación por los efectos sociales y políticos de un plan económico que imponía austeridad y sacrificios de los asalariados”. (p. 54). La voz de la Unión Cívica Radical expresada en Oscar Alende sostenía que “si ese plan era resistido, la revolución no debía malograr sus principios originales recurriendo al establecimiento de un estado gendarme”. (p. 54).
El autor resume que el informe Prebisch abrió no solamente el debate en cuanto a las relaciones entre el país agrario y el país industrial; la función del Estado en el desarrollo económico frente a la iniciativa privada; el capital extranjero y el capital nacional; el problema energético (petróleo) sino también cómo encauzar a los vastos sectores de la sociedad alineados con la figura de Perón, totalmente descontentos con su derrocamiento.

Este contexto histórico hizo posible que irrumpieran las tesis que tenían como centro del pensamiento político y económico, la idea de desarrollo (como sucedió en los demás países de la región). “Después de 1955 y durante los quince años siguientes, la problemática del desarrollo atrajo e inspiró a una amplia franja intelectual, tuvo más de una vez en funciones de gobierno a portavoces y expertos enrolados en alguna de sus tendencias, y sus temas hallaron adeptos entre los principales partidos políticos. “ (p. 55) De este modo, el desarrollismo ocupó todo el centro de discusiones tanto en los centros académicos e intelectuales como así también los partidos políticos, la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas. Todas las tesis asociadas con la economía de desarrollo tenían en común que era el Estado quien debía impulsar el desarrollo del país a partir de su industrialización y el abandono del lugar de mero exportador de materias primas: los países en vías de desarrollo no dejarían el atraso sin emprender la construcción de una estructura industrial totalmente integrada.

El autor señala que las ideas no eran novedosas ya que muchas de ellas habían sido formuladas durante el peronismo. Pero sí lo era el vocabulario teórico que se empleaba como así también la circulación pública de ese discurso, en términos dramatizados. “Las reformas que exigía el desarrollo no eran sólo necesarias, eran impostergables y acuciantes, su cumplimiento apenas si dejaba ya tiempo” (p. 57)

En el contexto de la guerra fría entre las dos potencias mundiales, los movimientos anticoloniales de Asia y África, sumado a la Revolución Cubana, llevaron a la cuestión del camino que debía emprenderse con el objetivo a ese desarrollo. El autor cita a Jorge Graciarena enunciando el dilema: “Dos alternativas políticas de desarrollo: cambio gradual o revolución”. En Argentina hasta mediados de la década del sesenta, el desarrollismo se identificó con la vía gradual. Sin embargo, entonces, surgió otra alternativa: la vía autoritaria al desarrollo.

Como ya se ha resaltado, el discurso referido al desarrollo impregnó a todos los centros intelectuales, académicos y políticos del país. Pero su máxima expresión se dio en las figuras de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, que impulsaron “un movimiento ideológico, una empresa política y una fórmula, integración y desarrollo, para dar respuesta a los dos interrogantes capitales de la Argentina posperonista: ¿Qué rumbo debía tomar el capitalismo argentino?¿qué hacer con el peronismo, en particular con las masas peronistas?
El primer texto desarrollista de Arturo Frondizi, que señala Altamirano como “un verdadero manifiesto modernista”, fue editado bajo el título Industria argentina y desarrollo nacional en 1957. El texto enfatizaba que el Estado debía ser el motor del desarrollo mediante la industrialización integrada de todo el país, contando con la fuerza tanto del empresariado como de trabajadores. No obstante el lugar ocupado por el Estado, Frondizi también daba un destacado lugar a ocupar por la iniciativa privada.

La usina del pensamiento desarrollista estaba dada por el semanario Qué, que sirvió de órgano de difusión de las ideas y posteriormente de estrategia electoral. Altamirano sostiene que sus ideas no son innovadoras y se pueden rastrear al pensamiento tanto nacionalista como marxista de la década del cuarenta. En citas de publicaciones el semanario, Altamirano destaca su análisis marxista que hace hincapié en la imposibilidad argentina de constituirse en país independiente por su base material:

“La causa de esa deficiencia nacional radica en la base material del país, en su estructura económica, producto de una historia que hizo de la Argentina una sociedad jurídicamente libre, pero económicamente dependiente”. (p. 60). Así planteaban que la Nación, definida como construcción histórica, se realizaría a partir de constituirse en una comunidad económicamente independiente. Y esa independencia sólo se obtenía con el desarrollo industrial integrado de todo el país, aunque luego agregarían que debía tratarse del desarrollo de la industria pesada.

Si bien en un sus inicios el semanario Qué marcaba una distancia con la política partidaria, a partir de 1956 “se transformó en el vehículo de un discurso militante que conjugaba nacionalismo e industrialismo y auspiciaba una fórmula social y política: el “frente nacional” o “nacional y popular”. De esta forma, comenzaron a postular la candidatura de Frondizi a presidente en un movimiento que “tendría en Frigerio su principal ideólogo y en Frondizi su jefe político”. (p. 61). Este movimiento buscaba la convergencia del radicalismo intransigente y el peronismo, la clase media y la clase obrera. De esta forma se construyó un “otro”: de un lado la clase obrera y el empresariado enfrentados al país subdesarrollado agroexportador. El autor cita a David Viñas al definirlos como “el antiliberalismo formulado en términos de izquierda y la posibilidad de entendimiento con lo popular”. (p. 63). 

Frondizi gana las elecciones con el apoyo del Unión Cívica Radical Intransigente, sumado a los votos de un amplio abanico que iba desde el nacionalismo al comunismo. Pero el peronismo, proscripto, le dio los votos decisivos, luego de un acuerdo entre Frigerio y Perón en el exilio. A poco de asumir el 1° de mayo vio su gobierno tutelado por las Fuerzas Armadas, en una vigilancia permanente. “Recelado de servir al juego del comunismo o del peronismo, cedió una y otra vez a la presión anticomunista o antiperonista, sin desprenderse nunca de la sospecha de que hacía el juego a uno de ellos o a ambos al mismo tiempo”. (p. 64)

En menos de un año de mandato se deshizo la coalición que lo había llevado a la presidencia. Si bien Frondizi durante la campaña electoral había hecho esbozos de los lineamientos que iba a tener su presidencia, no había renunciado al programa oficial de la UCRI. Sin embargo, recién cuando asumió se hizo público su plan desarrollista. El otrora líder antiimperialista asignó un fuerte papel a los capitales extranjeros para el logro del desarrollo industrial del país, bajo el argumento de la rapidez con que debía llegarse al objetivo. Altamirano citará diferentes respuestas que dieron posteriormente Frondizi y Frigerio con respecto al camino emprendido. En líneas generales, se puede resumir que tenían la convicción que el camino al desarrollo no debía ser gradual sino rápido y que la Argentina no contaba con ahorro interno suficiente para encarar ese cambio estructural con la celeridad necesaria. De este modo se debió abrir el país a la entrada de capitales extranjeros. El descrédito de Frondizi frente a sus votantes, fue inmenso.

Arturo Frondizi, resume el autor, atribuyó su derrocamiento en 1962 a los intereses que se opusieron a su programa desarrollista. Sin embargo, la interpretación de Altamirano es diferente. El autor señalará que la vicisitudes que atravesó el gobierno frondizista y su desenlace final, tuvieron más que ver con dos cuestiones políticas (el peronismo y la Revolución Cubana) que antagonismos socioeconómicos (país industrial vs. país agroexportador).

La antítesis peronismo y antiperonismo gravitaba, e iba a continuar haciéndolo, en la política argentina. El integracionismo introducido por el gobierno frondizista no satisfizo ni a unos ni a otros y fue acusada “por sus adversarios de no ser más que una táctica de Frondizi y Frigerio para el retorno disimulado del peronismo y aún de Perón al poder. Los peronistas, por su parte, empleando los medios que tenían a su disposición (el control de los sindicatos, el capital de los votos o la acción directa) presionarían para que el juego político no se normalizara con su exclusión.” (p. 73) Así el gobierno se vio jaqueado por ambos bandos y como respuesta su actitud fue compensar a uno y otro bando, de acuerdo a las circunstancias. Aún sabiendo que no contaba con la fuerza suficiente para ganar en elecciones, no tuvo más remedio que permitir la participación del peronismo en las elecciones del 18 de marzo de 1962. El triunfo de los candidatos peronistas fue la gota que necesitaban las Fuerzas Armadas para dar el golpe cívico-militar que terminó con su gobierno.

El otro factor político que Altamirano atribuye a las crisis del gobierno de Frondizi, fue la Revolución Cubana de 1959. Este acontecimiento  histórico y su posterior desenvolvimiento fue eje de un gran debate en la política nacional. En un principio las fuerzas antiperonistas veían en la lucha inclaudicable de Fidel contra Batista, un paralelismo de la lucha contra Perón que Frondizi no estaba encarando a la altura de las circunstancias. El posterior giro de la Revolución Cubana, los alejó de toda simpatía o apoyo. Sin embargo, el verdadero problema se suscitó para el gobierno frondizista a partir de 1960 en que comienza el conflicto entre Cuba y Estados Unidos, en el marco de la puja estratégica de las dos superpotencias.

Independientemente de los giros en la política frondizista frente a la presión de EEUU por romper relaciones diplomáticas con Cuba, no se puede comprender la magnitud del fenómeno sin analizar los cambios que se estaban gestando desde la década del cincuenta al interior de las Fuerzas Armadas, que  llevaron al presidente a tomar decisiones aún más drásticas dentro de nuestro país. Las Fuerzas Armadas nacionales estaban en un proceso de reformulación doctrinaria, asesorados por militares franceses. La que luego sería llamada Doctrina de Seguridad Nacional, clamaba por un nuevo tipo de ofensiva, la guerra comunista revolucionaria, que se gestaba al interior de los países, en distintos frentes (universidades, sindicatos, partidos) y con múltiples caras. Se debía redefinir el frente externo ya que la nueva contienda se daría en el frente interno.

Frondizi declara frente al Congreso de EEUU en 1959 que “La verdadera defensa del continente consiste en eliminar las causas que engendran la miseria, la injusticia y el atraso cultural”, como cita Altamirano. Anteponía el desarrollo a la seguridad. Al compás de las presiones norteamericanas vuelve a reformular su tesis, en un intento de persuasión al presidente Kennedy: “La agresión comunista, la verdaderamente peligrosa, consiste en que ofrece una esperanza de salida a la miseria”. (p. 75) En su análisis, el desarrollo y la democracia eran los pilares para evitar el comunismo así como la fuerza iba a llevar a Cuba a incrementar sus lazos con los países comunistas. La administración Kennedy lanza la Alianza para el Progreso como cara visible de dar respuesta reformista al peligro de la revolución, al mismo tiempo que promovió la Doctrina de Seguridad Nacional.

Bajo el gobierno de Frondizi, así como en el posterior desarrollo histórico argentino, se cruzan peronismo y Doctrina de Seguridad Nacional. Frente a la ofensiva obrera y las presiones militares que lo acechaban, en 1959 Frondizi instaura la aplicación del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), que había sido elaborado por el peronismo pero nunca puesto en práctica. Las luchas obreras fueron respondidas con la militarización de importantes ciudades y zonas industriales, la intervención de numerosos sindicatos, los allanamientos y encarcelamientos de dirigentes, que pasaron a ser juzgados por tribunales militares.

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